Revista Expatriados

Culo de pato (I)

Por Gonzoblogger

Culo de pato (I)

Patos buscando batracios en las aguas del Nemunas.

VOY a describir una escena que presencié hace tan sólo unos días. El protagonista es un estudiante de medicina libanés. Integrante de la numerosa caterva de musulmanes y jóvenes del tercer mundo que vienen a Kaunas para medio comprarse  el devaluado titulillo de medicina en una universidad de la zona. Y sin tener que pegar ni brote. Era una tarde soleada y hacía bastante calor. Lo que no es frecuente por acá en Lituania. El estudiante iba vestido como un musulmán modernillo. Con camisa rosa hortera ajustada al talle y unos pantalones vaqueros ceñidos. Y calzaba unas zapatillas deportivas de una conocida marca alemana. Se notaba a la legua que era un “kebab”. Así es como denominan en Lituania a los jóvenes musulmanes vestidos a la manera occidental. Llevaba una barba de cinco días cuidadosamente recortada y el pelo grasiento le brillaba de tanta gomina que se había untado. Tenía puestas unas Ray-Ban de imitación que se parecían a las que lucía el Stallone en "Rambo". O en "Rocky". Ahora mismo no me acuerdo bien. Las gafas de un policía corrupto. Era un tipo bajito, gordito, paticorto. Sin atractivo aparente alguno. Caminaba lentamente por una de las aceras que bordean Vytautas prospektas, una de las avenidas principales de Kaunas. Caminaba pavoneándose, por medio de la acera, sin ceder el paso a las señoras. Caminaba como si fuera el puto amo de la avenida. Cuando llegó a la altura de un gran parque que hay en el área, junto una parada de autobús, el tipo detuvo su paso, se quitó las gafas y empezó a mirar fijamente al cielo, como haciendo ver que buscaba la posición del sol. Entonces, ante los ojos atónitos de las señoras y las niñas que esperaban allá, se arrodilló en plena acera, alzando mucho el culo e inclinando la cabeza hasta casi tocar el pavimento con la boca y se estuvo allá unos minutos haciendo sus abluciones. Rezando a Allah o a su santa madre o a Dios sabe quién. En una arrogante, hipócrita y ridícula acción de proselitismo religioso. Una mujer mayor se lo miraba horrorizada y dijo algo que no llegué a entender bien. Un bomžas (vagabundo) apestando a degtine (el vodka lituano) soltó una carcajada y le espetó “eik najui!”. Que es un insulto terrible por aquí. Formado por el verbo “eiti” (ir) en modo imperativo y por una palabrota tomada prestada del idioma ruso y que podríamos traducir por “polla” en español estándar. O algo así. El bomžas tenía los dientes podridos e iba mamadísimo. Unas niñas que estaban allá observaban la escena con sumo interés. Embelesadas por los rezos a Allah y por el culo en pompa del devoto musulmán. Que sin duda se sentía observado. La Meca se ubica justo en la dirección opuesta al culo de un musulmán mientras ora. Era lo que pensaba yo que me encontraba allí mismo. En la parada de autobús mirando las evoluciones del fiel mahometano. Tras un par de minutos de abluciones y de exhibición de trasero el tipo puso fin a su plegaria. Se levantó del suelo, se limpió las manos con un kleenex que sacó de un bolsillo de sus ceñidos pantalones vaqueros, se ajustó un poco la camisa rosa que llevaba puesta y se volvió a poner las gafas de sol de policía corrupto. Acto seguido le soltó una sonrisa a las niñas que había en la parada de autobús y empezó a darles conversación. Con el propósito, apenas disimulado, de sacarle el número de móvil, el facebook, el skype o lo que fuera a alguna de ellas. La escena que he descrito es cierta. Tal vez el tipo en cuestión no llevaba gafas. Y quizás el bomžas no le dijo “eik najui”. Pero les aseguro que las cosas se desarrollaron más o menos tal como las he descrito aquí. Yo mismo estaba allá en la parada de autobús. Y conozco al personaje en cuestión porque me lo he encontrado en numerosas ocasiones en los clubs de Kaunas que suelo frecuentar. Bebiendo, fumando y “pillando” tal como prescriben los sagrados versículos coránicos. Y dilapidando el dinero que le transfieren los padres desde su Beirut natal. Todo lo que he escrito aquí suena un tanto islamofóbico. Y del todo inapropiado en estos días en que la comunidad musulmana recién empieza el Ramadán. Pero esa es una impresión errónea porque hubiese escrito algo parecido si me hubiese topado allá, en una de las paradas de autobuses más concurridas de Kaunas, a un devoto católico o a un practicante del judaísmo alardeando de su fe frente a un grupo de pacíficos ciudadanos que lo único que pretendíamos era tomar el troley de vuelta a casa, tras un largo, duro y agotador día de trabajo. Creo que la espiritualidad, como el sexo, la defecación o la muerte, como actividades irracionales que son, deberían practicarse exclusivamente en la intimidad y en espacios cerrados. Un templo de cualquier fe, un lavabo bien alicatado con su inodoro y su cisterna, la casa de citas de la esquina y el camposanto. A mi no me interesa demasiado tu profeta, coleguilla. Ni tu culo. Ni la Meca. Ni que exhibas tu fe rechazando comer carne de cerdo o ayunando desde que amanece hasta que se pone el sol cuando llega el Ramadán. Ni que pretendas desposarte con una o varias vírgenes. Ni que te la machaques más que un mono de feria mientras llega el anhelado momento de tus nupcias con una niña apenas púber. Que te fuera prometida nada más nacer. Ni que te vengas para Lituania con el firme propósito de meterla en caliente mientras tu prometida te espera en tu país de origen. Tú no eres mejor ni peor que nadie por esos rituales que practicas y que tú mismo te has auto-impuesto. Si tengo que elegir profeta, yo elijo a Yoda de Star Wars. Un enano verde, bajito y con largos pelos en las orejas. Maestro consumado en el manejo de la espada láser y capaz de levitar. Un profeta tartamudo, jorobado y alopécico. Y de edad, orientación sexual y origen étnico indefinidos. Pero lleno de sabiduría e iluminación infinita. Que mola más, desde luego, que el camellero medio analfabeto de Medina. Y tan bueno como cualquier otro de los profetas habidos y por haber. Yoda, por cierto, es una revisitación galáctica del mítico filósofo chino Lao-Tse. Quien diera origen al taoísmo. Esa originalísima vía natural de autoconocimiento que sirve para canalizar la espiritualidad humana y que, al menos en su concepción original, no tiene Dios, ni monjes, ni rituales, ni templos. Ni santos, ni Papas, ni curas pederastas. Ni guerras religiosas. Ni bandas de mercenarios barbudos gritando Allah Agbar!. Al servicio de los intereses occidentales. Y ametrallando cualquier escuela en Siria, Libia, Chechenia o Afganistán. Y ya puestos a elegir fe me declaro ahora mismo taoísta post-moderno. Seguro que si todos los días me fuera a la parada de autobús de Vytautas prospektas a orar con la foto de Yoda colgada al cuello y a hacer mis ejercicios espirituales con la espada láser en ristre la gente se reiría de mi. O me tomarían por loco de atar. Y probablemente tendría que pagar las 50 litas de rigor para “untar” a los agentes de la policía lituana del turno de la tarde que patrullan la zona. Para que me permitiesen continuar con mis inofensivos rituales Jedi. Y nadie los acusaría, a ninguno de ellos, de yodafóbicos e intolerantes. ¿Por qué entonces no puedo yo hacer guasa con las plegarias de un “cutrillo” musulmán libanés, de un judío sionista circuncidado y dispuesto a morir (y sobre todo a matar) por Israel, de un católico apostólico romano que mortifica su carne con el cilicio, de un raelino medio tronado y armado hasta los dientes, o de un militante lobotomizado de la Iglesia de la Cienciología que prepara el advenimiento de la invasión de los ultracuerpos? Y es que, llegados a este punto, casi le tengo que dar la razón a un profesor cachondo que tuve en el colegio de primaria. Un profe medio anarquista que nos daba siempre la monserga con Malatesta, Durruti, Kropotkin y otros insignes prebostes del santoral anarquista. Dios no existe y Allah menos todavía. Esos nos decía. Probablemente el hombre se habrá retirado ya. Y si no lo ha hecho seguro que habrá tenido que adaptar su discurso al credo multicultural que se ha impuesto en las aulas españolas y en casi todos lados.
(sigue)
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