Cuando todo sube, todo baja

2013 se estrena con una subida generalizada de precios en los servicios básicos: agua, luz, transporte público, carburantes y con éstos, todo, porque todo se transporta y aquí tonto el que ajusta precios, con lo que éstos se trasladan al último eslabón de la cadena: el consumidor. Hasta aquí, poco o nada nuevo. El concierto de Año Nuevo nos volvió a amenizar la mañana del primer día del año con una música que ya nos suena de cada año. Y los informativos que le siguieron tampoco desentonaron. A eso se suma una moderación por debajo de la inflación del salario mínimo y de las pensiones. Por todo ello, para 2013 sólo pido un deseo: sentido común. El sentido común parecería la salida más lógica a todo este embrollo en el que cada vez estamos más liados. Pero no debe ser tan fácil cuando quienes tienen la sartén por el mango no lo utilizan. Y mientras, seguimos cavando más hondo mientras nos dicen que así saldremos del agujero. Quizá sí, aunque por Australia, las antípodas. Recortando, ahogando a las clases trabajadoras y medias, a los autónomos y pequeños empresarios, que aunque con menor poder adquisitivo que las clases altas, son la inmensa mayoría y por ello decisivos. Los bancos dejaron de confiar en ellos, en nosotros, hace tanto tiempo que ahora la situación se ha vuelto insostenible. Se negó el crédito, cuando se había propiciado una economía basada en él. También se negaron a renegociar deudas impagables contraídas en años de bonanza y de crédito fácil, con demasiada letra pequeña que contenían cláusulas abusivas. Y todo ello, en muchas ocasiones, para comprar una vivienda sobrevalorada en plena burbuja inmobiliaria. Faltó sentido común. Ahora también. No aprendemos de nuestros errores, ni siquiera de los errores de los demás, que vemos amplificados. Y así, no hay manera. Y decimos hasta la extenuación, como parte de una melodía ya conocida, feliz 2013, aunque con la boca pequeña cada vez más pequeña.