Revista Infancia

Darse cuenta

Por Gemmah

Ya llevo casi un mes en ASA como educadora ¿y qué hago? Ir a buscar a los niños al colegio (no sea que se encuentren con indeseables), ayudarles con los deberes, enseñarles a tener su cuarto y ropa limpios y ordenados, preparar la comida, mantener la casa decente, escucharlos con sus preocupaciones, explicarles cosas de la vida, aplicarles consecuencias cuando tienen un comportamiento que les daña, llevarles a conciertos cuando van por el buen camino, explicarles que son mucho más fuertes que la mayoría de personas, no permitirles que victimicen con su dolor, ayudarles a canalizar su coraje, leerles cuentos por la noche, felicitarlos constantemente por sus pequeños logros, darles muchas sonrisas, llevarles al parque, enseñarles a discutir, empujarles para que se quieran mucho más, darles ejemplo con mis pasos, ayudarles con sus conflictos interiores, darles muchas caricias, besos y abrazos, darles la mano para superar sus miedos, reírme mucho con ellos y enseñarles que el humor es un amigo que quita penas y nos da más fuerza… y un largo etcétera.

Y me doy cuenta que las personas que llevan años realizando esta labor, siendo educadores en casas-familia, en fundaciones, tienen toda mi admiración. Las admiro mil veces más que alguien que sacó matrícula de honor en Hardvard, mil veces más que alguien que esté cobrando cinco millones de euros al año, de todos los MBAs, de cualquier fundador de Google o Facebook, de cualquier Steve Jobs.

No es algo que no supiera antes, solo que ahora me doy cuenta. Son personas que dedican su vida a otras vidas (que según el punto de vista occidental no son de su incumbencia). Son como pequeñas hormigas que día a día dedican su tiempo y amor por darles la vida que se merecen a estos niños.
No importa qué serán mañana, no importa si robarán o si sostendrán al país. Importa que tienen el derecho a una infancia, tienen derecho a amor, a recreación, a educación… Tienen derecho a la vida.

Lástima que no haya másters en cómo dar y recibir amor, a preocuparse por los que han tenido otra suerte, a acompañar a aquellos que ni nos van ni nos vienen. Este máster sería mil veces más importante que cualquier otro. Claro que también sería mil veces más complicado. Y claro que lo que se recibe es algo mucho más importante que el dinero, aunque eso sólo pueden entenderlo unos pocos.

Sé que hay otras profesiones importantes y necesarias. Pero hoy quiero, necesito, dedicar este post a los educadores o cuidadores. Tienen todo mi respeto y admiración. Y doy gracias por tener el privilegio de poder ponerme en sus zapatos aunque sólo sea por unos segundos.

Gemma


   


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