Revista Maternidad

Crónica de un viaje radiado

Por Lamadretigre

Crónica de un viaje radiadoHogar dulce hogar. Eso dicen las malas lenguas. No se lo crean. Es todo mentira. Ahora mismo cogería el petate y volvería a lanzarme a la carretera con o sin la manta. Sin mirar atrás.

De este mes largo de vacaciones me quedo con el viaje en sí. Con los dos mil seiscientos cuarenta y tres kilómetros de ida y los dos mil quinientos sesenta y nueve de vuelta. Nos lo hemos pasado bomba mirando por la ventana, viendo como cambia el paisaje de norte a sur y de sur a norte. Saludando y despidiendo cada país, cada ciudad y cada pueblo según nos los íbamos encontrando.

El primer gran momento de nuestro viaje fue pasarnos por el forro el túnel de San Bernardino y cruzar los Alpes de Suiza a Italia por el paso de Splugen. Tremendo. Las curvas de bajada por el lado italiano son tan cerradas que con la furgoneta algunas tuvimos que tomarlas en dos maniobras.

Alucinante el gusto de los italianos por amontonar los edificios en superficies imposibles. En la carretera que rodea el lago de Como hay casas que dan directamente a la carretera sin arcén, ni acera, ni nada. De la puerta principal a la carretera sin felpudo.

A la posteridad pasará la cara de El Soltero cuando descubrió lo que para nosotros implica un bañito rápido. Tras un laborioso proceso de desvestirlas a todas, ponerles el bañador, darles crema, coger las toallas, los corchos y el cochecito del bebé, por fin pudimos darnos nuestro primer baño en el mar de la Liguria.

Hay que ver lo difícil que es entrar en Mónaco desde Italia, un giro en falso y ya estás fuera otra vez. Al contrario que salir por el lado francés que es harto complicado, un laberinto de túneles y sin sentidos que nos dejó el GPS descuajeringado.

Tanto es así que al día siguiente cuando quisimos que nos indicara el camino desde Cannes hasta la Costa Brava quería mandarnos de vuelta a  Roma y desde allí en ferry a Barcelona. Tuvimos que guiarnos por el noble arte de leer el mapa. Me encantó volver a desplegar papel para seguir el camino con el dedo. Momento vintage del viaje.

El Hotel Cap Roig es un gerifante que vivió sus mejores momentos hace varios lustros y ahora es un mastodonte mal mantenido. Pero está clavado en las rocas y la vista es espectacular. Sólo por eso le perdono el aire acondicionado del pleistoceno.

Para la posteridad también mi cara de póker intentando explicarle Benidorm y la ley de protección de costas a El Soltero. Misión imposible.

No se me olvidará tampoco dejar Marbella el día más bonito del verano, con una luz de quitar el hipo bañando los montes que apenas un día después ardieron sin clemencia.

Cómo nos gustó cruzar los pirineos por Bielsa y sus carreteras secundarias. A pesar de que después de casi una hora de curvas y más curvas las niñas empezaran a decir que querían bajarse de la montaña. Ya.

La Segunda dándole los potitos a La Cuarta en marcha mientras La Primera le contaba cuentos inventados a La Tercera. Todas jugando a madres e hijas horas sin fin. Vale que yo era la tía y tú la hija y la otra la hermana de la prima.

El alijo de kikos que compramos en Málaga y nunca llegó a Munich.

Cena a la francesa en casa de nuestros amigos de Toulouse. Con melón de primero, vinos varios a cada cual más rico, y ensalada y quesos de postre. Como debe ser. Para rematar un aguardiente que destiló el abuelo francés hace cincuenta años. Remedio infalible contra el mal aliento.

Descubrir en Lucerna que el Gruyère no tiene agujeros. Tener amigos que te den reciban con pan casero recién horneado no tiene precio.

Volver a casa y que se desvanezca el encanto que había convertido a nuestras niñas en seres deliciosos de modales ejemplares. No sé qué le ha picado a La Cuarta que fue poner un pie en casa y ponerse a berrear. Empiezo a pensar que echa de menos el traqueteo. Como todos.

El año que viene. Más. Y mejor.


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