Revista Cultura y Ocio

CUENTOS CORTOS: ¿A qué sabe la luna?, de Michael Grejniec

Por Arena
Empezamos la semana con un cuento infantil de Michael Grejniec, un joven autor (e ilustrador de sus propios cuentos) polaco al que conocemos muy poco en España pero que es bastante apreciado fuera de nuestro país. 
De hecho, aquí sólo se le ha traducido este librito "¿A qué sabe la luna?", pero tiene bastantes más. Os recomiendo que si podéis echarle un vistazo a alguna de sus obras lo hagáis, porque os váis a encontrar unas ilustraciones preciosas.
Y ya sin más, os dejo con esta pequeña historia que nos habla de la generosidad y de la importancia de unirnos ante las dificultades.
¡Que os guste!
¿A QUÉ SABE LA LUNA?

CUENTOS CORTOS: ¿A qué sabe la luna?, de Michael Grejniec

Michael Grejniec

Hacía mucho tiempo que los animales del bosque querían averiguar a qué sabía la luna. "¿Será dulce?", "Yo creo que es salada", se decían. Y todas las noches la miraban en el cielo, se estiraban e intentaban alcanzarla, alargando el cuello y las patas. Aunque nunca ninguno, ni siquiera el animal más grande, consiguió llegar a ella.
Una noche, la pequeña tortuga subió a la montaña más alta decidida a tocarla. Desde allí arriba, la luna parecía estar más cerca. Pero aún así no la alcanzó. Así que llamó al elefante y le dijo:
― Súbete sobre mi caparazón, tal vez así lleguemos a la luna. Pero la luna pensó que se trataba de un juego y, a medida que el elefante se iba acercando, ella se iba alejando poco a poco. Como el elefante no pudo tocar la luna, llamó a la jirafa: ― Si te subes a mi espalda, a lo mejor la alcanzamos. Pero al ver a la jirafa, la luna se distanció un poco más. La jirafa estiró y estiró el cuello cuanto pudo,
pero no sirvió de nada. Y llamó a la cebra: ― Si te subes a mi espalda, podremos acercarnos más. La luna empezaba a divertirse con aquel juego, y se alejó otro poquito. La cebra se esforzó mucho, mucho, pero tampoco pudo tocar la luna. Y llamó al león: ― Si te subes a mi espalda, quizá podamos alcanzarla. Pero cuando la luna vio al león, volvió a subir algo más. Tampoco esta vez lograron tocar la luna, y llamaron al zorro: ― Verás cómo lo conseguimos si te subes a mi espalda ― dijo el león. Al avistar al zorro, la luna se alejó de nuevo. Ya solo faltaba un poquito de nada para tocar la luna,
pero seguían sin poder alcanzarla. Y el zorro llamó al mono.
― Seguro que esta vez lo logramos, ¡anda, súbete a mi espalda! La luna vio al mono y retrocedió. El mono ya podía oler la luna, pero de tocarla, ¡ni hablar! Y llamó al ratón: ― Súbete a mi espalda y tocaremos la luna. La luna vio al ratón y pensó: "Seguro que un animal tan pequeño no podrá cogerme." Y como empezaba a aburrirse con aquel juego, se quedó justo donde estaba. Entonces, el ratón subió por encima de la tortuga, del elefante, de la jirafa, de la cebra, del león, del zorro, del mono y… de un mordisco, arrancó un trozo pequeño de luna.
Lo saboreó complacido y después fue dando un pedacito al mono, al zorro, al león, a la cebra, a la jirafa, al elefante y a la tortuga. Y la luna les supo exactamente a aquello que más le gustaba a cada uno. 
Aquella noche, los animales durmieron muy muy juntos. Y el pez, que lo había visto todo y no entendía nada, dijo:
― ¡Vaya, vaya! Tanto esfuerzo para llegar a esa luna que está en el cielo, ¿acaso no verán que aquí, en el agua, hay otra más cerca?

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