Revista Cultura y Ocio

Crónica de un casamiento por amor, a prueba de lengualargas

Publicado el 09 diciembre 2014 por María Bertoni
El documental empezó como un corto que Garay extendió tras reencontrarse con Julia e Ignacio.

La historia del documental empezó a mediados de los ’90 cuando Aldo Garay conoció a Julia Brian e Ignacio González.

Entre los estrenos cinematográficos de la semana pasada, figura El casamiento, documental del uruguayo Aldo Garay que algunos espectadores habrán visto en la 13ª edición del BAFICI, donde ganó una mención en la competencia ‘Derechos Humanos’. Tres años y medio más tarde, la película volvió a cruzar el Río de la Plata, esta vez para exhibirse en un circuito atípico (o infrecuente), conformado por la sala del Malba (que le acordó las funciones dominicales de diciembre a las 18) y por algunas multisalas cordobesas y del conurbano bonaerense.

La pareja que conforman Julia e Ignacio perturbará a quienes condenan toda expresión de diversidad sexual, y escandalizará a quienes -retomando las palabras del sacerdote responsable de bendecir la unión matrimonial- rechazan la idea de un Cristo a gusto entre pecadores. Seguro, unos y otros descalificarán un largometraje que -sin ninguna hilacha demagógica- habla de amor y no de conceptos tan arbitrarios como ‘normalidad’ y ‘moralidad’.

La condición transexual de Julia es apenas un aspecto de la historia de convivencia e inminente matrimonio que cuenta Garay. En efecto, el seguimiento realizado durante años también da cuenta de los golpes que la vejez, la enfermedad y la pobreza les dieron a estos dos enamorados capaces de expresar adoración mutua y de admitir desencuentros inevitables pero en definitiva anecdóticos y superables.

Además de concentrarse en sus dos protagonistas, El casamiento ofrece postales del Uruguay humilde, digno, entrañable. Aunque Ignacio se refiere a “los lengualarga que ahora tendrán que callarse”, el entorno dista de ser hostil en la calle, en el colectivo, en el hospital donde Julia se somete a diálisis.

El director transmite el respeto y la ternura que siente por los novios cuyo enlace apadrinará: no los exhibe (en el sentido circense del término). Tampoco los juzga ni cuestiona. Algunos de los momentos registrados por las cámaras conmueven hasta las lágrimas, por ejemplo cuando la sorpresa de la torta por los 75 años del futuro esposo.


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