Revista Cine

Cumplimos nuestro cuarto año. once upon time in good´s little acre

Publicado el 15 febrero 2015 por Ganarseunacre @ganarseunacre

ONCE UPON TIME IN GOOD´S  LITTLE ACREPor Roy Bean y Juan Carlos Vinuesa

 CUMPLIMOS NUESTRO CUARTO AÑO. ONCE UPON TIME IN GOOD´S  LITTLE ACRE

Queremos agradecer a Farwest Clint Cooperlas fotos de su blog que tan gentilmente nos ha cedido para la confección de esta publicación.

Sólo los campesinos han vencido. Se quedarán para siempre. Vosotros sois como el viento… un fuerte viento… que barre la tierra y se va.(Los Siete Magnifícos)

Un hombre de mediana edad camina con el sol a su espalda. En su cara se puede ver una mezcla de determinación y esperanza. Por la mañana ha cogido el periódico y como todos los días lo ha abierto por la página de deportes, viéndose en su cara una mezcla de hartazgo. Piensa: “Joder, ¿qué hago esta tarde?” Y en ese momento se acuerda de los pases dobles del Olimpia, de las sesiones del Astoria con la sala para él solo, del pantallón del Vistarama. Y vuelve a abrir el periódico; pero en esta ocasión por las páginas del final, donde está la cartelera.  Con la misma rapidez que Superman cuando tenía que memorizar un libro, y con los años que da la  práctica, hojea la cartelera cinematográfica, no con cierta desazón. De repente, el rostro de nuestro  hombre cambia. Dice, para sí: “Esta tarde una peli, después un paseito, una cañita, a cenar y a la cama. Y mañana será otro día.” Parece que nuestro hombre ha encontrado solución al problema que le acuciaba. Hoy,  mañana… y es posible que más días, con sus tardes. 

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Nuestro hombre, que no tiene por que apellidarse Rodríguez, tiene la idea de gastarse un dinero en una entrada para un distinguido fin: pasar un buen rato. Créanme que en este mundo hay suficientes amigos a los que dar la paliza sobre Godard, el Free Cinema, el expresionismo alemán y demás zarandajas. Aunque hay algunos que siempre te preguntan cuales son las 1.000, 500, 100, 50, etc… mejores películas de la historia del cine. A lo que nuestro protagonista calla estoicamente, pensando que el día que alguien escriba una guía Michelín cinematográfica su editor se forra. Porque hay que aclarar que nuestro hombres sin nombre nunca se ha quedado en duermevela para ver la gala de los Oscar´s, ni la de los Goyas, que piensa  en que cada año se supera en ser más hortera, año tras año, copia descarada los premios de la industria americana, que incluye sus chistes malos,  totalmente inaguantables,  a menos seas fans de Los Morancos. Cuando alguien le pregunta sobre la gala de los Goya, siempre responde lo mismo: “Yo trabajo por la mañana; ¿tú no?” Sin embargo lee las criticas, pero no cualquiera; selecciona tras años de exámenes, más propios de un catedrático inmisericorde, que de una persona que se va a gastar 6 euros  en una entrada. Todavía recuerda una reseña de un periódico local sobre la película de John Ford “Cuna de héroes” en la que ponía al maestro como un militarista y retrogrado. Escribió unas líneas al autor de la crítica que nunca tuvieron respuesta. Y es que al maestro ni tocarlo.

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Frederic Remington

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"El indio, tanto cuando ataca como cuando huye, es inconstante. Abandona pronto. No comprende que se pueda perseguir algo sin descanso. Y nosotros no descansaremos. De modo que al final daremos con ella. Te lo prometo. La encontraremos. Tan cierto como que la tierra da vueltas".

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Pero volvamos a nuestro héroe, que ya está comido. Sale del portal con la intención de ir  al cine como Dios manda, es decir, a pie. Nada de ir en coche a centros comerciales, aunque esto cada vez lo tiene más difícil. Sale con tiempo, ya que se toma un café en el bar de un amigo. Estará el tiempo suficiente para no llegar ni antes, ni después. Y es en ese preciso instante en que llega a las salas cuando nuestro hombre anónimo aplica un código no escrito, pero implacable como un sargento chusquero. Es importante señalar que el código se empieza a aplicar antes de la compra de la entrada. No le gustan las colas en las taquillas, pero menos le gustan la gente que busca consejo en la taquillera, que consigue dos cosas: una, la menos importante, que retrasa su turno en la cola, y la más importante que puede alcanzar tintes catastrofistas. Que llegue a la sala con la película empezada. Ante esto, nuestro hombre tiene como armas un estoico silencio y una cara de muy pocos amigos. Una vez que llega a la taquilla siempre pide una entrada pidiendo para la película, nunca la sala. Supongo que es costumbre cuando en este país había salas grandes, con grandes pantallas y no multisalas con pequeñas pantallas. Y ahora ni eso

 


Una vez que accede a la sala examina ésta al igual que un sabueso otea el horizonte. Da el visto bueno a los correligionarios con los que va a compartir la película. Este es el momento en que la aplicación del código es total. Ni un susurro, ni un murmullo. Risas, sonrisas y carcajadas admite cuando la peli es comedia. Tal vez en el gran documental de Phillip Groening “El gran silencio” sobre los monjes cartujos halla más silencio que en la sala de proyección. Nuestro hombre sin nombre, ante las faltas del código, guarda el silencio del Santo Job hasta que pierde la paciencia. Cuando esto sucede no pierde el control, pero sus puyas son terribles. Ríe cuando recuerda cuando vio la película de Troya, con dos féminas extasiadas ante la grupa del actor Brad Pitt, no tuvo reparos en aconsejarlas que compraran una revista del corazón. También recuerda cuando viendo Blade Runner, llamó por lo bajinis “chinche preñado” a un espectador que le estaba contando la película a su acompañante tres segundos antes de que la acción saldría en la pantalla. La gente al leer esto pensará en que problema hay. Uno especialmente grave: Él lo está oyendo.

 

Cuando acaba la película, sale del cine, mira la cartelera de la fachada, y de la misma manera que ha llegado se va, dándose ese paseo, hasta un bar que sólo el sabe cual es, donde después de la caminata, tomará esa cerveza tranquilo. Hablará con el dueño del bar, y hasta igual se encuentra con algún amigo con

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el que comentará que ha ido al cine, y comentará la película si considera que su interlocutor tiene un nivel apreciable. Si no es así, sólo dirá una frase: “Bah, la película no ha estado mal.”Nuestro cinéfilo es un hombre de ideas fijas, asentado sobre unas prerrogativas más fuertes que las columnas de la Capilla Sextina. En ocasiones algunos preguntan cuántas películas ha visto o si recuerda la primera película que vio. En lo primero nuestro hombre no sabe que número, aunque por la videoteca que tiene calcula más de 2.000; pero sí recuerda la primera película que vio y dónde. La primera película que recuerda es “La ley de la selva” de Walt Disney y la vio en el Campos Eliseos,   en gallinero; comiendo un bocadillo —no recuerda de qué— y bebiendo un kas o una fanta. Recuerda como su abuelo le llevaba a primera hora de la tarde al Campos, donde trabajaba como acomodador, siendo el teatro Campos Eliseos, el teatro de los teatros, “la bombonera”, salvado por el Ayuntamiento de la misma manera que el 7º de Caballería salva a los colonos camino del  Oeste. Este bellísimo teatro se inauguró un 7 de agosto de 1902 Un local con tanta historia, que por citar una de las películas que se proyectaron fue la extraordinaria “La Kermesse heróica” de Jacques Feyder un 24 de setiembre de 1936.

Pero volvamos a las tardes de nuestro joven protagonista  El ritual era el siguiente. Salida de casa, paseo hasta el bar donde previamente su abuelo jugaba la partida, al Campos a ver  “La ley de la selva”, menú incluido, y después de verla a esperar al padre o a la madre, que pasaban a recogerle. Si pasaba su padre, otra película más, ya que su padre trabajaba en los cines, hasta la hora en que la jornada del padre acababa. Y es curioso esto, porque nuestro cinéfilo se sentaba en una fila de butacas, en las cuales no podía sentarse nadie. Eran las reservadas para la policía, llamadas también “butacas de pase”. Todo hay que decirlo que a nuestro protagonista nunca le tuvieron por un Plinio. Si llegaba la madera, y en la sala había butacas, a las esquinas. Allí no se sentaba nadie. De ahí que nuestro hombre se conociera muchas esquinas de los locales de Bilbao. De estar la sala llena, se acababa la función. Al hall del Astoria o del Urrutia y a esperar

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Era el principio de una afición que se sustentaría en dos pilares. Uno, el  profesional, porque nuestro hombre ha sido un distribuidor, además de los duros, de los independientes, al igual que su padre, también gerente de unos conocidos cines de la capital. Ambos recorrieron al igual que   Fernando Fernán Gómez y José Sacristán en “El viaje a ninguna parte” los pueblos del norte de este país de memoria selectiva. El otro que es igual de importante es la  multitud de visiones, algunas privadas, que comenzaban pronto a la mañana. Hay se ha visto desde “Tiburón” —la leche, que hambre tenía el pez ese—, hasta “La guerra de las galaxias”, pasando por otras que nuestro hombre sin nombre irá recordando….porque seguimos en la brecha

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Cines Brooklyn en la capital del Principado.

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Cines Clarín en Oviedo.

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Cabina de proyección del Cine Vistarama en Zabalburú.

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Sala Campos Eliseos en la actualidad.

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Teatro Campos Eliseos. Aqui ví mi primera película "La ley de la Selva" de Waltd Disney. De propiedad municipal, en la actualidad, la SGAE gestiona su programación.




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