Revista Cultura y Ocio

Críticas exprés: Las bicicletas son para el verano / La judía de Toledo

Publicado el 12 marzo 2017 por Universo De A @UniversodeA

La segunda república española (y la primera tampoco se queda atrás, también fue de lo más bananera… aunque su sucesora fue mucho peor) fue un régimen catastrófico y fatídico para este país. De democracia no tuvo nada, la jefatura de estado de izquierdas le hacía la vida imposible a las derechas (muy especialmente si estas conseguían algún poder en el gobierno); las mujeres no podían votar, (lo que ahora se justifica con el “voto de confesionario”, lo que, en otras palabras, viene a significar que se las consideraba tan estúpidas y tan faltas de capacidad de razonamiento e ideas propias, que se dejarían llevar por el cura… claro, como si los hombres no se confesasen también; eso es machismo puro, lo mires por donde lo mires); su aconfesionalidad fue un laicismo y una persecución descarada hacia la Iglesia católica como no se veía en siglos; la política educativa (que se benefició de proyectos que ya se habían iniciado en el reinado del Rey Alfonso XIII) era propaganda pura y dura (las conocidas como “misiones pedagógicas”, hacían cosas como alterar los clásicos del siglo de oro para dar una visión “adecuada” -traducción: politizada y propagandística del regimen-, por poner un ejemplo, el santificado Lorca, sin ir más lejos, cambió el auténtico final de “Fuenteovejuna” para evitar que se viera como los Reyes católicos hacían justicia y lo solucionaban todo al final de la obra); no hubo consideración alguna hacia la cultura (las obras del Museo del Prado arrastradas por media España y con riesgo de su destrucción; la quema incesante de iglesias bajo el lema, dicho por el propio Azaña, jefe de estado de este régimen infame, de que “todas las iglesias de Madrid no merecen la vida de un sólo republicano”, con la consecuente destrucción definitiva de un patrimonio histórico-artístico de valor incalculable)… y cuando las cosas se radicalizaron más, ya no digamos: asesinatos a mansalva sin juicio previo (de todo el que fuera levemente sospechoso de ser de una ideología no afín a la república), conversión en estado satélite de la Unión soviética… etc. Y ya no hablemos de sus dirigentes, que robaron el oro del banco de España para entregárselo a Moscú; o cómo abandonaron a su suerte, para salvarse ellos, sucesivamente, primero Madrid (que encima, fue lo último en caer), después Valencia y finalmente Barcelona, a sus ciudadanos y a todos aquellos que les habían sido leales. Sin mencionar que, muchas cosas que ahora no falta quien pretenda atribuir exclusivamente al régimen franquista, tuvieron su origen precisamente en la república (por ejemplo, la famosa ley de vagos y maleantes). Y como colofón, este tan terrible régimen republicano, provocó una de las más sangrientas guerras civiles de la historia de España, que además desencadenó, inevitablemente, en otra de las más terribles guerras de la historia de la humanidad: la segunda guerra mundial (que parecía imposible después de la primera, la gran guerra, aquella que “acabaría con todas las guerras”).

Todo esto, y muchas más cosas que me dejo en el tintero porque para eso necesitaría un libro entero (y ya sólo con lo que acabo de mencionar, adecuadamente desarrollado, se puede hacer uno bien gordo) se hicieron en apenas ocho años (y muchas de ellas, en sólo cinco)… ¿de verdad es ilógico que hubiera un golpe de estado que acabara con tan espantoso régimen?, cierto que lo que vino luego no fue mejor, pero también resulta consecuente: la segunda república ya había ejercido una fuertísima represión, había hecho todo lo posible para conseguir que lo que iba a pasar después fuera absolutamente lógico (la diferencia es que el franquismo tuvo cuarenta años para hacer más cosas… con todo, siguen asombrando la cantidad de barbaridades que se hicieron en apenas cinco); y cómo se suele decir, los monstruos son generados por otros monstruos: la segunda república es la madre del franquismo; por lógica y evidente consecuencia; y la represión y barbaridades que ejerció el régimen dictatorial del generalísimo no son sino una venganza y un resarcimiento de lo anterior; ¿injustificable aún así?, sí, desde luego, pero se puede afirmar con mucha, o incluso toda seguridad, que de haber ganado la guerra la república, lo que hubiera pasado no hubiera sido diferente sino incluso peor.

Y no mentiré, hoy España no sería lo que es si no hubiesen ganado los nacionales, de lo cual, a pesar de todo, hay que alegrarse de que sucediera. De no haber sido así, probablemente hoy nos veríamos como muchos países de Europa del este, y ya sabemos como están por allí… a todo esto, ¿en cuales de ellos queda un régimen comunista?, ¡uy, espera!, ¡ni en Rusia!.

Y es que hay que dar muchas gracias a que volviera la monarquía a España, puesto que gracias a ello, las cosas volvieron a estar bien (como siempre demuestra nuestra historia, por otra parte),

Por eso me ponen enfermo los defensores demagogos de esa segunda república, que no solo es evidente que no han aprendido nada de la historia y del sufrimiento de muchos, sino que encima mienten (por estupidez, ignorancia o directamente perfidia) con todo descaro cuando hablan de ese régimen, pretendiendo santificarlo… afortunadamente, y como comentaba recientemente, la mayoría de la ciudadanía sí ha aprendido la lección y no quiere volver atrás… de ahí que el voto en España esté en el centro y todo el mundo tema los radicalismos (el mejor ejemplo, es cierto partido político, que en cuanto se le ha visto el plumero en ese sentido -a pesar de la mala situación actual, que provocó su surgimiento y efímero auge, debido a la necesidad de castigar a los partidos tradicionales-, ha perdido votantes imparablemente). Ocho infaustos y brutales años de ultraizquierdismo y cuarenta de ultraderechismo (consecuencia y reacción directa de los anteriores) nos han enseñado que la solución nunca está en los extremos sino en el medio; al menos hemos aprendido eso, y no es poco.

¿A qué viene todo esto en un artículo de críticas teatrales?, pues porque resulta que ambas obras de las que voy a hablar tocan el tema del franquismo (de una forma negativa), la segunda república (de manera benéfica), y yo ya me he hartado de tanto tópico demagógico y proselitista, de que pretendan hacer a la gente comulgar con ruedas de molino, ¡y no señor, bajo ningún concepto!, vamos a poner cada cosa en su sitio y dejar las cosas claras: la única diferencia entre la segunda república y el franquismo fue el discurso, porque el fondo, venía a ser el mismo, dos caras de la misma moneda… como siempre pasa con todos los regímenes radicales, por otra parte (y para quién me quiera argumentar la cuestión del voto… en el franquismo también se votaba, ¿o no era una “democracia orgánica” acaso?, tan democrática como la república que lo precedió eso sí, pues igualmente el lema venía siendo: si no piensas como yo, tienes un problema y todas las posibilidades de acabar mal).

Críticas exprés: Las bicicletas son para el verano / La judía de Toledo

¡Los teatros del Centro cultural de la villa Fernán Gómez cumplen cuarenta años! (la verdad es que ya vi el logo en el programa de mano de “Tristana”, pero me olvidé por completo de mencionarlo en aquella crítica), hay que ver como pasa el tiempo… y aunque no estén haciendo, de momento, muchas cosas para conmemorarlo, me gustan algunos de sus guiños para ello; así, ahora programan una obra autoría de aquel del que llevan el nombre desde la muerte de este (muy ligado a los teatros municipales por otra parte, esta obra de la que haré la crítica se estrenó en el Español, y su capilla ardiente fue también en este mismo lugar).

Sin embargo, últimamente reconozco que la programación ha bajado de calidad en este lugar, al menos en la sala Jardiel Poncela, ¡qué incesante, insufrible e interminable desfile de espectáculos de Cabaret!, ¡que por encima son todos iguales!, ¡visto uno, vistos todos!, ¿pero quién está al cargo de semejante obsesión electiva de bodrios y desajuste total?, sin mencionar que es evidente que en esa sala, condenable aunque habitual práctica en cualquier sector (y este no es menos), se impone la política del amiguismo, y el de darles un espacio a mis colegas “artistos”… a cargo del dinero público claro está (sólo pensar lo que se gasta en publicidad en la vía pública para anunciar esos espectáculos que no lo merecen, ya es como para caer muerto inmediatamente). Y yo tengo clarísimo que no me trago ni uno más, bastantes he soportado, y todos ellos de muy escasa y cuestionable calidad (ejemplo 1 y ejemplo 2).

Aunque al menos tienen programación, que es más de lo que pueden decir en el Matadero, dónde todo el mundo se pregunta que pasará, o siquiera, qué nombre tendrá. Lo sé, la vida es deliciosamente surrealista.

El programa de mano de esta obra es bastante escasito.

-Las bicicletas son para el verano: sería difícil definir políticamente a Fernando Fernán Gómez, no falta quien dice que los medios nos han querido ocultar sus afinidades anarquistas, sin mencionar su defensa de la violencia como manera de alcanzar un fin (aunque la bandera de esta ideología política figurara sobre su ataúd en la capilla ardiente); pero es innegable su colaboracionismo con el régimen de Franco (vivió y trabajó en él, y además aceptó premios y distinciones de este) que incluso hay quién dice que defendió en sus primeros momentos… en cierto modo, y salvando mucho las distancias, me recuerda a esos pretendidos actoruchos actuales como son Guillermo Toledo o Alberto San Juan, que no dejan de despotricar sobre el sistema en el que (y del que) viven, y sin embargo, no dudan en beneficiarse de él… porque para nada se les ocurre marcharse a esos paraísos maravillosos que aseguran que son ciertos países iberoamericanos. Y luego claro, no entendemos que cierto gobierno no quiera dar ayudas a cierto sector, algo que, a todas luces está mal y es discriminatorio, pero tampoco cuesta entender que no quieras dar dinero a tus enemigos, pues de bien nacidos es ser agradecidos y no hay que morder la mano que te da de comer, porque sino, lo que hay que hacer es renunciar a esta y ser consecuente.

¿Qué por qué hablo de todo esto una vez empezada la crítica y no en el comentario previo?, ¿que qué relevancia tiene para juzgar esta obra?, pues mucha, porque lo cierto es que “Las bicicletas son para el verano” flojea, y no es una auténtica obra maestra precisamente porque se le nota de que pata cojea, y esa pata es un discreto favoritismo por el bando republicano; si tal cosa no se notase, sería total y absolutamente innecesario comentar o repasar las afinidades políticas de Fernán Gómez, de hecho, estaría totalmente de más y sería ilógico y absurdo… pero no lo es. Y es que, como muchas veces he defendido, las auténticas grandes obras maestras nunca están politizadas ni son parciales.

No voy a negar que el texto está muy bien escrito, de hecho, es rematadamente bueno en la naturalidad de sus diálogos, sus personajes están muy bien definidos, el recorrido histórico es excelente (los hechos vividos en Madrid, desde poco antes de comenzar la guerra civil hasta su rendición ante el general Franco) y funciona en todo momento… pero la obra, de lo que pretende tratar, es de una familia normal, que sólo quiere vivir su vida lo mejor posible y que no tiene grandes o relevantísimas tendencias políticas, personas normales, comunes, que simplemente intentan salir adelante; pero muy lamentablemente, en el fondo, no se deja de percibir, de forma subrepticia, la idea de que todas las desgracias fueron culpa del bando franquista, pintando la república como el sistema bondadoso y de libertades que nunca fue (para más detalles, leer el principio de este artículo).

Pero, hablando de esta producción en concreto, no se puede dejar de decir que es esforzada y notable.

La dirección de César Oliva tiene la torpeza habitual (lo de dejar a los actores en el escenario todo el rato es particularmente insoportable; sin mencionar que toda la obra está absurdamente marcada, y en general, todos los movimientos y decisiones escénicas resultan forzadas y artificiales) y sigo preguntándome que grandes contactos tiene en este teatro para ser programado una y otra vez, sin mérito aparente para ello.

Por lo demás, el resto de la producción cuida mucho y muy agradablemente la estética, funcionando en todo momento, muy especialmente el encantador vestuario de Berta Graset, que consigue cierto toque estético, sin llamar innecesariamente la atención, además de ayudar a contar la historia, en otras palabras, lo que es un gran trabajo, vamos.

Por lo demás, el reparto artístico está en un estado de gracia absoluto, todos están absolutamente perfectos (digo esto con ciertas reservas, puesto que Esperanza Elipe repite el papel de siempre, eso no es una actuación, sin embargo, hay que reconocer que en el conjunto final, funciona, así que lo dejamos pasar), muy bien en sus personajes; tanto, que no quiero destacar a ninguno sobre ningún otro, pues lo considero injusto. Sin embargo, no quiero dejar de mencionar a Llum Barrera, que aunque es más conocida por su faceta cómica, y especialmente como gran monologuista, cuando hace papeles dramáticos está simplemente arrebatadora (como ya ha demostrado más de una vez en más de un medio) y nunca deja de demostrar que es una gran actriz.

En definitiva, si bien esta producción de “Las bicicletas son para el verano” bien podría ser vista por muchos como “otra de la guerra civil española” y otra “propaganda postrepublicana”, también es cierto que tiene otros importantes méritos a tener en cuenta; y, aunque hay que acudir teniendo en cuenta todos sus defectos, yo no puedo dejar de recomendarla a quién pueda interesar, porque no se puede negar que es teatro bien hecho.

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¡Hay que ver lo mala que ha sido esta temporada en el Teatro de la comedia!, he estado repasando mis críticas y no se salva ni una obra, por estas o por otras, he desrecomendado todas las obras que he venido a ver de la Compañía nacional de teatro clásico… algo que reconozco que me apena.

Y eso que he sido cuidadoso y he tratado de evitar ir a montajes que no me acababan de convencer, pero nada.

Además, muy desgraciadamente, como leeréis a continuación, no podré escribir la excepción que confirma la regla con la crítica de la obra que veréis abajo; y, ojalá suceda lo contrario y lo totalmente imprevisto, con la producción que queda con textos de Quevedo (a la que trataré de acudir), pero mucho me temo que no será así.

Mucho me temo que ya se puede valorar, con total justicia, que la temporada 2016-2017 de la Compañía nacional de teatro clásico ha sido sumamente desafortunada, debido a una mala elección de las producciones programadas. Triste pero cierto. Y como ya digo, aquella obra de la que voy a hacer la crítica a continuación, no sólo no es la excepción, sino quizás, el máximo exponente de la decadencia y caída.

-La judía de Toledo: creo que la mejor manera de hacer una crítica a esta obra es escribir una de mis sarcásticas reproducciones de lo que supone ir:

Estaba muy ilusionado, Lope de Vega, que siempre me encanta y tengo ganas de ver más de él, ¡que emoción, que emoción!, y a pesar de que conseguir la entrada costó, como dice aquella ópera “suspiros y penas alcanzar tan feliz instante”, también es cierto que una vez alcanzada la meta, volviendo a citar “El barbero de Sevilla”: “mi corazón vuelve a respirar”. Pero vistas las dificultades iniciales, debería haberme dado cuenta de que el asunto estaba gafado desde el principio.

Entro en ese teatro precioso, que me encanta, que es el de la Comedia; como siempre me dejo deslumbrar por la preciosista decoración neomudejar de principios del siglo XX, deleitándome en los colores y detalles… pero no me dejo llevar, porque hay que tratar de leer el programa de mano antes de que empiece la obra… ¡horror!, la directora Laila Ripoll escribe un montón de sandeces y se hace más que evidente la intención parcial y proselitista de su versión y visión como directora.

Ya estoy temblando, “¡joder!, ¿dónde me he metido?, si en vez de escribir tantas críticas leyera más las de los demás, mejor me iría”, no puedo evitar pensar. Pero una parte de mí aún quiere tener esperanza, aún trata de ver la luz al final del túnel.

Y se hace la oscuridad, mal empezamos: se nos pone una reproducción del NO-DO que ni tiene sentido ni viene a cuento… poco a poco empiezo a vislumbrar que (mientras recuerdo casos parecidos de los peores tiempos y producciones del Teatro Real), ya está la típica visionaria pretendiendo cargarse un clásico imponiendo su mediocridad sobre la genialidad del material original.

¿Pero qué coño tiene que ver Franco con Alfonso VIII?, ¿alguien me lo quiere explicar?, ¿por qué la historia se desarrolla en un inverosímil y absurdo siglo XX?, ¿por qué todo es incoherente, metido con calzador, hace aguas por todas partes y no se sostiene por ninguna?… ya alcanzo el culmen del desconcierto total cuando, prosiguiendo al noticiario de la victoria de Franco, prosigue el de la boda de Balduino I de Bélgica con Fabiola de Mora y Aragón (supongo que no pusieron imágenes de la de los actuales Reyes padres de España para evitar abucheos ya desde el principio), que tampoco tiene nada que ver con el asunto que estamos tratando, pero que Ripoll intenta a la desesperada que asociemos y aceptemos con la absurda e hipotética monarquía de Alfonso VIII que nos está planteando, concepto que no hay quién se trague (ni el de asociar la “cruzada” franquista con la medieval).

A partir de ahí, ya no me temo lo peor… sé que estoy ante ello; así que para no frustrarme durante lo que queda, y tratar de pasarlo siquiera un poco bien, decido centrarme en el texto de Lope de Vega… pero ni por esas, todo va de mal en peor con una versión hecha a golpe de cuchillo de carnicero, sin pies ni cabeza, que es incapaz de crear una mínima coherencia, cohesión, y ya no digamos definir a sus personajes; de modo que la obra está en pleno proceso saltimbanqui continuamente, corta-pega, corta-pega, todo sucede porque sí, sin más, y sin demasiado sentido; mientras, el espectador siente que le están conduciendo por una carretera llena de baches y agujeros del tamaño de los dejados por una bomba atómica.

Me aburro, me horroriza, me repugna. Trato de verle algo positivo, sí vale, mucha grandilocuencia y mucho efecto en el montaje, pero ningún fondo, mucha demagogia y proselitismo… me siento como si estuviese atrapado con alguien que trabaja como comercial durante hora y media, y sin ser capaz de decir que lo que vende ya lo tengo muy visto y que no me interesa.

Y a pesar de todo, observo con sorpresa a un reparto dividido, descompensado, con actores que están muy bien (Manuel Agredano, Ana Varela -no se puede dejar de hacer notar su desesperado y complicado intento de hacer un acento inglés con versos del siglo de oro, con más éxito en unas escenas que otras- o Mariano Llorente), y otros que están espantosamente mal (Federico Aguado, Elisabet Altube, Jorge Varandela)… lo que es muestra de una pésima dirección de actores (bueno, la dirección de Laila Ripoll es pésima a secas), los pobres hacen lo que bien pueden, con el mayor o menor talento que poseen, con el terrible material del que disponen.

Y yo no veo el momento de que acabe la obra, he consultado ya mil veces la duración en el programa, he observado dos mil veces el reloj, y el tiempo que no pasa… me distraigo, empiezo a organizar otras cosas mentalmente, me acuerdo de no sé qué… por más que otra parte de mí trate de que mantenga la atención.

Se acaba, iba siendo buena hora, me ha parecido infame y me niego a permanecer más tiempo en la sala de lo necesario, es una de esas escasas veces en las que siento la necesidad desesperada de escapar del teatro, tengo una sensación tan desagradable, y siento un cabreo y hastío tan hondo, que lo único que quiero hacer es irme y olvidar tanta repugnancia.

En definitiva, esta producción “La judía de Toledo” es una de esas múltiples profanaciones innobles y vergonzosas de un clásico, utilizado sólo para expresar unas ideas personales y pretender vendérselas o hacérselas tragar al espectador sin más, uno de esos múltiples casos en los que una pretendida artista (Ripoll) se cree mucho más que un auténtico artista (Lope de Vega), así que la primera destroza la obra del segundo para un mayor autolucimiento propio, consiguiendo sólo hacer una porquería infumable, que es como considero que hay que definir a esta nada recomendable producción.


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