Revista Arquitectura

¿Cuál es el problema?

Por Arquitectamos
El cementerio está a unos setecientos metros al sureste del pueblo, aunque una urbanización de los años noventa se acerca hasta los doscientos metros. Se parece a todos: tapia, cipreses y tumbas silenciosas confinadas en la nítida geometría de la muerte, en la pacífica permanencia de lo inane y lo olvidado. Un lugar apartado, silencioso, solitario. Tiene un problema: Cuando hay entierro los familiares del difunto se colocan de pie ante la tapia para recibir el pésame, como si estuvieran esperando el pelotón de fusilamiento, y allí, según la época del año, les puede abrasar el sol inmisericorde o empapar la lluvia cruel y helada. De pie derecho, unen a su dolor la sordidez de su impúdica exposición y reciben el apresurado pésame de sus conciudadanos, que cumplen con la costumbre y huyen.
¿Cuál es el problema? Tapia del cementerio de Badajoz (No es a la que me estoy refiriendo, pero puede valer como ejemplo)
La alcaldesa y los concejales de ese pueblo deciden que ya va siendo hora de poner una marquesina que proteja a los dolientes de las inclemencias del tiempo. Su primera idea es muy sencilla y clara. Ya saben lo que quieren: una parada de autobús. Así. Tal cual. Comprarla según viene en catálogo y ponerla delante de la tapia.
¿Cuál es el problema?
Una inmediata aplicación funcional para resolver un problema real y concreto. Pues ya está: Problema resuelto. Mejor dicho: al quedar resuelto al mismo tiempo de ser planteado no llega ni a ser problema. ¿Cuál es el problema? Además, ese elemento está fabricado en serie, lo que reduce mucho los costes, asunto nada baladí en un ayuntamiento que no tiene suficiente dinero para nada. Pero de pronto alguien estropea ese momento de plenitud, pues opina que esa marquesina es buena para la lluvia, sí, pero no para el sol, y en el acto acuerdan que la pondrán tal cual, pero con el techo opaco. De nuevo queda solucionado un problema casi antes de ser planteado. Pero justo en ese momento surge el verdadero problema, un problema que ya no tiene solución fácil y rápida (ni tampoco difícil y lenta). Uno de los concejales dice: "¿Y el techo será de chapa?" Otro le contesta: "Pues sí, claro". Y aquél remata: "Qué feo".
Ese es el problema: "Qué feo". Puff. Ese sí que es peliagudo. Y entonces acuerdan que quedaría mucho mejor con un tejadito de teja. Pero, claro, la teja no se puede poner sobre esa marquesina industrializada y prefabricada, sino que hace falta hacerla "de obra", y entonces llaman a tres constructores locales para que den precio de quién sabe qué: pues una... así como... con unos... y que tenga tejado de teja. El equipo de gobierno no define nada, y los tres constructores dan precio, pero cada uno de una cosa distinta. No explican claramente lo que van a hacer, ya que describen la marquesina con apenas tres o cuatro líneas de texto muy imprecisas, y es imposible saber exactamente a qué se refiere cada uno. Entonces alguien se acuerda de mí. Me propone y todos asienten tranquilos por fin. De nuevo ha dejado de haber problema porque ya me hago cargo yo. Ya veis: El encargo de mi vida (no se dice claramente, pero se entiende que es gratis, como amigo que soy de los miembros de la corporación municipal). Debo hacer un croquis rápido (vamos, un mono de servilleta de bar) que sirva para remitírselo a esos tres constructores y que vuelvan a presupuestarlo. La idea es que esta vez presupuesten todos lo mismo.
¿Cuál es el problema? Cementerio de mi pueblo: Seseña (Toledo).
Lugar para recibir el pésame junto a la puerta del cementerio.
Imagen obtenida de google maps. (Un ejemplo de solución al problema que se me plantea en otro pueblo)
Por una extraña razón, por un estúpido romanticismo (y porque no tengo un encargo desde hace tiempo), la encomienda me emociona y me toca la fibra.
Pienso en los entierros a los que he asistido a lo largo de mi vida, en los que he dado el pésame, y siento el dolor de los familiares, allí, llorando, de pie derecho, dando la mano o un beso a los vecinos del pueblo, que se mueve entero, como un ser vivo, a abrazar en sus familiares a aquel que se ha ido para siempre. (Los entierros en los pueblos son parecidos a los de las ciudades, pero tienen una dimensión orgánica de pertenencia a una tribu, a un todo).
Pienso en la cantidad de veces que he dado el pésame en la marquesina del cementerio de mi pueblo, con su tejado a un agua y sus dos arcos de ladrillo. Y sé que eso es exactamente lo que quieren los de este otro pueblo. Sé que si les dibujara eso me mirarían satisfechos. También sé que dibujar eso a mano alzada en un A4 (o en una servilleta de bar) me llevaría cinco minutos. Faena de aliño, aseada, y a otra cosa, mariposa.
Pero, no sé por qué, siento el "problema" de la arquitectura. ¡Por el amor de Dios! ¿Qué problema? ¿Estamos tontos? (¿Arquitectamos locos?).
Esta gente quiere un tejadito de teja que proteja del sol y de la lluvia. Punto pelota. Se acabó.
Y, sin embargo, me viene la época de la escuela en que nos hacían dibujar el miedo y el espíritu de las gallinas, y siento que diseñar ese refugio del dolor, ese disparadero de la tragedia y del consuelo, debería ser algo importante para mí y para ese pueblo, que lo utilizaría como un lenitivo de la angustia y de la soledad.
Me lo imagino como ejercicio de escuela. Imagináoslo: Un ejercicio muy interesante y muy difícil. Diseñar un lugar de dolor y de despedida, y también de paz, de comunión con los vecinos y amigos, de abrazos, besos y apretones de manos, de teacompañoelsentimiento en desfile procesionario de cumplidores con un puntito de hipocresía, sí, pero a la vez con la amistad sincera de sehamuertopaco, qué pena.
Diseñar un espacio, un lugar, un ámbito, donde se produzca ese rito inmemorial, ese invariante histórico.
No sé por qué los arquitectos somos tan tontos (en general). No sé por qué, de un encarguito antipático (y que no se va a cobrar) hacemos esas fiestas, creamos esos entusiasmos, ponemos los ojos en blanco y levitamos.
Uno de los concejales ha visto un ejemplo de porche de madera que queda muy bonito, y lo enseña con placer en la pantalla de su teléfono. Yo le digo, muy suavemente, que la madera en esa solanera (y llovidera, y heladera) va a resistir muy mal, y él me dice que no, que no es madera de verdad. Es de hormigón imitando madera. Ahora hacen unos pilares y unas vigas de hormigón que son una maravilla. Vamos, que no te das cuenta hasta que los tocas.
Yo pienso en el trance de la muerte y me da un gran repelús que en esa situación "suprema" reine la imitación, el pastiche, el quieroynopuedo, y se lo intento explicar al concejal. Ya sabéis: la sinceridad estructural, la honradez de los materiales, la arquitectura verdad...
-¿Pero cuál es el problema? ¿Cuál es el puto problema? -me dice el concejal, harto ya de mí-. Se trata de hacer un tejadillo para que la gente no se moje y tampoco se achicharre con el sol, coño.
Yo le doy la razón -naturalmente-, y le digo que precisamente por eso deberíamos hacer algo sencillo y humilde.
"Humilde". Mala palabra. Wrong. Ñaaaaaaaaa. ¡Error!
Cero points. Eliminado. A mi casa.
¿Quién me he creído? ¿MiesvanderRohe? Perdón; quiero decir: ¿El puto MiesvanderRohe? ¿Quién soy? ¿Un arquitecto soberbio, subidito, borde, intratable, imbécil, chulo, cristianorronaldero perdido que no resuelve nada y no hace más que poner problemas y carita de asco? ¡Ay!
Menos mal que al final siempre hay un tipo práctico y muy despierto que hace una techumbre y que luego tapa los pilares y la viga con unos falsos pilares y falsos arcos de madera. Y además sale hasta barato.
Ay. A ver si aprendemos cuál es el problema (o el puto problema). Arquitectos de mierda.
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