Revista Cine

Cuéntamela otra vez/XXIII

Publicado el 06 septiembre 2012 por Diezmartinez

Cuéntamela otra vez/XXIII
 The Bourne Trilogy (The Bourne Identity / The Bourne Supremacy / The Bourne Ultimatum) [Blu-ray]
Lo anoté ayer en twitter y lo repito por acá. Para trilogías hollywoodenses del nuevo siglo, me quedo con la de Bourne por encima de la del Batman nolaniano. Después de haber visto las dos trilogías de nuevo recientemente, la del espía amnésico Jason Bourne me ha parecido más consistente, más lograda, más satisfactoria, que las tres cintas batmanescas de Nolan. Ciertamente, podría aceptar que el segundo filme nolaniano es superior a cualquiera de las tres cintas de Bourne, pero el primer y tercer filme del Hombre Murciélago según Nolan no se sostienen, por lo menos desde mis recientes re-visiones, ante la emoción y la ejecución de las tres películas de Bourne.  Por lo mismo, me di a la tarea de rescatar lo que escribí en el momento del estreno de cada una de las películas protagonizadas por Matt Damon. Si re-escribiera algo sobre esta trilogía, creo que debía hacerlo de una manera más entusiasmada y, ojalá, entusiasmante. De todas formas, con algunos cambios cosméticos menores, lo que sigue es lo que publiqué, en su momento, de cada uno de los tres filmes. 
Cuéntamela otra vez/XXIII
 A primera vista, el casting de Matt Damon como un eficiente asesino profesional en Identidad Desconocida (The Bourne Identity, EU-Alemania, 2002) es un error. Digo, después de todo, Damon no parece dar el ancho para encarnar a un personaje que reparte karatazos al por mayor, sabe de todo tipo de armas, huye de la policía manejando un auto compacto por las angostas calles parisinas, escala paredes como hombre-mosca (o más bien, araña) y muestra unos reflejos dignos de un depredador dando zarpazos. Sin embargo, a pesar de que el oscareado guionista de Mente Indomable (Van Sant, 1997) no parece la mejor opción para darle vida a una especie de James Bond asesino, la verdad es que la presencia del joven actor resulta ser uno de los puntos a favor de la entretenida película dirigida por Doug Liman. Damon no es ni muy alto, ni muy fuerte, ni muy atractivo, ni muy carismático, ni muy... nada. De hecho, por su rostro más bien vulgar y su fisonomía poco elegante, Damon estuvo perfecto en el papel del obrero-genio traumatizado de Mente Indomable, en el de gay criminal y envidioso en El Talentoso Mr. Ripley (Minghella, 1999) e incluso en el de aprendiz de transa en La Gran Estafa (Soderbergh, 2001). Es decir, en las mejores actuaciones de Damon hay en su mirada una suerte de perpetua inseguridad: sabe que no debe estar ahí, que no pertenece a ese lugar, que sale sobrando en donde esté. Y algo por el estilo es lo que transmite el personaje de Damon en Identidad Desconocida, pues el actor interpreta a un asesino que ha perdido la memoria y que no sabe porqué la CIA quiere eliminarlo. Así, pues, Damon resulta la opción perfecta para encarnar al Bourne del título original: un criminal amnésico que poco a poco va descubriendo no sólo quién es sino cuáles son sus habilidades más que letales. Identidad Desconocida está basada en una novela del especialista Robert Ludlum, historia que ya fue llevada a la pantalla en una desconocida –para mí, por lo menos- adaptación televisiva protagonizada por Richard Chamberlain. Ignoro cómo lidió Robert Young –el director del citado telefilme- con esta intrincada trama de espionaje, ocultamientos, muertes y huidas constantes, pero Liman –de quien hemos visto la comedia tarantinesca Viviendo Sin Límites (1999)- lo hace con la mano en la cintura, como si fuera todo un especialista en el género. Por supuesto, mucho de lo que vemos, incluyendo el desenlace, no tiene mucho sentido (¿cuántos filmes de espionaje lo tienen?), pero la dirección de Liman es impecable tanto en el montaje de las varias secuencias de acción (¡esa persecución en auto, por ejemplo!), como en el manejo de un reparto sobrado de talento que incluye a Chris Cooper, Brian Cox, una desperdiciada Julia Stiles y un espléndido Clive Owen como un matón ultraprofesional, peligroso rival de Bourne.  Un punto adicional a favor del filme: el rapport entre Damon y su “dama joven”, la alemana Franka Potente. Como podría haberse esperado, la exCorre Lola Corre (Tykwer, 1998) resulta ser la perfecta pareja para cualquier antihéroe en huida constante.
Cuéntamela otra vez/XXIII
¿Por qué los thrillers de espías de Hitchcock siguen siendo, varias décadas después, insuperables? Porque, más allá del “McGuffin” respectivo (digamos, el robo de cierta información valiosa, un cantidad de uranio escondida en botellas, el asesinato de algún político encumbrado)  y más allá de la impecable puesta en imágenes, esos filmes hitchcockianos siempre trataban de otra cosa, sea porque había una oscura historia de amor que contar (Tuyo Es Mi Corazón, 1946), sea porque había una elaboradísima broma cósmica que ejecutar (Intriga Internacional, 1959). Precisamente por esto Identidad Desconocida (Liman, 2002) logró trascender: además del perfecto montaje de las convenciones genéricas de rigor (persecuciones, muertes, balaceras y gadgets al pasto), la trama resultaba bastante ingeniosa: un muchacho amnésico descubre que es un letal espía y matarife al servicio de la Agencia Central de Inteligencia. Así, aunque no recuerda quién es, de dónde viene y qué es lo que hacía, sus habilidades siguen intactas: escala paredes, maneja armas, habla incontables idiomas, puede matar a cualquiera de un solo golpe… Una vuelta de tuerca argumental muy atractiva, y más cuando el protagonista es Matt Damon, un joven actor que siempre parece estar fuera de lugar con cualquier personaje que interpreta. La inevitable continuación, La Supremacía Bourne (The Bourne Supremacy, EU-Alemania, 2004), no cuenta con la ventaja argumental ya descrita. Jason Bourne (Damon) sabe mucho más de sí mismo que en el filme anterior y, por eso, ha pasado dos años escondido en algún lugar de la India al lado de su novia alemana Marie (Franka Potente). Hasta allá irá a buscarlo un matón que se equivocará de blanco, provocando la ira de nuestro héroe sin-memoria: durante las siguientes dos horas veremos a Bourne viajando por Nápoles, Berlín, Moscú y Nueva York, haciendo lo que mejor sabe hacer: matar cristianos. Dirigida por el británico Paul Greengrass –cuyo Domingo Sangriento (2002) nunca se estrenó comercialmente en México-, La Supremacía Bourne es un espléndido thriller de espionaje que, en la forma, no le duele nada: reparto secundario de primer nivel, irreprochable uso de locaciones europeas, notable precisión en el montaje de las balaceras y peleas y, sobre todo, un par de secuencias que por sí mismas valen el boleto. La primera es una corretiza a pata por las aceras, el metro y un puente de Berlín; la segunda, una persecución en auto por las calles y los túneles de Moscú. Sin exagerar, Greengrass recupera en estos momentos de cine puro, el espíritu de las grandes escenas del cine policial y de acción de los 60/70, como Bullit (Yates, 1968) o Contacto en Francia (Friedkin, 1971). Sin embargo, volviendo a la argumentación inicial, este “thriller” de espionaje no trata de otra cosa: sólo es buen un thriller de espionaje, no más. La Supremacía Bourne es, al final de cuentas, una convencional historia de venganza y, aunque en el desenlace hay un intento de otorgarle cierto peso dramático a la búsqueda de la verdad por parte de Bourne, el hecho es que este giro “serio” del guión no resulta tan trascendente. Para estas alturas, la logística le ha ganado a todo lo demás. La verdad: ¿a quién le interesan  los sentimientos de los personajes después de tan emocionantes persecuciones?
Cuéntamela otra vez/XXIII
En Bourne: el Ultimátum (The Bourne Ultimatum, EU, 2007), tercera parte de las aventuras del asesino-amnésico-al-servicio-de-la-CIA Jason Bourne, el inasible, ubicuo y letal espía (Matt Damon) ha empezado a recordar, por fin, quién es, de dónde viene y cómo llegó a convertirse en una perfecta máquina para matar cristianos. Y, por supuesto, apenas deja de avanzar cojeando y sangrante por las calles de Moscú –en el final anticlimático de La Supremacía Bourne (Greengrass, 2004)- para luego recuperar el aliento y volver a donde empezó todo: el mismo corazón del imperio. A Bourne ya no lo mueve la mera venganza, sino algo más noble y más complejo: sólo quiere saber su origen. Dirigidos de nuevo por el discutido cineasta británico Paul Greengrass, los nuevos -¿y de verdad últimos?- avatares de Bourne tienen la indeleble marca de fábrica de la franquicia: infaltables locaciones globales (Madrid, Tánger, Londres, Nueva York), reparto secundario de categoría (a las conocidas Joan Allen y Julia Stiles se suman ahora el nuevo villano David Strathairn y un siniestro Albert Finney) y algunas electrizantes secuencias de persecuciones impecablemente fotografiadas/montadas: una a moto, pata y a brinco por las calles y los techos de Tánger; otra a a pie por una atestada estación londinense; y otra más a carro por las traqueteadas rúas neoyorkinas. La bien armada trama escrita por Tony Gilroy –acaso me equivoque pero no encontré un solo hueco argumental en ella- recurre de manera obvia a la propuesta ideológica del thriller liberal setentero: basta que alguien tenga la suficiente convicción, como Bourne -o que alguien sea tercamente íntegro, como la jefa de espionaje encarnada por Joan Allen-, para desenmascarar a los malosos que se esconden detrás de las sacrosantas instituciones. Basta, pues, con negarse a ser cómplice, para que la suciedad salga a la luz pública. Acaso el esperanzador mensaje político suene un tanto cuanto ingenuo en vista de la historia reciente de Estados Unidos -¿a cuántos y de qué nivel castigaron por lo de Abu Ghraib?- o, ya entrados en gastos, de la historia reciente de México -¿y el Góber Precioso?-, pero si el susodicho rollo está envuelto en un thriller tan emocionante y de tan perfecta factura como Bourne: el Ultimátum, podemos ser optimistas. Por lo menos en lo que a la buena salud del cine liberal hollywoodense se refiere Un último detalle: como en sus cintas anteriores –los “thrillers” históricos Domingo Sangriento (2002) y Vuelo 93(2006), y la segunda parte de la trilogía, La Supremacía Bourne-, Greengrass usa aquí de manera constante una cámara en mano tan inestable y temblorosa que algunos espectadores han dicho que provoca dolor de cabeza. La validez  de la shaky-cam –como ha sido mordazmente titulada por algunos- ha sido debatida ampliamente por cinecríticos de la talla de David Bordwell, Michael Atkinson y Roger Ebert  en sus respectivos websites y/o blogs. Si le interesa el tema, tiempo le va a faltar para leer este fascinante debate de gramática fílmica.

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