Revista América Latina

Cuba, los congresos, la catarsis y la gaveta.

Publicado el 05 mayo 2014 por Yohan Yohan González Duany @cubanoinsular19

congresoPor Yohan González

Es hora de partir hacia La Habana. Maletas en mano y ataviados con pullovers y gorra se disponen a embarcase hacia la terminal de trenes. Atrás quedan meses de preparación, discusiones de documentos base, asambleas de balance, procesos de elección de delegados directos, reuniones preparatorias y consultas a puertas cerradas en las oficinas del Partido provincial.

Minutos antes abordar el expreso hacia Occidente, se despiden de las principales autoridades provinciales; a lo lejos suena la música de una conga acompañada quizás de la canción identificativa de la magna cita. Kilómetros de viaje e incomodas horas sentados en un asiento de tren es el precio a pagar para llegar a una ciudad que se despierta como el Olimpo, la morada de los dioses.

En la Terminal Central de Ferrocarriles vuelven a sonar las congas –están quizás los Guaracheros de Regla. Con los maletines en las manos se encaminan hacia los dirigentes nacionales -y quizás algún funcionario del Comité Central- quienes le darán la mano y la bienvenida. A las afuera, los relucientes ómnibus Yutong esperan a los delegados. El viaje hacia la villa será cuestión de segundos. Cual celebridades, las calles rendirán pleitesías a sus huéspedes de lujo anunciados por el sonido y la presencia de motos escoltas de tránsito. Otra conga a la entrada de la villa, se vive un ambiente de fiesta, el congreso ha comenzado.

Tras unas palabras de bienvenida se disponen al proceso de acreditación. Sobre una mesa una funcionaria verifica los datos y asigna las credenciales y los materiales de trabajo. El premio a tanto esfuerzo: una habitación, climatizada por un aire que lleva varias horas encendido, y el descanso sobre la cama, quizás una litera o una cama solitaria. Han sido varias horas de viaje, pero lo que quedan son cualquier cosa menos que horas de descanso.

Son las seis de la mañana, acordes de una canción de Silvio rompen el silencio sepulcral de la Villa. Ha acabado el sueño y comienza el trabajo. Un desayuno apremiante da paso a un matutino donde no puede faltar la guía sobre la agenda que los organizadores han definido. Siete y media, las Yutong y los escoltas esperan, es el viaje hacia el Palacio de las Convenciones, hogar por excelencia de los grandes acontecimientos y máxima expresión de la vida olímpica.

Divididos, según provincias y experiencia, los delegados son distribuidos por comisiones. Cada una diferentes entre sí pero interconectadas al final. Se habla de funcionamiento orgánico, defensa de la Revolución y lucha contra la subversión, ideología, el papel de las nuevas generaciones o las relaciones internacionales. Son las primeras horas de discusiones y de algunas catarsis.

Atentos, los funcionarios designados para atender y estar presentes en las discusiones de cada una de las comisiones, toman nota de cada una de las intervenciones prestos a tener a la mano las justificaciones y las respuestas más “políticamente correctas” para salir al paso a las intervenciones que deriven de la “objetividad que amerita el espacio” en la catarsis y en la crítica banal. A pesar de que existe un consenso general, esas serán las horas de más discusiones, divisiones, intervenciones encendidas y comentarios “calientes”. Al final, cuando las discusiones amenazan con atentar la fluidez del cronograma y retrasan la agenda de los dirigentes de nivel, el moderador de la comisión declara a la misma concluida y se pasa a la votación de los acuerdos, elaborados y discutidos en la noche anterior por la Comisión Organizadora bajo la mirada atenta de los funcionarios partidistas.

El almuerzo en el restaurant “El Bucán” da paso a la agenda de la tarde, la cual puede estar distribuida entre reuniones o actividades colaterales al Congreso. De regreso a la villa, exhaustos de un día de trabajo y de debates extenuantes, colocan sobre la cama sus agendas de notas, llenas de ideas sobre los debates en comisión y planteamientos dispuestos a ser llevados a la plenaria, y se aprestan a vestirse para la actividad de la noche. Puede ser una fiesta en la Villa o una actividad en el Karl Marx, pero nunca faltará el digno cierre de la “jornada en comisiones”. Lejos, en un cuarto cerrado, los miembros de la Comisión Organizadora elaboran las relatorías de las comisiones, perfilan discursos, afinan la agenda de la plenaria y discuten sobre las intervenciones “útiles” a ser presentadas en plenaria. Nada puede fallar para mañana.

Amanece. Es el día más importante del Congreso. En solo horas comenzará el acto de cierre formal de años y meses de trabajo. A su llegada, los delegados se enfrentan con un Palacio ocupado por seres vestidos con “guayabera”. Aquella promete ser una plenaria de “alto nivel”.

Quince minutos antes del inicio de la plenaria, según el cronograma, son acomodados todos los delegados en sus asientos en el salón principal. Esta vez están divididos por provincias y asignados en puestos de importancia según el papel que tendrán en la sesión plenaria. Quienes pronunciarán las intervenciones son colocados cerca de los micrófonos, así no será difícil poder desplazarse hacia ellos. El tiempo es oro y cada segundo perdido atenta contra el éxito de la cita.

A las nueve en punto el salón se estremece, comienzan los aplausos. Ha llegado la presidencia. Comienza la plenaria, presidida por figuras de prominencia nacional. La cabeza de la Comisión Organizadora presenta el Informe Central, un ejercicio de balance entre logros y fallos, entre deficiencias y metas a cumplir, entre “Vivas” y consignas. La lectura del Informe da paso a las intervenciones, iniciadas por una que es copia fiel del llamado a cumplir las metas y no darle importancia a las deficiencias. Se procede al desfile de intervenciones. El nerviosismo atenta contra algunos mientras las mentes más calculadoras y oportunistas hilvanan discursos que podrían abrir las puertas hacia una estancia casi permanente en el Olimpo del poder. La catarsis del día anterior da paso a la “objetividad” y el lenguaje protocolar de la plenaria. No hay culpables, no hay metas imposible, solo hay un objetivo: “ir hacia adelante”.

Al mediodía la sesión se detiene. Sobre la mesa de los delegados hay una boleta. Contiene los nombres de los futuros dirigentes de la organización, es hora de ejercer la democracia representativa. Los nombres no son desconocidos, a muchos los han escuchado durante las reuniones a nivel municipal o provincial. Convertidos en voceros de la visión nacional de la organización y de los objetivos que “el país se ha trazado”, ellos y no otros, serán los elegidos, es cuestión de marcar con una equis quien de todos es el mejor para ser el líder. No obstante, todos saben que ya el nombre está elegido. Fue una Comisión de Cuadros y no ellos quienes eligieron. Hay que validar y darle democracia a la elección.

Culmina el receso, comienza la parte final de la plenaria. Se leen los nombres de los electos. No hay sorpresas. Todos los de la lista han sido electos y como se sabía la cabeza de la organización ya se sabía quién sería. Se leen los acuerdos finales y resoluciones del congreso, se establecen las líneas de trabajo y las “promesas” a cumplir. Llega el discurso de clausura, una suerte de resumen de la reunión vista por uno de los dirigentes de la presidencia invitados, casi siempre representante de la visión del Partido, el Gobierno y el Estado, quienes muchas veces tienen la misma visión y a la vez la misma figura. Un largo aplauso y unos “Vivas” cierran el Congreso; ha culminado la cita.

Comienza la despedida del Olimpo. Congas, despedidas, últimas fotos y números de contacto para los nuevos amigos. “Más de lo mismo”, dirán algunos; “Memorable y productivo”, dirán otros. La prensa dedicará exclusivos espacios a hablar de lo acontecido, siempre calificando la cita como “histórica”. Simultáneamente una caravana de ómnibus se dirige desde la Villa hasta la Terminal Central de Trenes. Dos o tres días después es hora de regresar a la realidad y despedirse. Los reflectores se apagan y se despliegan las marquesinas.

Pasarán cuatro o cinco años para que otro congreso vuelva a ser convocado. Los temas tendrán similitud a la cita anterior, mientras que cada una de las intervenciones nos hará una regresión hacia años atrás. No es casualidad, se está hablando de lo mismo. Desde el Olimpo, una mano hurga en una gaveta. Busca entre papeles y documentos olvidados. Cubierto de polvo y tras invernar durante años, está el informe y el listado de acuerdos del Congreso pasado. Comienza otra vez el ciclo.


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