Revista Viajes

"crónicas lusas: alcobaça

Por Orlando Tunnermann

ABADÍA DE SANTA MARÍA DE ALCOBAÇA
El periplo portugués me arroja proyectado a los pies de la primera obra gótica erigida en estas tierras de fisonomía vetusta y descascarada: la abadía de Santa María de Alcobaça (1178)
De talante austero e inapetencia de rimbombancia, fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y fundada por la orden de los monjes cistercienses. Está considerada como una de las siete maravillas de Portugal.
Alentado por el copioso flujo de epítetos grandilocuentes, me adentro en esta fabulosa construcción de Juan Castillo, el único arquitecto autóctono que cuenta en su flamante haber con 5 obras declaradas P.H.Unesco.
El monasterio, de la época del rey Alfonso Henriques, acomodado en la llanura de la simpleza y la vaguedad ornamental, como rigen los preceptos de “abstinencia” y humildad cistercienses, se halla en los valles de la estremadura portuguesa, bañado por los ríos Alco y Baça.
Llega a mis oídos, como el clamor de miles de cornetas funerarias, la leyenda infausta y azarosa de dos apasionados amantes, condenados al destierro de sus sentimientos y la claudicación de su recíproco amor ponzoñoso: Inés de Castro y Pedro I.
Alfonso IV, padre del embebido galán, será el artífice del cataclismo cuando encomienda el asesinato de la rendida Inés en 1355 para refrenar las pulsiones incontenibles de la pasión de la malhadada pareja.
Me acuna y atempera el ánimo el interior albo del sagrado templo, solemne y proclive a la majestuosidad. Ringleras de columnas colosales y pilares mastodónticos conforman un glorioso escenario de piedra blanca y prístina que parece buscar cobijo bajo los estilizados arcos apuntados.
Las naves altas vuelan hacia la techumbre celestial, desnuda de orlas y “parapetos” decorativos.
En el suelo terrenal y aséptico una nota luctuosa aparece con la presencia insidiosa de las preciosas tumbas de Inés de Castro y Pedro I.
Acompañados en ese viaje ignoto están las tumbas de egregios personajes de la realeza, como Doña Urraca o Alfonso II, en el Panteón Real (1782), construido por el abad Manuel de Mendonça y el arquitecto William Elsden.
Los sepulcros fueron saqueados por las tropas francesas en busca de tesoros.
La mirada revolotea por este lugar de descanso eterno para posarse grácil en la Sala de los reyes; ribeteada con efigies de monarcas y preciosos azulejos del siglo XVIII que reflejan escenas de batallas, convenciones, asedios, reconquistas, la historia de la ciudad… SALA DE LOS REYESAccedo al bonito y amplio claustro gótico del rey Dinis (S.XVI) y quieren mis pasos dirigirme hasta la curiosa y descomunal cocina, blanca, diáfana, salpicada de detalles añiles (1752). CLAUSTROEs imponente la mesa de mármol (8 toneladas) y la chimenea… en esta línea de medidas hipertróficas arribo y concluyo en el enorme refectorio “columnado”, con el púlpito desde el cual se leían salmos mientras el resto de los monjes comían “frugalidades” en reverente silencio…
REFECTORIO

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