Revista Cine

Cuéntamela otra vez/XXII

Publicado el 14 agosto 2012 por Diezmartinez
Cuéntamela otra vez/XXII
No fui a ver el reciente remake El Vengador del Futuro (Wiseman, 2012) porque la crítica -la de fuera y la nacional- fue tan unánimemente lapidaria que, la verdad sea dicha, no sentí deseos de contradecirla. Eso sí: me dio curiosidad por volver a ver la cinta original, dirigida por Paul Verhoeven y filmada enteramente en la Ciudad de México, en los Estudios Churubusco, en el metro defeño y en otras locaciones chilangas más. ¿Resistiría el paso del tiempo el noveno largometraje del cineasta holandés internacionalizado Verhoeven? La pregunta es necia: sí y con creces.  El guión de El Vengador del Futuro (Total Recall, EU, 1990), escrito por Dan O'Bannon, Ronald Shusett y Jon Povill, toma sólo el planteamiento inicial del irónico relato de Phillip K. Dick "Podemos Recordarlo todo por Usted" para transformarlo en una enérgica, violenta y regocijante cinta de acción y ciencia ficción, una película tan políticamente incorrecta que, acaso, sería impensable en el Hollywood pacato de nuestros días. La premisa del filme es básicamente la misma del cuento de Dick: en un futuro indeterminado -en el filme, en el año 2084-, Douglas Quaid, un ciudadano común y corriente -ni tanto, ya que es interpretado por Arnold Schwarzenegger- sueña cada noche de manera obsesiva con Marte y con una mujer morena a la que, de frente a las lejanas colinas marcianas, toma de la mano. Su esposa, la atlética y despampanante rubia Lori (Sharon Stone en su mejor momento), le exige a su marido que se olvide de Marte, que mejor cumpla con sus deberes maritales y lo manda al trabajo como sedita. Pero Quaid no se da por vencido: decide ir a Rekall Inc. -una compañía especializada en insertar recuerdos falsos para los pobresdiablos que no pueden pagar unas vacaciones exóticas de verdad- y contrata un novísimo paquete llamado "Ego Trip" por el que no sólo viajará a Marte, sino que lo hará en calidad de un letal agente secreto de la "Agencia". El problema es que, al iniciar el procedimiento, resultar que Quaid sí estuvo en Marte, sí es un agente secreto y, como está interpretado por Schwarzenegger, sí es verdaderamente letal. Aunque la historia da el suficiente espacio para la ambigüedad  -¿Quaid está viviendo toda esa aventura o sólo se la está imaginando?-, Verhoeven no era en los años 90 -ni lo es ahora en el nuevo siglo: vea La Lista Negra (2006)- un cineasta particularmente ambiguo. Lo suyo está en la violencia jocosa -el momento en que Arnold toma de escudo el cadáver de un inocente para protegerse de las balas de los malosos comandado por el gran Michel Ironside-, en la cínica one-liner escupida por el limitadísimo ex-Míster Olympia -"Considera esto como un divorcio", cuando le dispara en la frente a su traicionera esposa-, en la rampante imaginación vulgar -la celebérrima prostituta de las tres tetas-, en la fascinación casi fellinesca por sus heroicos freaks -esos segundos que la cámara sigue a una prostituta enana que camina muy garbosa, ese líder revolucionario mutante que sale del estómago de uno de los personajes-, en el terrible fin que le concede a su villano de categoría Michael Ironside -aprende, Nolan: así deben morir los malosos, no porque los atropella un vocho o porque nomás se les acaba el "aigre"- y en ese exultante happy-end que, de tan perfecto/ridículo, pareciera que es falso. Pero no es falso: es de Hollywood, es de Verhoeven.

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