Revista Diario

Cuando mi madre concilió

Por Sandra @sandraferrerv

Cuando mi madre concilió

Lectura tranquila
George Goodwin Kilburne (Siglo XIX)

Dicen que los hijos son egoístas. Que exigen a los padres lo indecible. Dicen que una madre haría todo lo que un hijo posiblemente no haría nunca por ella. Dicen que sólo cuando esos hijos se convierten en padres entienden a los suyos y cambian de bando. Mi madre es y será siempre alguien importantísimo en mi vida. Como lo deben ser todas las madres del mundo. No descubro nada excepcional. Siempre hemos tenido una relación estrecha. Largas charlas, conversaciones de casi amigas, paseos agradables a su lado dándome una paz que nadie más me ha dado en esta vida. Ahora yo también soy madre y tenemos mucho en común. Aunque he de reconocer que nuestros puntos de vista sobre la maternidad siempre han sido muy distintos. A pesar de ello, entendemos y respetamos nuestras distintas posturas. Eran otros tiempos. Son otros tiempos. Mi madre fue madre con 20 años. A pesar de estar trabajando, lo dejó. Era lo que se estilaba, me explica. Era lo normal. Las madres estaban en casa, cuidando de los hijos. La rara era la que trabajaba, me cuenta. Siempre recuerdo a mi madre a mi lado. Me recogía en el colegio, estaba a la hora de comer, de cenar, de dormir. Siempre estaba a mi lado, dándome esa paz que aun hoy me regala. Mi madre no era una maruja. Mi madre leía, mi madre limpiaba la casa, mi madre mantenía en pie un hogar mientras mi padre trabajaba. Mi madre velaba porque sus hijas fueran las más guapas, las más limpias, las más listas. Se preocupaba por nuestro bienestar. Siempre estaba ahí. Cuando estábamos enfermas para consolar nuestro malestar. Nunca oí hablar de la ansiedad de la separación. Pasados 10 años, empezó a incorporarse al mundo laboral. Cerca de casa, compartiendo prácticamente las mismas horas que compartía antes de trabajar. Mi madre siempre estuvo ahí. Pero nunca me hice la gran pregunta ¿Ella quería estar ahí? Sospechosamente, al hacernos mayores, repetía a sus hijas que estudiáramos, que tuviéramos una carrera, que fuéramos independientes ¿Hijos? Uf, piénsatelo bien. No entendía muy bien como aquella madre para mí perfecta no nos alentaba a serlo también nosotras. Sencillo. No lo tuvo fácil para incorporarse de nuevo al trabajo. Al final tuvo suerte, pero las largas horas en casa a menudo no eran gratificantes. La soledad de las madres estaba ahí. Ahora que ya es abuela, ahora que ve cómo sus hijas correr arriba y abajo angustiadas; ahora que la ansiedad de la separación ha aparecido en nuestras vidas; ahora que los problemas de horarios se convierten a veces en tragedias griegas; ahora que ve que ella no sufrió estas ansiedades, me dice: quizás no fue tan malo que yo estuviera en casa. Llegamos siempre al mismo punto. Encontrar el equilibrio. Aquella jovencita de 20 años se vio atrapada en una sociedad, en un entorno en el que lo normal era no trabajar, cuidar de la casa y de los hijos, cuando a lo mejor no era lo deseable para algunas. ¿Somos como borregos que nos dejamos llevar por la sociedad? Pues a veces, aunque no queramos, lo somos. Porque no es tan fácil ir contracorriente. Porque no es tan fácil cuando tienes que sacar una familia adelante y los modelos que te tocan vivir no encajan con tu manera de pensar. No es fácil. Pero como siempre, saco algo positivo de todo esto. Mi madre se ha curado su angustia. Ahora que es abuela, ahora que sigue siendo madre, ve con perspectiva su vida y se da cuenta de lo importante que fue para nosotras, sus hijas, que estuviera siempre a nuestro lado. Yo se lo recuerdo siempre que puedo. 

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