Revista Diario

Cuento

Por Arielac
Nuestra amiga María, del blog Matilda Libros, nos ha hecho un precioso regalo: un cuento para Valeria. Mil gracias por la dedicación, el tiempo y el cariño, es un cuento maravilloso que estoy segura de que a Valeria le encantará cuando crezca un poco más, y desde luego lo vamos a guardar como un tesoro.
Lo quiero compartir aquí...
Al final de la vereda violeta.
Supongo que todo sabéis que hay hadas de muchos tipos, hadas altas, bajitos, rubias, morenas, vestidas de rojo, de azul, de verde, de naranja, hadas con buen humor y hadas gruñonas, hadas, valientes y miedosas, tranquilas, nerviosas... En fin, muchos, muchos tipos de hadas y todas y cada una de ellas son necesarias. ¿Qué haríamos sin hadas vestidas de azul? Sería una catástrofe para el mundo de las hadas y no digamos para la Bella Durmiente. ¿Y sin hadas rubias? ¡Qué barbaridad! ¡Con todo lo que trabajó Campanita en el país de Nunca jamás! Y no quiero ni pensar en si faltaran las hadas bajitas, ¡son imprescindibles cuando hay que colarse por agujeros pequeños!
Ya veis en el país de las hadas las hay para todos los gustos, por eso tienen tanto éxito en todas partes.
Cuando nace una hadita enseguida se sabe cómo va a ser y, en función de eso, se le enseñan las cosas que va a necesitar cuando crezca.
Las hadas nacen en gotas de lluvia, ya os imaginaréis la que se lía en cuando hay tormenta. Es divertidísimo. En las nubes hay un montón de bolas de algodón ayudando a las haditas a entrar en su gota de lluvia para que estén cómodas en el viaje y les dé tiempo a vestirse y a ponerse muy guapas antes de llegar. En el bosque, todas las demás hadas esperan a las gotas y cuándo rompen en el suelo y las haditas rebotan y salen despedidas corren de un lado a otro para atraparlas y recibirlas como se merecen.
Una noche que había muchos relámpagos las bolas de algodón se despistaron y una hadita muy pequeñita que no tenía que salir hasta la próxima tormenta se coló en una gota de agua y aterrizó en el bosque antes de tiempo. Esta hadita ya tenía nombre y carácter pero, como aún no era su momento de llover, las hadas que la recogieron no sabían qué le tenían que enseñar a hacer.
Valeria, nuestra hadita despistada, era muy valiente, muy simpática y muy alegre pero claro, de momento no era ni rubia, ni morena, ni alta, ni baja, eso sí, era un hadita verde y su vestido era precioso, aunque le quedaba un poco grande.
Las hadas no sabían a dónde llevarla y no tenían ni idea de qué cuentos había que regalarle, ¡madre mía! ¡Valeria las había pillado totalmente por sorpresa!
Estaban allí pensando, pensando, sobre aquella hadita tan, tan linda y no se daban cuenta de que Valeria se había colado en una gota antes de tiempo porque ella ya tenía muy claro lo que iba a hacer.
Y es que, más de una hadita despistada, Valeria era tremendamente impaciente y no había podido esperar su turno de llover porque sabía que ella iba a ser una pionera.
Desde las nubes había mirado muy, mucho todo lo que pasaba en el suelo y había observado atentamente todo lo que hacían las otras hadas. Le gustaba lo que veía y la idea de ser un hada le parecía estupenda. Pero un día vio algo que le fascinó y se extrañó, ¡no había hadas allí! Ah, ¿no? ¡Pues ella iba a ser la primera! Y ni corta, ni perezosa de montó en una gota de lluvia desconcertando a todo el país de las hadas.
Como era pequeñita no le costó escaparse y allí dejó a los demás discutiendo sobre si era mejor regalarle el cuento de Blancanieves o el de La Cenicienta. Ella, mientras se marchaba pensaba, "pero si a mí el que me gusta es Peter Pan''.
Valeria se había estudiado muy bien el camino que debía seguir para llegar a su destino. Sabía que tenía que salir del bosque, subir una montaña azul y cruzar un río naranja, pasaría la noche en una casa roja, bordearía unas arboles amarillos, volvería a subir otra montaña, esta vez verde, como su vestido, nadaría en un gran lago rosa, caminaría por una veredita violeta y... ¡¡llegaría!!
¡Ah! Pero todavía no os he contado a dónde quería ir Valeria. ¿Queréis saberlo? Pues venga, vamos con ella. Es cansadísimo subir la montaña azul y cruzar el río naranja, pero enseguida estaremos descansando en la casa roja. Y sí, son una preciosidad estos árboles amarillos. ¡Uf! la montaña verde es aún más empinada y ¡qué fría el agua del lago rosa! Pero el paseo por la veredita violeta es agradable, ¿verdad? Y allí al final… ¿los veis?, ¿no? Hay que fijarse un poquito más... ¡eso, es! ¡Allí hay un montón de elefantes! ¿No son preciosos?
Porque Valeria, amigos, no quería ser un hada rubia, ni un hada azul, no le gustaba ser un hada de princesas, ni quería cuidar de las flores de los palacios. ¡Ella quería montar en elefante!
Un hada mayor que acicalaba flores con cada pétalo de un color se acercó a ella y adivinando sus intenciones le dijo.
- No podrás subir tan alto y además, ¿para qué sirve un hada montada en elefante?
Valeria se rascó la cabeza y no supo qué contestar, ¿para qué servía un hada montada en elefante? Pensó y pensó pero no se le ocurrió nada. Cualquier otro se habría desanimado, ¡después de un viajen tan largo! Pero ella no, ella pensó, "¡no importa!, ¡ya se me ocurrirá!” Y se concentró en pensar cómo subiría al elefante.
Lo primero que hizo fue intentar trepar, pero se escurría todo el rato, luego usó las flores como cama elástica para impulsarse. ¡Uf! ¡Agotador! Y apenas si llegaba a la colita del animal, además, no conseguía agarrarse a ella. Intentó hacer una cuerda con la hierba, pero enseguida pensó que no tendría dónde atarla para subir, voló con sus alitas aún muy pequeñas. Era imposible, ni siquiera un hada mayor podría hacerlo. ¿Y con magia? No, que va, la magia no sirve para todo, los retos hay que vencerlos uno mismo...
En fin, allí estaba nuestra hadita, sentada en una roca, pensando, pensando y empezando a dudar si lo que la había dicho el hada de las flores no sería verdad.
De pronto, le pareció que el elefante la miraba, ¿no?, ¡sí!, ¿o no? Era poco probable, seguramente ni siquiera la veía. Pero parecía que de reojillo... ¡SÍ! ¡El elefante la estaba mirando!
Valeria ladeó la cabeza y dijo muy bajito: "¿Hola?". ¡Ay! ¡Qué vergüenza le había entrado de repente!
El elefante movió una oreja y ella repitió un poco más alto: "¡Hola!”. La otra oreja también se movió y a ella le dieron muchas ganas de reír. “¡Hoooolaaa!" gritó. Y esta vez sí, no solo se movieron las orejas, los ojitos del elefante parecieron sonreír, meneó la colita y levantó la trompa. Valeria saltó de alegría.
- Hola, Hola, hola, me llamo Valeria y soy un hadita del bosque. Vengo desde muy, muy lejos para conocerte a ti y a tus hermanos y me encantaría ¡muchísimo!, poder montar en elefante. Vamos, en ti.
Le pareció oír que el animal se reía y de repente él bajó su enorme trompa y la puso a su lado. ¡Solo hacía falta ser amable y educada!
Ella dudó pero enseguida se animó y subió. Volvió a saludar a la altura de los ojos, le dio un besito en la frente al elefante y se sentó en la cabeza.
¡Oooooh! Era maravilloso. ¡Estaba tan, tan alto!
Podía ver el lago rosa, los árboles amarillos, la casa roja, el río naranja, la montaña azul y ¡su bosque! Entonces entendió para qué servía un hada montada en elefante. Podía ver mucho más allá de lo que veían las demás. Podría avisar a cada tipo de hada cuando algún niño tuviera problemas, cuando un dragón se lastimara volando, cuando las brujas necesitaran hierbas frescas... ¡Las noticias llegarían mucho antes! Y eso era fundamental en el país de las hadas.
Valeria es la primera de muchas hadas montadas en elefante y a las hadas mayores les pareció en una gran idea. Desde entonces siempre llegan a tiempo, pueden ayudar más y mejor y su magia llega mucho más lejos.
Y claro, enseguida supieron que las haditas que se montaban en elefante visten de verde, tienen risa de cascabeles, sonrisa traviesa y su cuento es Peter Pan.
¡Ah! y son impacientes así que, casi siempre, llegan una tormenta antes de lo que les toca.
Cuento

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