Revista Cultura y Ocio

Crítica teatral de lástima que sea una puta, de john ford en teatro lagrada

Por Orlando Tunnermann
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11 de abril · 
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9 de abril · “LÁSTIMA QUE SEA UNA PUTA” (VANGUARDISTA, DIFERENTE, DERROCHE DE TALENTO Y SOBRE TODO, FASCINANTE)
TEATRO LAGRADA. C/ERCILLA 20
TELÉFONO RESERVAS: 91 517 96 98
COMPAÑÍA ARTISTAS Y

Puedo vislumbrar desde mi cómodo "refugio" en alguna parte de Madrid cómo se fruncen los ceños, crispados por la obnubilación, el espasmo y la fealdad del membrete tan soez e impío que corona esta crónica comentada. Impudicia y denigración abarcando un título tan controvertido como lo fuera John Ford (1586-1640), uno de los eslabones más recios y descollantes (destacables) de la dramaturgia inglesa en tiempos de Isabel I de Inglaterra. No en vano, se habla de Ford como ínclito representante de lo que dio en llamarse "Teatro Isabelino", aquel que comprendía las obras dramáticas realizadas durante el reinado de aquella regente y que incidían de manera preponderante en la prolífica y eterna enseña del inigualable William Shakespeare.
Lidio Sánchez Caro se atreve con un desafío nada desdeñable, nada menos que resucitar la figura de Ford con su polémica "Tis pity she's a whore" (1623), lo que decía antes, un título deleznable con dramático trasfondo incestuoso. Una sinopsis rápida, sin desgajar todos los pétalos, pues es menester que todo mortal enamorado del arte escénico en su máxima expresión, o sea el teatro, acuda al teatro Lagrada y extraiga sus propias conclusiones y emociones. La historia maquinada por Ford nos presenta a dos amantes, Annabella y Giovanni, condenados a un amor prohibido y repudiado de manera ecuménica (universal), ayer y hoy. Hablo del incesto, de la pulsión efervescente del amor que mana silvestre en los corazones de estos dos hermanos. Anabella se verá forzada a contraer nupcias con Sorenzo, pero las "campanas de boda" repicarán con un sonido más aciago que festivo cuando el recién estrenado esposo columbra (descubre) en los pasajes hediondos y lóbregos de los secretos más inconfesables la túrbida unión fraternal. El desenlace de tal revelación revierte de manera inexorable en un "descarrilamiento" dramático y luctuoso para el triunvirato de amantes, atrapados en una telaraña de amores imposibles que navegan por las cavernas subterráneas de la perfidia y la desacralización obscena del incesto como pecado innombrable y por siempre vituperado. Hablaba antes de la osadía de Lidio para llamar a las puertas áureas del gran John Ford y "pedirle prestada" su obra máxima. Ahora el desafío ha rebotado hasta mi tejado y es mi turno cincelar en palabras mis conclusiones sobre la contemporánea resurrección de la obra que produce la compañía Artistas Y. Llego al teatro Lagrada casi rozando el margen de cortesía entre la puntualidad y la tardanza. Atravieso media Madrid para asistir a la función: "Lástima que sea una puta". Me encuentro con un teatro "desnutrido" de tramoyas, pesados telones de terciopelo, raíles o cachivaches móviles que transforman escenarios en cuestión de segundos. 
El patio de butacas está literalmente "deglutido", tragado, fagocitado por un tablado llano sin altitudes distintivas que coloquen a los actores en un plano superior. Actores y público estamos tan cerca que casi podemos distinguir los perfumes y fragancias que cada uno lleva "espolvoreados" por los ropajes. Si estiro un poco las piernas corro el riesgo de hacerle la zancadilla a Annabella (Tania Watson), Giovanni (Antonio Barba) o cualquiera de los numerosos personajes que desfilan como hormigas apiñadas en un escenario ajeno a los cánones habituales en esto del arte escénico. Asisto pues a una obra totalmente vanguardista que quiebra por completo los parámetros, reglas y estereotipos del teatro convencional, predictivo y encasillado en un género claramente definido. Vanguardia rocambolesca, un cisma entre lo convencional y la creatividad que vuela a su libre albedrío y busca su propia personalidad, creando una huella propia sin parangón: drama, humor, números musicales, danza del vientre, teatro clásico con actores que declaman al estilo del medievo pero cuyos atuendos puede uno columbrar entre el personal de una agencia de seguros, el típico "cachas" "tío bueno" que luce musculatura y hace cabriolas imposibles con un baile neoyorquino al estilo "Break Dance", un fanático de la música rock de los años 80 o el típico "niño pijo" que escuchaba música de los Hombres G y los fines de semana esquiaba en Formigal con sus "súper-compis-amigos-para-siempre" de un prestigioso colegio bilingüe de la calle Serrano de Madrid. 
Una miscelánea variopinta que por extensión supone un desafío monumental para un director, Lidio Sánchez Caro, que no se arredra ante las dificultades y es capaz de extraer oro molido de un proyecto pintoresco y singular con un batallón de actores a su cargo que apenas caben juntos en el escenario. Se me antoja el denuedo de ensamblar todas estas piezas para que funcionen al unísono, sin fisuras ni desastres, tan arduo como mover las aspas de un molino con la fuerza de la mente. Por tanto, no puedo por menos que reverenciar el arrojo de Lidio y aplaudir hasta quedar mis manos callosas por regalarnos una obra, ya puedo comenzar a desplegar adjetivos, una obra, decía, tan excelsa, en mayúsculas, escrito con letras ígneas y contorno de neón. Yo, que valoro el arte y el talento sobre la pomposidad aparente de un buen escenario, los efectos especiales y despliegue económico para cubrir de lentejuelas la esencia primigenia una puesta en escena, me descubro con genuflexión incluida, reverencia y humildad ante el sobrenatural talento de los actores que conforman el esqueleto principal de "Lástima que sea una puta". Para todos ellos un abrazo virtual y agradecimiento eterno por regalarme un momento de felicidad tan dulce como rendido espectador. Sentado en primera fila sólo me faltaba deslizarme al escenario para confundirme con un actor espontáneo que por un instante hubiese olvidado su lugar en este mundo. Actores sobresalientes, todos ellos, dicción impecable, gestualidad y declamación sin tacha y una capacidad para la concentración y el ensimismamiento con el personaje interpretado que desprende hipnotismo y me sumerge en un trance de fascinación. Personajes que quedan en el escenario como efigies de piedra, silentes, inertes, rodean a la pareja principal, Giovanni y Annabella, sin mover un músculo, como sombras de fantasmas que se presienten e intuyen. El trabajo de estos actores es una
"máquina de precisión" que apenas descarriló unos segundos en un leve titubeo en la voz, un temblor, la sombra malvada de los nervios propios de un estreno, pero que regresó a su camino a la perfección en cuestión de milisegundos. No te das cuenta, a no ser que examines cada gesto con visión ultravioleta, microscopio y una radiografía para buscar fallos y defectos prácticamente inexistentes, como hice yo, en mi afán de escribir una crónica fidedigna a lo que aconteció bajo el techo del teatro Lagrada.

Actores como digo sobresalientes, pero mentiría si no dijese que en mi corazón ya se han instalado para siempre dos nombres muy concretos que en mi modesta opinión son como galaxias fulgurantes que atrapan la luz y los cuerpos celestes de los satélites que les acompañan. Que nadie se me soliviante, pues ante todo, está crónica quiere incidir en la bendita senda del talento incontestable de todos y cada uno de ellos. Hay algo en los actores, y en esta ocasión ha resultado casi palpable, que me descoloca y fascina a partes iguales, y es lo que yo llamo "mirada al infinito": esa cualidad hipnótica y mágica para observar lo que tienes delante atravesándolo, viéndolo sin observarlo, una mirada lánguida que flota en el horizonte indefinido y no sabes dónde va...
Dos nombres mayestáticos:

Antonio Barba (Giovanni), un actor con magnetismo en la mirada y en su persona que parece cargado de radioactividad y fuerza electromagnética, un tipo de atractivo desbordante, de esos que no pierden su belleza natural ni en pijama, recién levantados después de una melopea. Tania Watson, sobrenatural, ha sobrepasado mi expectativa y me deja sin palabras, cosa harto complicada para un escritor como yo, que gusta del "barroquismo" narrativo y viciada tendencia a la profusión léxica. Son dos talentos genuinos que irradian luz propia y que hacen de la interpretación una fuente de inspiración y deleite que mana con absoluta libertad, control escénico, naturalidad y profesionalidad propia de quien ha crecido entre bambalinas.

Un saludo muy cordial para todo el equipo, Jorge José López, veteranía en estado puro, Tania Watson, excelsa, Sebi Alcaráz, presencia imponente, Joaquín Carmona, el rey de las acrobacias, Paco Angulo, madurez consolidada, Isaac Romo y Ana Vega, ambos sobradamente preparados, ella un bellezón, Miguél Miguez, José Carlos Palacios y Antonio Meléndez Peso, talentos naturales de la interpretación que no defraudan, Patricia Gamuz, tan sutil y esbelta, elegante y magnífica, Soumaya el Jaouhari, exotismo salvaje que atrapa la mirada, Ana Iglesias aporta talento y frescura, Daniel Bolorinos, firme en el escenario y Rafa Torres, un baluarte donde se amarran el resto si acuden las flaquezas...
Disculpas si me he dejado en el tintero a alguno. Sois un batallón, y yo muy despistado.
Saludos cordiales de ORLANDO TÜNNERMANN. WWW.EL-HOTEL-DE-LAS-ALMAS-PERDIDAS.BLOGSPOT.COM

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