Revista Cultura y Ocio

Crítica teatral de "sueño de una noche de verano" en teatro quevedo, madrid

Por Orlando Tunnermann

Crítica teatral CRÍTICA TEATRAL DE “SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO”, WILLIAM SHAKESPEARE. TEATRO QUEVEDO.MADRID. COMPAÑÍA DE TEATRO BLUARTECOMENTADA POR ORLANDO TÜNNERMANNWWW.EL-HOTEL-DE-LAS-ALMAS-PERDIDAS.BLOGSPOT.COM
REPARTO:*PABLO MONTENEGRO-OBERÓN, TESEO Y DIRECTOR DE SUEÑO*PAULA COIZ- PUCK Y FILÓSTRATA*CONCHI ARROGANTE-TITANIA E HIPÓLITA*VÍCTOR BRENES-FONDÓN*CRISTIÁN ROJO-MEMBRILLO Y EGEO*CARLOS CEPA-FLAUTA*ANDREA BLÁZQUEZ-HERMIA Y FLOR DE GUISANTE*RAQUEL ARROYO-TELARAÑA Y HELENA*JUAN CARLOS PERTUSA-DEMETRIO*JAVIER HIDALGO-LISANDRO
Después de una larga temporada de asueto, de aparcar a mis musas y quehaceres pendolistas (de pluma y tintero), vuelvo a la carga con mis habituales críticas teatrales, pertrechado con mis trebejos (útiles) de disección y análisis concienzudo. Quienes ya se han sometido con anterioridad a mi riguroso estudio “clínico”, conocen la “bipolaridad” de mis juicios: puntilloso, exigente, perfeccionista, magnánimo y generoso, siempre en pos de la sublimidad, que se logra con denuedo incombustible y la pertinacia (constancia) que torna en maestros a los más avezados e infatigables pupilos. Hay que tropezar muchas veces para recorrer el camino con los ojos cerrados.
El desafío que nos plantea la compañía teatral Bluarte es poco menos que una temeraria baladronada (bravuconada), un salto al vacío sin red ni paracaídas. Reto de una complejidad mayúscula, que esto vaya por delante. William Shakespeare, el ave fénix del Paraíso, un nombre egregio que debiera pronunciarse esculpidas las palabras con volutas y arquivoltas de oro, llega a las tablas del modesto, familiar, entrañable y siempre recomendable Teatro Quevedo, embalado con primor y gasas de primera calidad para revivir al más ínclito e inefable (magnífico) dramaturgo y poeta de todos los tiempos.
Mis cinco sentidos escrutan sin descanso los primeros minutos expectantes de una función que puede suponer el encumbramiento de un actor o su colapso total hacia las inexorables aguas turbulentas del fracaso y el exceso de arrogancia. “Sueño de una noche de verano” nos presenta a ritmo frenético una trama de amores y desamores entreverados, un "anacrónico culebrón"; magia, fantasía, conjuros, ironía, comicidad y extravagancia, cuyo texto vuela cadencioso pero sin tregua en boca de los actores, vestido de un léxico en desuso que además va cosido a frases largas, dilatadas, engoladas, fatuas y engrandecidas por la pomposidad que otorga la declamación propia de aquella época, año 1595.
Textos interminables y abstrusos (confusos) donde los tropiezos, vaivenes y omisiones suelen ser compañeros habituales de los actores bisoños (aprendices). Nada de eso acaece en el caso que nos ocupa. A los pocos minutos ya ha calado en mi ser una certeza fidedigna: La compañía teatral Bluarte se ha embarcado en un proyecto de esfuerzo escénico titánico, pero los actores que van desfilando ante mis ojos se han transfigurado en los personajes reales urdidos por el dramaturgo inglés, “se los han fagocitado” (tragado). Corren ya sus declamaciones por su sistema nervioso central como un torrente genético, de tal manera que el espectador queda completamente hipnotizado, “teletransportado” al medievo. El efecto “teatralizado” es abrumador; el talento de los actores es de una calidad madurada que apenas necesita recorte de algunos flecos molestos que crecen en el camino de todo actor, como la hierba salvaje que medra a su libre albedrío. Cristian Rojo (Egeo) sale a escena como un volcán. El fervor de su interpretación es un derroche generoso de talento vehemente que acaso necesite unas dosis de mesura. Levemente sobreactuado en los primeros minutos, ello redunda en falta de naturalidad. Enseguida encauza el curso de su discurso y olvido enseguida esos minutos iniciales de despegue ligeramente presuroso. La descalabrada historia de amores veleidosos que vienen y van, que mudan pieles, que se confunden, que atribulan a los personajes sumiéndoles en mares de incertidumbre y anhelo y viajan de un corazón a otro como navíos sin timonel, está sembrada de momentos de gran hilaridad. El director de orquesta de ese bajel de comicidad es el inefable Víctor Brenes (Fondón), un cómico natural, sin aderezos impuestos, un manantial de oratoria y destreza para moverse en el escenario como una criatura criada bajo los focos de un gran teatro. Lo mismo se arranca en fandangos que en caricaturas de personajes grotescos. Dotes de charlatán y feriante ambulante, su expresión corporal es la de una marioneta con vida propia. Ni un atisbo de nerviosismo, su discurso es veloz y grandilocuente, hipnotiza. Su donaire es contagioso y ya puedo escuchar cómo el público recompensa su talento con sonoras risotadas.
Helena (Raquel Arroyo) y Hermia (Andrea Blázquez), dos beldades (bellezas) esculpidas al estilo de las musas helenas, están perfectas en sus papeles. Andrea (Hermia), con su elegancia y limpidez me desarma y no encuentro resquicios donde insertar mi tijera de sastre para recortar flecos inadecuados. Es amor y dulzura lo que exuda todo su ser en esa espera galopante del idilio que ha de consumarse en las profundidades de un lóbrego bosque con su rendido amado, Lisandro (Javier Hidalgo).
Javier es un pilar bien construido, no yerra, se mantiene erguido, no pierde el rumbo, conoce al dedillo su cometido y lo lleva a cabo sin errores ni desvíos. Raquel Arroyo (Helena) es pura expresividad y conduce su rabia y frustración con la emotividad que necesita su personaje. El tono de su alocución vibra como un fuego que no se puede consumir. Su expresión de “Magdalena doliente” es veraz, así como la incertidumbre y agitación que la gobierna prácticamente durante toda la función. La elegancia y el porte de belleza masculina lo pone un correctísimo Juan Carlos Pertusa (Demetrio). Puedo imaginarle vestido de pretoriano. Está fundido en su personaje. Su presencia en el escenario es un baluarte imprescindible y lógico a la vez. Es casi fugaz, efímera y difusa, como un sueño, cada intervención de Carlos Cepa (Flauta). Personaje adorable, cómico, carismático y desde el minuto unoentrañable, el espectador siente casi la necesidad de arroparlo y acariciarlo. Con su magnífica interpretación logra que mi ánimo ya le eche de menos cuando se esconde tras las cortinas. Los personajes de Hipólita y Titania son dos titanes pétreos que no sucumben en ningún momento, interpretados por la inefable Conchi Arrogante. Actriz curtida, su peso en el escenario es evidente y realzado con esas estridentes vestimentas policromadas que gasta en plan Carnaval veneciano. Su actitud es tan desenfadada y cómoda que uno se olvida de Concha, la actriz. La mirada ya ha quedado prendada de Hipólita, la mirada se anega de Titania y uno queda convencido de que ella será quien arrope a los personajes más desprotegidos. He dejado para el epílogo a los dos personajes que más me atraen, Oberon-Teseo (Pablo Montenegro) y Robin-Puck (Paula Coiz). Antes hablaba de conjuros, magia, fantasía, comedia y astracanada surrealista sobre el escenario. 
Eso es “Sueño de una noche de verano”, pero debo admitir que “Sueño de una noche de verano” me resulta casi inconcebible sin la presencia de Paula Coiz (Robin, Puck, Filóstrata). Paula es en sí misma una anomalía, un milagro escénico, lo hace todo magistral y su presencia es omnipotente y omnipresente, incluso cuando subyace en las sombras, agazapada en un trasunto de árbol forestal. Su sonrisa sibilina de gato Cheshire, su mirada hipnótica, su expresividad infantil y risueña, es como las llamas y el fuego cimbreante (que ondula) te atrapa, te hechiza. Paula tiene un don, como lo tuvo Elisabeth Taylor, Lana Turner o Marilyn Monroe, su mera presencia era suficiente para eclipsar al Sol. Me fascina su elasticidad. Como el viento se mueve sin hacer ruido y su cuerpo se adapta a la materia, dúctil, ingrávida, es de goma esta mujer que parece flotar como si en los pies tuviese alas de Pegaso o la diosa Nike. Paula tiene ese raro don de la perfección que mana natural, como si brotara de un manantial. Divertida, misteriosa, irónica, traviesa y maliciosa, convertida en diablillo, Puck urde toda suerte de juegos y asechanzas por el mero placer del entretenimiento. Taimada, antojadiza y caprichosa, infantil y encantadora, encarna a la perfección Paula al duende díscolo que disfruta ocasionando desastres, dislates y desmanes para alimentar su alma solitaria. No se le queda atrás Teseo-Oberón, ambos personajes llevados al culmen (cima, cumbre) por Pablo Montenegro. Este actor de estructura formidable y dotes de galán conquistador y líder nato se mueve como pez en el agua, ya sea vestido de sotana, túnica romana o atavíos prehistóricos con yelmo de cuernos y piel de macho cabrío. Inunda de talento el escenario cada vez que nos hechiza con su magia. Voz portentosa de divo que merece mayores glorias, tan solo queda menoscabado cuando irrumpe la insuperablePuck, esa Paula Coiz que anubla los sentidos y que parece nacida para engendrar personajes y regalarles un pedacito de su alma. Dificultad extrema para estos actores que, en una función disparatada plagada de escollos interpretativos, se enfunda con soltura en personajes dispares en un derroche explosivo y polifacético de genialidad.
Un proyecto arriesgado no apto para timoratos que rubrica con creces la compañía de teatro BLUARTE, paradigma de los frutos que recoges cuando el trabajo se basa en la constancia y el entusiasmo como almas gemelas de un mismo objetivo.
ORLANDO TÜNNERMANN.

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