Revista Videojuegos

Cuentapharmaco: ‘Una piba con la remera del Sim City’

Publicado el 01 julio 2016 por Ludopharmacos @ludopharmacos

-¡Café Café!. -Pregonaba esa tarde el habitual vendedor del Parque.

Al acercarse a mi puesto le pedí un cortado y le invité uno a Esteban, que por esas cosas de la vida, estaba suplantando a Tita, la vieja vendedora de libros del puesto que estaba junto al mío.

Ella se acercó unos días antes a preguntarme si tenía algún muchacho de confianza para atender el puesto por algunas semanas.

La verdad no conocía a nadie. Mis escasos amigos estaban ocupados; Esteban seguía con sus ventas ambulantes, pero cuando le comenté lo del puesto de libros me agarró del hombro exaltado y me dijo que él siempre había querido hacer eso y que lo recomiende.

Como vendedor era bastante grosero, sobre todo, con la gente que pedía libros pedorros:

-¿Tenés el Sueño de la Cachufleta de Dan Almirante Brown? -preguntó una mujer pudiente-. Y Esteban se asomó por encima de un libro de Antiój Kantemir y le dijo:

-No, mujer, acá vendemos libros, la basura está en el ceamse y, por lo visto, parte de ella no fue retirada de los anaqueles de su biblioteca. Así iba a ser difícil que Tita pudiera mantener su puesto.

Pero cuando el sujeto se iba al baño o se quedaba horas viendo jugar ajedrez, yo vendía todo lo que podía y hasta aveces lograba persuadir a la gente de que compren lo que sea aplicando técnicas previamente aprendidas en algún call center pedorro en el que supe trabajar.

Mi puesto era un éxito gracias a la posibilidad de piratear juegos de Playstation One. Lo que más se vendía eran los Winning Eleven: cuando salió el dos mil dos, llegué a vender más de cien copias en un día.

Los cartuchos viejos y otras rarezas no se iban casi nunca. Alguna que otra vez alguien preguntaba por ellos, mas sólo por curiosos: aún no había explotado la cultura retro. Como siempre, nuestros planes iban a destiempo con el universo.

En eso escucho a Esteban completamente sacado con una clienta, que no tendría más de quince años.

Me acerqué convencido de que, finalmente, el tipo había perdido el juicio y ya no podía discernir entre un carajo de nada.

-Mirá la remera, Eugenio. -me dijo señalando a la piba-. Llevaba puesta una remera del Sim City 2000, uno de los juegos favoritos y sagrados de éste tarado.

-Es la primera vez que la veo. -dije.

-Pero la mina no tiene idea de qué es; y así es como se va desvirtuando todo: la cantidad de remeras de Los Ramones que veo en pibitos que escuchan a los idiotas de los Hanson, todos los que consideran literatura a Harry Potter, y esta nena… -Piba, es un juego del noventa y tres, no tenés idea lo que representa, continuaba el inconsciente mientras la muchacha, pálida y a punto de llorar, no le contestaba.

Intenté calmar las aguas, aunque, en el fondo, compartía un poco la indignación de Esteban. Pero era algo con lo que me había acostumbrado a vivir.

-¿Dónde la compraste?. -le pregunté.

-Mi mamá en un club del trueque. -contestó cabizbaja,con un dejo de resignación.

-¿Dónde queda el club?.

-Al lado de la estación Lacroze… mirá, yo venía a canjear unos libros para el colegio nada más.

-No, acá no canjean. Tenés que seguir derecho hasta el puesto veinticuatro.

La piba dijo “gracias” y se fue hacia donde le había indicado.

Lo miré a Esteban, haciéndole el típico gesto porteño que significa: “Dejate de hinchar las bolas”.

Volví a mi puesto, donde me esperaban dos muchachos con uniforme escolar.

-¿Tenés el Winning Eleven dos mil dos con la liga Argentina?. -preguntaron extasiados.

-¡Váyanse a la puta que los parió los dos!.

Estaban me dio unas palmadas en la espalda mientras me decía:

-¿Viste?. -Te terminan sacando estos pelotudos-. Cerremos y vamos a mi casa a tomar un vino.

-Sí, esto de los puestos no va más. -le dije-. Vamos, apuremos ese vinazo y pensemos qué hacer.

Trece años después, y luego de una extensa seguidilla de peripecias, fundamos Ludopharmacos.


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