Revista Cultura y Ocio

¿Cuán feliz eres?

Por Tiburciosamsa


El Producto Interior Bruto, el PIB, ese gran fetiche de nuestros días es una invención relativamente reciente. En la lucha contra los efectos de la Gran Depresión, el Presidente Roosevelt advirtió lo difícil que era combatirlos con datos incompletos. En aquellos días, para hacerse una idea de la marcha real de la economía, los gobernantes utilizaban índices indirectos como el nivel de los inventarios o los índices de producción industrial. La Administración Roosevelt encargó al economista Simon Kuznets y a su equipo de la Oficina Nacional de Investigación Económica que elaboraran un sistema de contabilidad nacional que ofreciese una visión de conjunto más ajustada del estado de la economía nacional. El fruto del trabajo de Kuznets y sus muchachos fue el PIB.
El PIB es la suma agregada del valor de todos los bienes, infraestructuras y servicios producidos en un país durante un año. Sería el sumatorio del consumo doméstico, realizado tanto por las familias como por las empresas, la inversión, el gasto del gobierno y las exportaciones menos las importaciones.
La Administración Roosevelt apreció enormemente la nueva herramienta de política económica que Kuznets y su equipo habían puesto en sus manos. Su utilidad la apreciarían todavía más los planificadores militares durante la II Guerra Mundial. Aquéllos que habían estado envueltos en la gestión de la economía durante la I Guerra Mundial, pudieron comprobar que planificar los gastos bélicos con y sin el PIB era equivalente a la diferencia entre pilotar guiado por un radar o mirando las estrellas.
En 2000 el Departamento de Comercio de EEUU, del que en su día había dependido Kuznets, no pudo evitar darse una medallita a sí mismo y declaró que el PIB había sido “su logro del siglo”. Paul Samuelson y William Nordhaus en su libro “Economics” escribieron: “Al igual que un satélite en el espacio puede estudiar el tiempo en todo un continente, el PIB puede dar una imagen de conjunto del estado de la economía (…) Sin las medidas de  macromagnitudes económicas como el PIB, los decisores políticos se verían a la deriva en un mar de datos desordenados. El PIB y los datos relacionados son como faros que ayudan a los decisores políticos a fijar el rumbo de la economía hacia los objetivos económicos clave.” En condiciones normales, los economistas me dan un poco de repelús, pero cuando encima se ponen líricos y abusan de las metáforas, me dan ganas (no metafóricas) de vomitar. El Premio Nobel de Economía James Tobin otorga al concepto de PIB buena parte del crédito por la buena marcha de la economía en la segunda mitad del siglo XX. Afortunadamente para él, no vivió para ver el inicio de la crisis en 2007 y pudo morir con su confianza en la economía y el PIB incólumes.
Grandes elogios para un invento cuyas limitaciones eran reconocidas por su mismo padre. Kuznets advirtió de algo que muchos han olvidado después: que “el bienestar de una nación difícilmente puede ser deducido de una medición del ingreso nacional.” Kuznets también nos pidió que distinguiéramos entre cantidad y calidad del crecimiento, entre los costes de crecer y los beneficios, entre el corto y el largo plazo. El objetivo de crecer un 3% este año, parece sensato y deseable. Mantener ese mismo objetivo invariable año tras año durante 50, ¿es igual de sensato y deseable? Y la pregunta del millón que uno no suele ver en los informes oficiales: “Los objetivos de más crecimiento deberían especificar más crecimiento de qué y para qué.”
Incluso alguien tan poco sospechoso de radicalismo o de defender puntos de vista alternativos, como es el fracasado ex-Presidente de la Reserva Federal norteamericana Greenspan, reconoció que “no es necesariamente una medida de bienestar o al menos una medida significativa del nivel de vida.” Y lo ejemplifica con un ejemplo que voy a traducir a España. Imaginémonos un verano caluroso. Imaginémonos que la vida en Sevilla y en La Coruña fuera idéntica en todo salvo por el clima. Pues bien, ese verano caluroso el PIB de Sevilla sería superior al de La Coruña en razón de su mayor consumo de aire acondicionado. El PIB es incapaz de recoger en sus cálculos algo tan agradable como una brisa marina que te permita abrir la ventana para dormir fresco. Otro ejemplo de las carencias del PIB que recoge Greenspan y que ha generado un debate no resuelto es cómo manejar e incorporar el output de los hogares que no se comercializa. Un ejemplo: si yo cuido de mi anciano padre en casa y le tengo feliz, el PIB no lo refleja. Si lo traslado a una residencia de ancianos, se coge una depresión de caballo que le obliga a consultar dos veces por semana con un psicólogo que lo atiborra a prozac, el beneficio económico es inmenso: salen ganando el sector servicios (residencia de ancianos + psicólogo) y la industria farmacéutica.
Y ya puestos a encontrarle fallos al PIB, los críticos le han encontrado un montón en los últimos años, tantos que hasta la propia OCDE, y no es la única, organizó en 2007 una conferencia con el título “Más allá del PIB. Midiendo el progreso, la riqueza verdadera y el bienestar de las naciones”. Veamos algunas otras críticas que se le han hecho: promueve el exceso de producción; no toma en consideración el medio ambiente, ya que no mide la contaminación generada por la actividad económica (o incluso la puede imputar como crecimiento: por ejemplo, si la contaminación de una fábrica aumenta el número de cánceres de pulmón, lo que incrementa la cantidad de servicios médicos y hospitalarios demandados); puede estimular un consumo insostenible de los recursos naturales, ya que al no medir su agotamiento, éste se convierte en irrelevante a efectos estadísticos; hay muchas cosas que no mide, pero de cuya importancia para el bienestar somos cada vez más conscientes, como por ejemplo la belleza natural (mantener un paisaje natural inmaculado no se refleja en el PIB; permitir la construcción de un hotel de veinte plantas en el sitio tiene un impacto enorme y benéfico sobre el PIB); no recoge la disparidad en la distribución de la renta (éticamente es neutro. Le resulta indiferente que los 100.000 millones de euros producidos por una economía vayan todos a una persona o se repartan equitativamente entre la población).
Ha habido en los últimos años muchas propuestas para sortear las carencias clamorosas del PIB. Una de las más originales es la propuesta bhutanesa de reemplazar el PIB por la Felicidad Nacional Bruta (FNB). La propuesta parte de la base de que un objetivo humano fundamental es la felicidad que proviene de “vivir una vida en plena armonía con el mundo natural, con nuestras comunidades y con nuestra herencia cultural y espiritual y de saber y confiar en que nuestros líderes se preocupan por el bien común.” Esto último es mucho suponer, pero vamos a asumir que sí, que tenemos buenos líderes que velan por nuestro bienestar.
Para lograr esto debe haber un equilibro entre nuestro capital natural, humano y socio-cultural y nuestras infraestructuras (los bhutaneses hablan de “capital construido” pero creo que se entiende mejor si utilizo este otro término). Para que este equilibro funcione debemos vivir de manera sostenible, dentro de las capacidades que ofrece el planeta, y distribuir equitativamente los recursos dentro de cada generación, entre generaciones y entre los seres humanos y las demás especies. La naturaleza finita de los recursos obliga a utilizarlos de manera eficiente.
En último extremo, para realizar este paradigma, hace falta un cambio en la manera de pensar las cosas. Hay que reconocer primero la naturaleza finita del planeta y que la felicidad y el bienestar requieren mucho más que el mero consumo material. También hay que reconocer que debemos modificar el paradigma actual del crecimiento sin límites.
Como todo no puede quedar reducido a declaraciones de buenismo, los bhutaneses proponen algunas medidas muy concretas. Voy a señalar algunas que me llamaron la atención: desmantelar los incentivos al consumo, incluyendo la prohibición de los anuncios dirigidos a los niños; limitar los consumos excesivos, las rentas no ganadas y la apropiación de los bienes comunes; crear sistemas de comercio justo que promuevan métodos de producción sostenibles y ofrezcan ingresos justos a los productores; modificar los sistemas de contabilidad para que incorporen los costes reales para la sociedad y el medio ambiente de la actividad económica…
¿Suena utópico y buenista? Puede, pero después de haber visto adónde nos ha llevado la senda que habíamos tomado, lo mismo merecía la pena probar la iniciativa bhutanesa.

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