Revista Cine

Críticas a la carta: ‘La isla’, los mismos errores

Por Cinéfilo Criticón @cinefilocritic

Con este artículo damos oficialmente inaugurada la nueva sección de Cinéfilo Criticón: Críticas a la carta. Un espacio donde ustedes nos piden una película en especifico y nosotros haremos una crítica de la misma. Esta ocasión toca el turno al sexto largometraje del temido Michael Bay, cineasta odiado por medio mundo pero que pese a ello ha cosechado, en su filmografía, poco más de 5 mil millones de dolares alrededor del mundo. Vamos, mal no le va. Empecemos.

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Luego de haber terminado su primera secuela, aunque no sería la última, con Bad Boys II, Bay se adentraría a un género fílmico con el cual podía explotar a fondo sus virtudes como cineasta: la ciencia ficción. Y es que Bay, pese a tener un limitado grado de creatividad narrativa en sus películas, sabe hacer algo muy bien: usa las herramientas tecnológicas para contar una historia desde lo visual para con ello entretener al público pese a que la estructura narrativa del relato quede sobrada o intrascendente. Y en La Isla no es la excepción. Tomando como base los relatos distópicos de historias como  Fahrenheit 451 ó 1984, Bay nos presenta una idea muy interesante: es el año 2019 y la población mundial ha sido casi erradicada por un terrible virus, los sobrevivientes viven en una especie de instalación científica donde llevan una vida totalmente militarizada y tienen prohibido tener contacto con el mundo exterior, entre otras muchas cosas. Cada cierto tiempo hay una lotería, un sorteo, y el “sistema” escoge a un individuo al azar para que pueda salir de la instalación e irse a La Isla, el único lugar de la tierra libre de contaminación. Hasta este punto todo marcha bien.

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Digo esto porque Miachel Bay tiene un serio problema que muchos compartirán conmigo: el tipo siempre antepone su enorme ego en deterioro de contar una historia bien. Me explico. Bay se dio a conocer, antes de ser director de cine, como un competente director de vídeos musicales y clips de reconocidas marcas americanas en los años 90’s. Con pequeñas mini-historias de 3 a 4 minutos, Bay usaba los recursos que tenía en su poder para poder impactar al consumidor, nosotros, y con ello dejar un grato sabor de boca en el espectador.  Así pues, Bay usaba los elementos que lo distinguirían durante toda su carrera: actores carismáticos, mujeres voluptuosas, edición frenética, música excesiva y efectos visuales al por mayor. Todo esto mezclado en pequeños anuncios funciona muy bien y logra su cometido, el problema es que esto mismo no puede tener el mismo efecto en un producto de más de 100 minutos de duración por una sencilla razón: el espectador se cansa.

Si bien estos elementos le resultaron más o menos bien en películas como La roca, hasta el momento su mejor trabajo, o Armaggedon, Bay los siguió utilizando sin ponerse a pensar si eran necesarios para contar una historia. No importa que tipo de género sea o que historia se este desarrollando, él usa los mismos recursos porque piensa que la fórmula tendrá el mismo efecto en el espectador, sea la historia que sea. Y ese es el gran error en La Isla, pero vayamos por parte.

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La película comienza de una forma conveniente aunque luego quedé muy inconclusa y confusa con respecto a la secuencia final, pero de eso hablaremos después. Las primeras imágenes de la película nos sitúan en la atmósfera dramática que la historia tendrá y la música de Steve Jablonsky es acertada con respecto al contenido. Finalmente somos testigos de algo que ya es repetitivo en muchas películas pero que sigue siendo eficiente por ratos: estamos viendo un sueño. Instantes después conoceremos al protagonista del relato, Lincoln Six Echo, interpretado por un cumplidor Ewan McGregor. Es a partir de aquí que en poco menos de 20 minutos iremos conociendo lo que esta sucediendo. El personaje de McGregor parece saber tanto como nosotros y hasta cierto punto eso ayuda a la fluidez e interés del relato, sin embargo, como viene siendo costumbre en las películas de Bay, conforme se desarrollen acciones y se vayan descubriendo más piezas del rompecabezas, las preguntas saldrán a flote, inclusive más que las respuestas y eso es un gran problema aquí pues la premisa de la película rápidamente será cuestionada por el espectador. ¿Esto es verosímil? ¿Por qué pasa esto y no aquello? ¿Qué esta ocurriendo? Esas interrogantes saltan a primer visionado y es normal, más si lo que nos están contando no tiene los cimientos sólidos.

Conforme avancen los minutos se nos revelará lo que muchos ya estaban intuyendo: estos personajes no son humanos sino clones y no existe tal Isla. Pero no solo son clones, sino que son productos de laboratorio sin alma, conciencia, sentimientos ni malicia. Resulta que a alguien se le ocurrió la brillante idea de hacerse millonario con la pregunta existencial que todo ser humano ha pensado: ¿Existe la inmortalidad? Pues por una considerable cifra de dinero puedes pedir a una empresa que te fabrique un clon en perfecto estado y resguardarlo en una instalación secreta alejada de la civilización. Cuando un órgano te falle o tengas un grave accidente, bueno, usarán las partes de ese clon para “revivirte”. En este punto la idea es más que entretenida y la crítica que hacen a la sociedad es tremenda, desafortunadamente todo este fuerte mensaje se pierde apenas el protagonista escapa de esta instalación científica.

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Y es que hay un punto donde Bay nos toma, a nosotros como audiencia, como gente limitada de uso cerebral. ¿Me estás diciendo que en pleno año 2019 en una instalación con la mayor tecnología del mundo y por ende la mejor seguridad, un individuo pueda colarse internamente sin ser detectado y encima escapar tan fácilmente? La respuesta es no. Y es en este punto donde se pierde interés y credibilidad a lo que estas viendo. Bay usa explosiones, disparos, persecuciones, escenas de acción, música, edición desbordante y movimiento insanos de cámara para confundir al espectador y que a éste no le importa lo inverosímil que resulta tal situación. Pero basta y resulta que el espectador no es estúpido, sino por el contrario, es inclusive más inteligente que un crítico profesional de cine. Sabe cuando algo va mal y sabe cuando le están tomando el pelo.

Y es que el mayor problema de La Isla es que todas las situaciones que orillan al protagonista y a su compañera, interpretada por Scarlett Johansson, a seguir huyendo son simplemente ridículas. Elipsis de tiempo, chistes racistas y sin gracia, mujeres de pasarela, montaje de imágenes que marean tu vista, personajes que no te interesan y explosiones, muchas explosiones por todos lados. Es lógico pensar que con todos esos distractores pierdas el interés de lo que te están contando y más grave aún, te olvidas de la premisa que en un principio te había atrapado. Simplemente ya no te importan ni los personajes ni la trama pues son tales las situaciones que nos presenta la película que en cierto punto nos preguntaremos: ¿De qué va esto? No por nada muchos críticos habían comentado que son dos y hasta tres películas en una. Y lo peor es que ninguna gusta ni cierra un ciclo. Grave error.

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En cuanto a los personajes no tengo realmente una queda, Bay siempre ha sabido contar con actores de tal carisma que por el simple hecho de aparecer en los créditos hacen que el público pague un boleto de cine. McGregor hace lo que puede con su personaje, aunque en ocasiones se le nota perdido y carente de ideas, y no porque sea un mal actor sino porque el guión y las acciones de su personaje no le ayudan en nada. Johansson solo es usada como una linda cara, situación que, creo, los fans de la actriz no tomarán a mal para nada. Casi similar a Johansson es el de Djimon Hounsou, como el detective y militar privado que debe dar caza a los prófugos, un personaje cliché cuyo tratamiento es irritante. El antagonista del relato, Sean Bean, interpretando al Dr. Merrick, líder en jefe de las instalaciones y el concepto de los clones, hace un papel más que cumplidor y decente, aunque el desenlace de su personaje se siente forzado , muy forzado. Pero si de unos actores tengo que hablar, son de dos en particular. Uno es el siempre confiable Steve Buscemi, uno de los grandes secundarios en la historia del cine, como un divertido supervisor de mantenimiento que ayudará a nuestros heroes en la historia. Los mejores diálogos corren a su cargo, así como revelarnos toda la información necesaria de la película y con la cual los protagonistas deberán confrontar los minutos restantes. El otro gran personaje, aunque salga solo unos minutos, es el fallecido Michael Clarke Duncan, como uno de los primeros “afortunados” en ir a La Isla. Su secuencia es asombrosa y aterradora y es probablemente la imagen más recordada de toda la película, lástima que no siguieran por ese camino y se perdieran en absurdas ideas que no ayudaron para nada al desarrollo de la trama.

Con todo esto que dije no quiero decir que La Isla sea un desastre total, es más bien un producto fallido que se pierde no en su contenido sino en la forma en que lo narra, culpa total de Bay. No es para nada extraño que la película fuese un fracaso en la taquilla y que pasase sin pena ni gloria por las carteleras de todo el mundo. Ocasionalmente la pasan en el televisor y quizás algunos la vean una tarde de domingo cuando no hay absolutamente nada que hacer. Tiene unos aciertos e ideas entretenidas pero como conjunto falla estrepitosamente. Prueba de ello es la secuencia final rellenada con música emotiva, un acierto, para que el espectador pueda conmoverse o quizás quitarse el mal sabor de boca que dejó la película. Aunque minutos después de que haya termindo te preguntarás algo muy inquietante y confuso: ¿La secuencia inicial y final es la misma? Y de ser así, ¿cómo es posible que el clon haya soñado con una visión del futuro? Por este tipo de cuestionamientos es que la experiencia al verla queda inconclusa y decepcionante. Una lástima pues había aquí una idea sumamente profunda e interesante pero se pierde en un mar de decisiones mal ejecutadas de Bay.

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PD. En los próximos días Cristóbal y Miguel harán la crítica de Nymphomaniac. Excelente inicio de semana santa, comunidad.


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