Revista Cultura y Ocio

"Cuadernos" de Lichtenberg en El Cultural (La sinceridad del hombre que constata, entre sorprendido y divertido, sus propios deseos)

Publicado el 22 julio 2015 por Hermidaeditores
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Cuadernos

Georg Christoph Lichtenberg

Traducción de Carlos Fortea. Introducción de J. Fernández Hermida Editores. Madrid, 2015. 322 páginas, 25'00€JOSÉ MANUEL BENÍTEZ ARIZA | 17/07/2015 |  Edición impresa
Estatua de Lichtenberg en Gotinga (Alemania)"Yo he tenido a veces, enfermo en una cama en una pequeña estancia, momentos que comparo sin temor a los más felices del resto de mi vida". No, no es un aforismo -palabra, por otra parte, extraña al vocabulario de su autor-, sino una simple frase que hemos querido destacar de un texto de catorce líneas que también podría pasar por un aforismo extenso. Y es que cuesta leer hoy día a Georg Christoph Lichtenberg (Ober-Ramstadt, 1742 - Gotinga, 1799) sin tener en cuenta que la posteridad ha querido fijarlo en el papel de consumado maestro de ese género, y que, consecuentemente, lo más memorable de su producción ha sido objeto de incontables selecciones y antologías que nos lo sirven como alguien que pensaba y escribía en frases destinadas a la perduración, la cita y la glosa.
Pero basta hojear sus Cuadernos (waste books o libros de cuentas en borrador), de los que dejó quince, para percibir con claridad que el pensamiento y el discurso de este escritor alemán no discurrían exactamente por el camino de la certeza iluminadora, sino por el de la duda indagatoria. La comparación con Montaigne resulta pertinente: como el francés, este profesor de Gotinga utilizaba el escepticismo y la ironía para poner en cuestión las verdades establecidas. Y lo hacía en observaciones fragmentarias, escritas en lenguaje coloquial y en ocasiones dejadas a medias: los suyos son, junto con los de Leopardi, los primeros cahiers de una larga tradición que alcanzará a Valéry, y a través de los cuales el lector ha podido atisbar lo que podríamos llamar la intimidad pensante del intelectual moderno.
Y no es sólo el pensamiento lo que queda expuesto: deformado por la escoliosis, el autor dirá, no sin autoironía, que "en mí el corazón está al menos un pie más cerca de la cabeza que en otras personas, de ahí mi gran equidad". Lo que podemos poner en relación con su absoluto rechazo del humor enfermizo y angustiado que el Werther de Goethe acababa de poner de moda: "aún faltaba mucho" -dice, en referencia a la Antigüedad- "para los tiempos en los que se empezó a llamar genio a la sangre espesa, la reflexión misántropa y la enfermedad nerviosa". Pero la atmósfera del Sturm und Drang, y también la propia devoción de Lichtenberg por la Inglaterra prerromántica, habían hecho mella en él lo suficiente como para llevarle a detectar las limitaciones de la pura Razón ensalzada por los ilustrados. De ahí su insistencia en la necesidad de volver los ojos a los clásicos, para recuperar lo que en ellos había de mirada fresca hacia la realidad. Y fue tan consecuente con este principio que algunas formulaciones suyas adelantan, no ya la prosa funcional de los "realistas" decimonónicos, sino el libérrimo juego verbal al que se entregaron las vanguardias: "Un tribunal de tréboles de cuatro hojas"; "Dos animales simples pueden dar como resultado uno simétrico", etcétera.
Podrían escribirse decenas de folios ensartando y glosando frases como las anteriores, así como intentando establecer el sistema al que responden. Pero ello iría quizá en contra de la propia actitud de su autor. Las anotaciones de Lichtenberg no obedecen a ningún propósito sistemático, sino al mero azar entreverado de curiosidad. También a la sinceridad del hombre que constata, entre sorprendido y divertido, sus propios deseos: "Sus enaguas (…) parecían hechas con el telón de un teatro. Yo hubiera dado mucho por la primera fila, pero no hubo representación". No se entienda esto como la confesión de un tímido: Lichtenberg, que convivió con varias mujeres jóvenes, no lo fue. A lo sumo, sus cautelas al respecto pueden resumirse en esta otra acuñación suya, que valdría como lema para un escudo: "Con lujurioso temor". 

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