Revista Ciencia

Crónicas del Campo Santo Nº 21

Por Daniel Paniagua Díez
Crónicas del Campo Santo Nº 21

Crónicas del Campo Santo Nº 21

Embozados paseantes, enfermados adrede, comíendose los polímeros del barbijo, y además los mocos que es donde crecen y se desarrollan los productos que les inocularon con el palillito ¡hasta el cerebro! Las bajas por enfermedad pueden llegar a ser extraordinarias en los próximos meses, y seguramente lo atribuirán a la cepa ¿congoleña?. Alguna se inventarán.

Patrullas de policía nazi recorren las calles de la ciudad a la caza y captura de ciudadanos no convenientemente adocenados, amaestrados, envenenados, enfermados. Adrede. La primavera cercana anima a las gentes a caminar, pero hay que hacerlo con el culo pegado a las esquinas pues hay incluso policías de paisano que andan a la caza de los sanos. (¿Estaba usted fumando? multa)

Dirigentes dementes dando palos de ciego (y mikados por el trasero como te descuides) saltándose la Constitución Española, las gobernanzas europeas, y hasta las Disposiciones Finales del Juicio de Nuremberg.

Continuamos para bingo pues a culo pajarero andamos.

Crónicas del Campo Santo Nº 21

Se nota mayor actividad humana, especialmente tráfico rodado y muchos patinetes eléctricos rodando a todas horas, del día. Seguimos pillados en la trampa del dinero y cada mes que pasa se ven mas mendigos pidiendo por las calles.

Como estamos bodoques perdidos no percibimos la bondad de la vida, la vida biológica, el pólen, los micróbios, los genes que nos dan forma y percepción y por ello llevamos unas vidas planas, sobre un mundo plano, y nos deberíamos llamar los unos a los otros: planilandios. Inclusive los que corren incesantemente de un rincón a otro, astrales engañados, por un mundo oscuro y ensombrecido, de gentes oscurecidas, envenenadas. Sin visos estamos de trascendencia alguna a una realidad esférica y liberada del encantamiento terrible de este mundo.

Crónicas del Campo Santo Nº 21

Podríamos estar abiertos a unos preciosos relatos celestes que nos conducirían a mundos deliciosos, con seres amorosos, y una plausible eternidad. Pero nada, prefieren andar con el pandero apretado y el rostro embozado. ¿Hasta cuándo, amigos?

Daniel Paniagua Díez

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