Revista Opinión

Cuento de cuentos de Cortázar (Un juego)

Publicado el 02 noviembre 2013 por Miguelmerino

Y si un hombre no puede escribir seis cuartillas fuera de lo que él llama su obra, su espíritu tiembla de remordimiento por haberse dejado venir engañando.

Notas a una postura, Camilo José Cela

Cuando encontraron al Registrador Gris, dentro del baúl, junto a un folio en blanco, sellados, datados y rubricados ambos, folio y registrador, no quedó más remedio que llamar a la policía, a pesar de que este Registro había sido siempre un feudo sin más ley que la del Registrador Gris; pero ya se sabe: muerto el perro, se acabó la rabia.

En una sala aneja, se encontraban todos los que habían pasado por el registro desde la última vez que se tenía constancia de que el Registrador Gris respiraba. Estaban a la espera de ser interrogados por el Comisario Negro, que era el encargado de resolver el caso, siempre y cuando éste tuviera solución. Hizo pasar al primero:

- Su nombre.

- Cortázar, Julio Cortázar. ¿Qué tal, López?

- Mira, como Bond, James Bond. Pues no, no soy López, para su desgracia. Mi nombre es Satarsa, pero todos me conocen por el Comisario Negro. ¿A qué vino usted aquí?

- Pues trataré de explicarlo brevemente. Ayer, en el retorno de la noche, oí el timbre del teléfono y le dije a Delia: Llama el teléfono, Delia. Delia contestó al llamado. No podía tratarse de un amigo, porque los amigos saben que cuando la noche está boca arriba, como era el caso, no deben llamar. Abreviando, se trataba de un funcionario amigo, que llamaba para informar de que el Registrador Gris por fin había registrado un cuento. Así que, lógicamente, fui a pedirle explicaciones. Le pregunté a su secretaria,  la señorita Cora, si el registrador estaba en su cubículo, para mantener con él una reunión. Abandoné la isla a mediodía, sí señor comisario, después del almuerzo, cogí la autopista del sur, dispuesto a pedirle explicaciones sobre lo particular y lo universal, pues claramente no se trataba sólo de mí, éramos muchos los damnificados por este final del juego, ya que un juego había parecido hasta ahora el que no hubiera admitido el registro de ningún cuento, fuera éste un cuento sin moraleja o con moraleja. Cuando llegué al registro, con una fuerte cefalea, dicho sea de paso, me encontré la puerta condenada y no pude traspasarla. Llamé, como si estuviera llamando a las puertas del cielo, pero debo de estar destinado a las babas del diablo, porque nadie me abrió. El funcionario que me había llamado dejó sus maravillosas ocupaciones, quiero decir, sus trabajos de oficina y vino a notificarme que el registrador estaba muerto. No puedo decirle más, pero si se tratara de un suicidio supongo que habría dejado la clásica carta de  no se culpe a nadie de mi muerte.

- Muy bien, puede marcharse de momento. ¿Le veré en el velorio?

- No lo creo,  nunca he sabido llevar una buena conducta en los velorios. No entiendo las instrucciones para llorar y sin darme cuenta, me veo bailando tregua y catala.

Nota: En este cuento, como en un juego de sopa de letras, se esconden veintitrés títulos de cuentos de Julio Cortázar. Te invito a que busques todos los que puedas; el que más títulos consiga encontrar será el ganador. En caso de empate, ganará el que menos errores tenga. Si persiste el empate, serán nombrados ganadores ex aequo. ¿El premio? La satisfacción de saberse ganador.

¿Hay mayor gloria?


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