Editorial Minotauro.
260 páginas. 1ª edición de 1950; esta de 2008.
Traducción de Francisco Abelenda.
Prólogo de Jorge Luis Borges.
De Ray Bradbury (Waukegan, Illinois, 1920-Los Ángeles, California,
2012)
había leído hasta ahora únicamente Fahrenheit
451, hace ya más de veinte años, cuando era un lector casi
exclusivamente de ciencia ficción. Fue una pena que me acercara primero a Fahrenheit 451, porque este libro me decepcionó en su momento y esto me disuadió
de acercarme a Crónicas marcianas.
Especulo ahora que, si tal vez hubiese encontrado primero Crónicas marcianas y no Fahrenheit
451, en la edición de bolsillo de Orbis en que lo tengo, quizás sería en
estos momentos un gran lector de la obra de Bradbury, que habría devorado hasta
agotarla.
El caso es que Crónicas marcianas fue uno de esos
libros que debería haber leído durante mis años de formación como lector y que
se me pasó. De adulto, en más de un momento he pensado acercarme a él y algo
–el recuerdo decepcionante de Fahrenheit
451, posiblemente– me echaba para atrás. Mi novia me regaló este libro en
la bonita edición en tapa dura de Minotauro, y todavía han tenido que pasar dos
años para que me pusiera con él. He tenido que esperar a un momento en el que
me empieza a interesar de nuevo la literatura fantástica o de ciencia ficción,
y he mirado en las bibliotecas que frecuento qué tenían de autores como Ray Bradbury, Kurt Vonnegut, J. G. Ballard
o Stanislaw Lem. En la biblioteca de
Móstoles tienen al menos diez libros de Bradbury publicados por Minotauro, a
los que me acercaré.
Crónicas marcianas está constituido por veinticinco relatos, y cuyo
conjunto –gracias a su unidad temática y la evolución temporal de las historias
narradas– bien podría constituir una novela. Cuenta el editor en el prólogo del
libro que un joven Bradbury viajó en 1949 a Nueva York con dos colecciones de
cuentos en busca de editor. Se entrevistó con varios y todos le pedían una
novela, hasta que el editor de Doubleday, Walter Bradbury (extraña
coincidencia) le pidió que reorganizara sus relatos en un solo volumen, con
Marte como motivo, y así llegó hasta nosotros este libro.
Los veinticinco relatos, escritos
antes de 1950, transcurren entre 1999 y 2026 y narran las fases de la
colonización de Marte por parte de los terrestres. Leo en internet que Bradbury
se considera a sí mismo más un escritor de fantasía que de ciencia ficción, y
que de sus obras sólo Fahrenheit 451
sería en sentido estricto ciencia ficción. Ciertamente, cuando leía Crónicas marcianas me parecía que estaba
ante una obra que no tenía mucho interés en cubrir las expectativas realistas que
puede despertar una obra sobre una futura colonización en Marte; el planeta
rojo de Bradbury es un territorio más propio de la imaginación que de la
ciencia especulativa.
En el Marte de Bradbury existe
una cultura milenaria de humanoides con poderes telepáticos. Esto permite que,
al encontrarse con los terráqueos, se puedan comunicar en inglés: los marcianos
pueden leer la mente. Las descripciones de Marte no aspiran, en ningún caso, a
la verosimilitud científica, sino que prevalece la construcción poética. Así se
describe un arma marciana: “El arma disparaba hordas de chillonas abejas
doradas. Doradas, horribles abejas que clavaban el aguijón envenenado, y caían
sin vida, como semillas en la arena” (pág. 30).
Al principio los cuentos hablan
de los marcianos y de las primeras y leves incursiones terrestres en su
planeta. Primeras expediciones condenadas al fracaso, hasta que en un momento
dado los humanos llevarán a Marte la varicela, que se expandirá entre los
marcianos, colapsando su civilización. A partir de entonces –a partir del
segundo tercio del libro– los colonos terrestres se encontrarán en Marte con
ciudades en ruinas y marcianos perdidos que vagan por el planeta, que podrán reencarnarse
en los seres que obsesionan a los terráqueos gracias a sus poderes mentales.
“Los marcianos, seres morenos, de
ojos rasgados y amarillos”, así se describe a los habitantes de Marte en la
página 35; y en esta descripción se puede intuir el espíritu de denuncia de
Bradbury sobre la propia historia de su país: los marcianos serían los indios,
cuya cultura destruyeron los europeos. En la página 95, esta interpretación de
la novela parece hacerse más explícita: “¿Cómo se sentirían si fuesen marcianos
y viniera alguien y se pusiera a devastar el planeta?”, pregunta un personaje.
Y recibe esta respuesta: “Yo sé muy bien cómo me sentiría –respondió Cheroke–.
Llevo en mis venas sangre Cherokee. Mi abuelo me contó muchas cosas del
Territorio de Oklahoma. Si hay algún marciano por los alrededores, yo estoy con
él”.
También podríamos hablar de una
crítica a la política de la época, al miedo a un conflicto nuclear que dominaba
el mundo en un año como 1949. En Crónicas
marcianas (la novela apocalíptica más imaginativa que he leído) no sólo
Marte acabará arrasado por la mano del hombre.
En su prólogo para este libro, Borges se interroga: “¿Qué ha hecho
este hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para
que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y de soledad?
¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima?”. Me ha
resultado curioso encontrar una conexión entre los cuentos de Crónicas Marcianas y los de Borges: la
obsesión por el otro, o por las paradojas de la creación de la realidad (estoy
pensando en el cuento Encuentro nocturno,
en el que un hombre se encuentra con un marciano y cada uno ve Marte en
momentos diferentes de su historia); o por la simulación.
Una posible respuesta a las
preguntas de Borges sería que en realidad Bradbury no habla del futuro, sino de
su propia época y país. El lector, pese a que las fechas que se señalan en los
relatos le deberían llevar a unos 50-80 años después del momento en que están
escritos, siempre acaba viendo un pueblo norteamericano de los años cuarenta,
con sus granjeros en el porche y su miedo a la bomba nuclear. De hecho, el
cuento Un camino a través del aire está fechado en 2003, y en él se
narra el éxodo de la comunidad negra de un pueblo del sur de Estados Unidos
hacia Marte. Los negros van hacia el cohete que les llevará a un mundo mejor
montados en caballos y carretas, ante la mirada atónita de un tendero blanco
con ideas racistas. El pueblo americano de 1949, con todos sus problemas
sociales, está narrado en este cuento, en esta fantasía especulativa.
Me ha llamado la atención
descubrir en Crónicas marcianas una
clara influencia de la obra de mi admirado Philip
K. Dick. Los marcianos perdidos en el Marte de Bradbury me han recordado a
los de su novela Tiempo de Marte; sus robots, que actúan como sustitutos de
personas, a los de sus novelas Podemos construirle o Los
simulacros;
y el uso de los poderes psíquicos de los marcianos, y las confusiones sobre el
concepto de realidad que esto genera, a toda la obra de Dick.
Hay cuentos muy cortos en Crónicas marcianas, que casi parecen
poemas en prosa, y otros más largos, a veces de más de veinte páginas, con una
estructura más clara de relato. Entre ellos me ha llamado la atención por
ejemplo el titulado Usher II, donde un excéntrico personaje reconstruye en Marte la
mansión del famoso relato de Poe,
después de que la literatura fantástica fuese prohibida en la Tierra. Este
relato parece un claro antecesor de la novela Fahrenheit 451. Me ha llamado la atención mucho también Vendrán
lluvias suaves, un cuento sin presencia humana. O La mañana verde, que
podría acercarse a los preceptos del realismo mágico, con un hombre que siembra
semillas de árboles en la atmósfera enrarecida –pero respirable– de Marte y ve
cómo crecen en una sola noche.
Crónicas marcianas fue el último libro que leí en 2014 y me alegro
de haber esperado hasta el final para elaborar la lista de las mejores lecturas
del año, porque tengo claro que este libro de 1950 se merecía un hueco de honor
en esa lista. Como dije al principio, una pena que no me acercara antes a esta
obra. Lo compensaré leyendo más libros de Ray Bradbury en 2015.