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Cuento. El viajero

Publicado el 26 mayo 2014 por Angeles

La primera vez que vi  a Manuel fue en una conferencia literaria. La sala estaba llena, no había asientos libres y estábamos los dos de pie, como muchas otras personas. Pero era evidente que Manuel se encontraba muy incómodo. Intentaba cambiar de postura cada poco tiempo, pero parecía no encontrarse bien de ninguna manera. Vi entonces su bastón e imaginé que le dolían las piernas. En un par de ocasiones, cuando aplaudíamos las palabras del conferenciante, nos miramos, y por encima de su gesto de dolor vi que sonreía y asentía con satisfacción. Siempre he pensado que la literatura, las palabras bien elegidas y las ideas bien expresadas tienen poder curativo, y en esta ocasión me lo pareció más que nunca. Cuando terminó la conferencia lo vi alejarse, una mano ocupada con el bastón, la otra con un libro. Y pensé que si por algún motivo ese hombre se viera obligado a dejar una mano libre, soltaría el bastón.  Unas semanas después lo volví a ver en otro acto literario. Reconocí al momento su andar inseguro, su nariz intrépida y su pelo recortado y peinado con precisión de ingeniería. A la salida lo vi hablando con alguien a quien yo conocía, y así fue cómo supe su nombre y que amaba la literatura por encima de todo. Y al rato, en su cafetería favorita, me hablaba de Italo Calvino, de Victor Hugo, de Melville, de Swift, de Walser; de Don Quijote, de La Cartuja de Parma, de Robinson CrusoeY hablaba de tal manera que fue como si yo no hubiera conocido hasta entonces nada de todo aquello. Y comprendí que aquel hombre tambaleante era un viajero que no necesitaba pies ni alas que lo llevaran. Que su nave eran los libros y su pasaje la imaginación.   Muchas veces más me volví a reunir con él en aquella cafetería, y siempre lo vi igual, con un libro entre las manos y el bastón a un lado, olvidado, innecesario cuando viajaba.  Y siempre me hablaba de los lugares que visitaba, de los personajes con los que iba y de cómo se sentía parte de las historias que leía.  Hasta que un día desapareció. No volví a verlo en actos literarios ni en el café. Pregunté a los amigos pero nadie sabía nada cierto de él. Decían que se había marchado de viaje, unos creían que a algún país extranjero; otros, que a la morada definitiva. Pero a mí me gusta pensar que ahora Manuel vive en un libro, que consiguió entrar en alguna de sus historias favoritas, que es uno más de sus personajes y que lleva el bastón solo porque resulta elegante.  Cuento. El viajero

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