Porque el lado bueno de las comedias románticas no es Sarah Jessica Parker de perfil
Nota: 8
Lo mejor: un cuarteto interpretativo que se aplica al máximo.
Lo peor: un final predecible que le confiere la tipicidad propia del género en el que se encasilla.
Lo
sé, colega, yo también soy enemiga de ese cine perfumado con aroma a
coñazo empalagoso que siempre porta esa insignia rosa en la que chico
conoce a chica, se enamoran, surge el conflicto y los superan
desembocando en un the end más edulcorado que un anuncio de pomada
para el picor vaginal. Sin embargo, asistimos a una nueva oleada en la
que el género se renueva, dejando atrás esos truños en los que Sarah
Jessica Parker o Hugh Grant eran unos habituales, para dar paso a una
revisión mucho más gamberra del romanticismo, que intercambia a las
princesas vestidas de Dior y a los Don Perfectos, por parejas
con defectos aquejadas por problemas cotidianos de la vida real
condimentados con sarcasmo y trasfondo existencial en lugar de algodón
de azúcar y superficialidad, porque no nos engañemos, no todo es bonito
en el amor. Si de Verdad Quieres... o Las Sesiones son recientes y bien resueltos ejemplos de esa nueva tendencia, a la que se suma David O. Russell, que tras sorprender con The Fighter (crítica aquí), repite la jugada con El Lado Bueno de las Cosas. A pesar del brutal cambio de registro, el realizador continúa igual de eficiente en su labor y confecciona una simpaticona y extraña historia sobre
las demencias y obsesiones humanas.
O.Russell no sólo ha hecho bien los deberes en la dirección, sino que además ha sido la pluma que ha entintado el libreto de El Lado Bueno de las Cosas. Basándose en la novela homónima de Matthew Quick, el cineasta logra trasladar de forma magnífica a la gran pantalla una curiosa historia que toma como protagonista a Pat (Bradley Cooper), un tipo trastornado recién salido del psiquiátrico que regresa al desestructurado hogar de sus padres (Robert DeNiro y Jacki Weaver), con una sola obsesión: recuperar a su esposa. En la misma urbanización reside Tiffany (Jennifer Lawrence),
una joven viuda que también mantiene "cierto" desorden psicológico. Sus
alocadas vidas se cruzarán y decidirán ayudarse mutuamente como remedio
terapéutico.
Desde el primer acto del film, Bradley Cooper
nos deja claro que la película es suya, más allá de que la prensa
especializada haya querido alabar el trabajo de su joven compañera,
cuyos méritos por la versatilidad de sus roles son innegables teniendo
en cuenta su temprana edad, asistimos a un alarde interpretativo del
protagonista masculino al que no estamos acostumbrados, porque ya no nos encontramos ante el amigo guapete de la panda o el héroe de acción que salva a la chica, sino ante un personaje desequilibrado con una personalidad mucho más compleja de lo que comúnmente ha defendido Cooper
en sus papeles. El actor sorprende gratamente mostrando una faceta
hasta ahora ignorada por el público, tomando por vez primera la vía
seria y madura en su carrera profesional, una decisión no de Holltwood, sino del
propio intérprete, que para eso pone la pasta en la producción del film. Buena jugada.
En cuanto a Jennifer Lawrence,
como ya se ha destacado, a pesar de lo admirable de su polivalencia,
virtud que ya no impacta, no es la estrella de la película ni mucho
menos, aunque supone el complemento ideal de Cooper, creando una química entre ambos que supera la barrera generacional con un rol demencial nada sencillo, asimismo.
No
podemos obviar el llamativo trabajo de los secundarios, esforzados en
configurar un coro capaz de compasar el baile de los principales y
sentenciando el regreso de un Robert DeNiro como el que hacía siglos no disfrutábamos,
claro que esa explosión de talento nato se debe a la gran carga de
pólvora contenida en un personaje con mucha crema, un padre de familia
adicto a las apuestas y supersticioso in extremis que siente cierta culpabilidad por la personalidad inestable que desarrolla su hijo.
Este empeño le ha valido al legendario actor la nominación a la
estatuilla como Mejor Actor de Reparto, pero no es el único que merece
nuestra atención, pues paseándose por la pasarela tenemos a otro ido Chris Tucker como colega de psiquiátrico del protagonista que se come la pantalla en sus cortas pero contundentes apariciones.
Todos estos mágicos locos y situaciones descontroladas conforman una película divertida y entrañable a la par que extraña, con un trasfondo existencial cultivado, pero pecaminosa en un desenlace que cae en los tópicos de la comedia romántica, un happy ending predecible
que coloca un broche demasiado dulcificado y lo acerca a la vulgaridad
habitual de los epílogos del género, aunque acorde, eso sí, con la
visión optimista que el film ofrece acerca de la vida, no olvidemos que nos encontramos admirando El Lado Bueno de las Cosas, esa otra perspectiva ante la que solemos mostrar una apabullante ceguera.
Así pues, apartemos a un lado los prejuicios, amigos, para acercarnos sin temor a la última obra de David O. Russell, un positivo, simpático y sarcástico canto a las obsesiones y patologías humanas repleto de contenido, pero también de un continente imprescindible conquistado por un reparto
que ofrece lo mejor de sí mismo, alcanzando niveles interpretativos
desconocidos hasta ahora u olvidados en el tiempo en algunos casos. Ocho
nominaciones al dorado, incluyendo Mejor Dirección, Mejor Actor
Principal y Mejor Actriz, son suficiente reclamo para atraer la atención
del espectador, pero por si aún queda algún desconfiado reticente al
género, hay una razón más, y es que en estos tiempos en los que no
sólo se vive una crisis económica, sino también personal, no
viene nada mal una mirada que nos recuerde que ver el vaso medio vacío o
medio lleno no depende más que de nosotros mismos.