Revista Filosofía

David Fagerberg y Joseph Ratzinger sobre la liturgia: algunas consideraciones críticas (I)

Por Zegmed

En las líneas que siguen, me interesa plantear algunas consideraciones en torno al modo en que la liturgia es interpretada en Theologia Prima. What’s liturgical theology? (TP), On Liturgical Ascetism (LA) y, finalmente, The Spirit of Liturgy (SL). En la primera sección me ocuparé de los comentarios relativos a las dos primeras obras; la segunda tendrá como objetivo el trabajo de Ratzinger. En atención a los objetivos de esta evaluación, tomaré solamente algunas citas de los textos que, sin embargo, me permitirán hacer algunas observaciones generales sobre lo que me gustaría llamar una “perspectiva idealizada” de la liturgia. Dado que la liturgia, no obstante, no es solo una empresa humana, sino también divina, me corresponderá ser cuidadoso en la exposición puesto que, a primera vista, el carácter “ideal” que aquí deseo criticar parece ser el más apropiado para describir un acercamiento teológico a la liturgia.

 

§1

TP, me parece, es un texto no solamente interesante, sino de gran profundidad espiritual. El lector se encuentra ante una reflexión que no solo lo orienta teológicamente respecto de la liturgia, sino que lo edifica en el espíritu. A mi juicio, ese es uno de los grandes méritos de la obra. Siendo esto cierto, sin embargo, percibo al texto como una suerte de sistema cerrado en sí mismo: de alguna manera toda objeción es anticipada y todo comentario crítico puede ser resuelto apelando al propio sistema. En cierto sentido, esto constituye un gran acierto de la obra; pero, a la vez, supone ciertos problemas. Planteemos un ejemplo que nos de alguna idea de lo que decimos.

David Fagerberg y Joseph Ratzinger sobre la liturgia: algunas consideraciones críticas (I)

A la pregunta, por ejemplo, de qué sucede si la liturgia es invadida por el pecado, esto es, si la liturgia entendida como “the work of Christ on behalf of the vital interests of the clan to which he belongs: the family of Adam and Eve” (TP, 11), deja de ser tal debido a las miserias humanas de los presbíteros, de los ministros, de los fieles, etc., la respuesta inmediata parece ser la ascesis. Algo que, además, se confirma con mayor nitidez en LA. Efectivamente, entonces, parece tratarse de un sistema cerrado. La liturgia, entendida como obra de Dios, es siempre

“Trinity’s perichoresis kenotically extended to invite our synergistic ascent into deification. In other words, the Trinity’s circulation of love turns itself outward, and in humility the Son and Spirit work the Father’s good pleasure for all creation, which is to invite our ascent to participate in the very life of God; however, this cannot be forced, it must be done with our cooperation” (LA, 9, my emphasis).

Aparentemente, entonces, el asunto se encuentra “resuelto”. Se requiere de nuestra cooperación, pero cuando las obras humanas fallan, debemos apelar a la ascesis de modo que logremos estar preparados para ser parte de ese proceso de deificación: “But if liturgy is heaven on earth, and theologia is deified union with God, then asceticism is demanded” (LA, 9). Esto puede resumirse bien a través de algunas líneas de LA: “Liturgical theology is coming to rest in God. However, the purity of heart required for this is an ascetical accomplishment, and one consequence of liturgy would be to create more ascetics” (LA, 20; also LA, 82-83). No parece forma de estar en desacuerdo, el character deificante de la liturgia se mantiene y se perfecciona via la ascesis.

¿Qué sucede, sin embargo, si hacemos nuestras preguntas más incisivas? ¿El sistema ofrece respuesta suficiente o empieza a hacerse evidente la necesidad de una aproximación más compleja? He usado la palabra sistema, además, de modo intencional. Puesto que, curiosamente, a pesar de las apelaciones constantes a la praxis hechas en TP, a partir de bellas citas de Schmemann, el texto es fundamentalmente un trabajo sistemático con una consideración mínima de la dimensión realmente práctica de la fe. La praxis litúrgica, sin duda, es considerada, pero desde una perspectiva ideal. El uso paradigmático de Ms. Murphy es una sugerencia de esa idealización. Aunque esto parezca una contradicción, trataré de demostrar lo contrario en lo que sigue.

Planteamos el asunto desde el frente de la crítica ideológica. ¿Qué sucede si la liturgia transforma ciertas dimensiones prácticas de su desarrollo —potestad del Obispo de la diócesis— afianzando la dimensión de sumisión y obediencia? Evidentemente, la sumisión y la obediencia son elementos de la vida cristiana, pero ¿qué pasa si estos ligeros cambios (énfasis particular en cierto padecimiento físico durante la celebración, en la idea de que extra ecclesiam nulla salus, la dimensión más culposa del pecado, etc.), enmarcados en una argumentación teológica aparentemente razonable, se complementan con reflexiones teológicas fuera del contexto del templo que marcan aún más esta perspectiva ideologizada? Pensemos en una parroquia que ofrece durante la semana, o después de las celebraciones eucarísticas, talleres de teología para los fieles. En esos talleres, se hace una hermenéutica de la liturgia dominical, por ejemplo, en la cual el estar de rodillas en la Eucaristía se interpreta como solo un breve acto de sumisión que requiere muestras mayores. Así, se exige de la feligresía diversos modos de mortificación de la carne, flagelaciones, silicios, ayunos que empiezan a colisionar con la salud, etc. Se pide, además, donaciones de dinero que entran en conflicto con la economía familiar; se promueve una perspectiva antiecuménica según la cual solo quienes participan de la liturgia en un contexto Católico podrán ser salvados, etc. Todo esto, finalmente, enmarcado en un énfasis perverso en un concepto de pecado que promueve la culpa como mecanismo de coacción social. ¿Qué sucede en condiciones como estas? ¿Es la ascesis la solución al problema? Sí, sin duda lo es, pero ofrecer esa respuesta termina siendo insuficiente, sobre todo si pensamos en Ms. Murphy no como un paradigma de teóloga litúrgica sino, verdaderamente, como una mujer sencilla que vive el día a día de la liturgia (ritual y escatológica-cosmológicamente concebida) y que puede ser víctima de estas formas ideologizadas de la misma.

Estas consideraciones provienen, además, de cuestiones que he podido ver y estudiar de una u otra manera en mi país (Perú), aunque se trata de problemas que largamente superan consideraciones geográficas. Cuando el pecado invade a la Iglesia e invade inadvertidamente la liturgia, algunas soluciones prácticas deben ser pensadas por los teólogos, soluciones que vayan más allá de la generalidad de la ascesis. Es, por eso, de gran interés que tanto en TP como en LA la liturgia se conciba como una experiencia cosmológica y escatológica (TP, 8, 42, 114, 119, 138, 145-146, 192-193; LA: 82-83; also “Liturgical Theology as Point of Synthesis”, 5) y no solo como una mera rúbrica. Sea como fuere, tanto en la rúbrica como en la liturgia escatológica, la interferencia de concepciones ideologizadas de lo que significa una “Trinity’s perichoresis kenotically extended to invite our synergistic ascent into deification” es posible. Cuando esto sucede, la denuncia profética y la crítica ideológica deben tomarse de las manos. La religión, como recordaban los grandes maestros de la sospecha, Marx, Nietzsche y Freud, puede ser un mecanismo de manipulación y una forma de arrebatarnos libertades. No hablemos siquiera de libertades políticas o morales, hablemos de la libertad plena a la que nos invita la liturgia, consecuencia de la encarnación de Cristo (TP, 30). Como recordaba recientemente Salvoj Zizek citando a Steve Weinberg, “while without religión good people would continue doing good things and bad people bad things, only religion can make good people do bad things”[1].

Más allá de la corrección o incorrección de la frase, esta esconde una verdad profunda: las versiones ideologizadas de la religión son formas que alejan a las personas de Dios, que las alejan de su plan de salvación. Guiados por malos pastores, las ovejas corren el riesgo de desbarrancarse. Como recuerda Jesús en el evangelio de Mateo: “You shut the door of the kingdom of heaven in people’s faces. You yourselves do not enter, nor will you let those enter who are trying to” (Mt 23: 13). Cabe notar que solo me estoy concentrando aquí en ciertas formas de concebir la liturgia que esconden deseos de dominación, de fomentar la culpa en lugar de la redención y de obtener beneficios económicos, todo esto gracias a una noción de temor de Dios mal entendida y fomentada por muchas facciones de la Iglesia. Sin embargo, si concebimos la liturgia de un modo escatológico, el asunto puede ser más grave aún, como bien lo denunciara Marx en clave materialista y la teología de la liberación en perspectiva cristiana: formas ideologizadas de concebir el rol de Dios en la experiencia humana puede ser excusas endurecer nuestros corazones frente al sufrimiento injusto, para volvernos indiferentes frente al pecado estructural que supone la pobreza y el dolor de tanta gente inocente. Más grave aún, estas formas ideologizadas de hablar de Dios pueden hacer que la propia víctima del sufrimiento injusto lo asumo como parte de su proceso de deificación, sobre todo si se trata de gente sencilla que confía mucho en sus pastores como, quizá la propia Ms. Murphy[2].

En resumen, a pesar del gran interés que causó en mí la lectura de TP y LA, considero que hay puntos pendientes, los mismos que son de gran relevancia si, como se afirma tantas veces en el texto, la liturgia es, siguiendo a Schmemann “the ontological condition of theology, of the proper understanding of kerygma, of the Word of God” (TP, 78). Si esto es correcto y la liturgia ha de ser entendida de un modo tan comprehensivo, me parece también que debe incorporar problemas de envergadura mayor. Problemas que contemplen realmente las dimensiones prácticas de la liturgia, tanto desde la perspectiva de las rúbricas como desde la escatología. No hacerlo, me parece, traiciona el espíritu que da vida a estos dos interesantes libros:

“Theology is in crisis when it is divorced from the life of Christians living the Church’s faith. Yet that is what has happened to theology because it has been made into an exclusively intellectual activity, a subdiscipline of the academy” (TP, 78).

 *Perdonará el lector el entrecruzamiento de idiomas, pero resulta casi imposible trabajando en este nuevo contexto académico.


[1] Žižek, S. y B. Gunjević, God in Pain: Inversions of Apocalypse. New York: Seven Stories, 2012, p. 45.

[2] See Gutiérrez, G. On Job. God-Talk and the Suffering of the Innocent, New York: Orbis, 2000, p. 54.


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