Revista Cine

+ DE 1001 FILMS: 1040 - Fort Apache

Publicado el 14 marzo 2010 por Alfonso

Una diligencia cruza Monument Valley. En ella viajan un coronel seco y atildado y una alegre jovencita. En seguida sabemos que la bacheada travesía, más que un premio a quien tanto se esforzó por la unificación de su país, es un destierro, que el alborozo de ella tiene que ver tanto con el final de la guerra como por la presencia de un padre ante la ausencia de la madre, de la esposa que hace del desdén del militar una coraza de orgullo frente a los demás. No han llegado a la última parada antes de su destino, y ya conocemos el presente de los protagonistas, el pasado que los modeló. Por fuerza ha de tratarse de una cinta de John Ford.
John Martin Feeney, John Ford para el cine, Natani Nez (Jefe Alto) para los pieles rojas, se dirigió a los inmensos paisajes que nos descubriera en Stagecoach (La diligencia, 1939) con sus dos actores más queridos, John Wayne y Henry Fonda, la popular Shirley Temple, el mexicano Pedro Armendáriz, y varios de sus habituales, esos que se conocerían como la Compañía Estable de Ford (Victor Mclaghen, Ward Bond, Hank Worden...) para rodar Fort Apache (1948), primera y muy mal entendida parte de su trilogía de la caballería.
El Comandante en Jefe Owen Thursday (Henry Fonda), trasunto del coronel Custer, se dedica a imponer disciplina entre los miembros de su regimiento, a hacer cumplir sus ordenes con lealtad y fe ciega, la que parece faltarle al capitán York (John Wayne), a mentir y engañar a unos apaches escapados de la reserva para mantener el orden en el desierto, aunque le vaya la vida, y la de sus soldados, en ello. Y mientras él se vuelca en dejar un buen legado que enmarcar, a pesar de su desconocimiento de los indios y sus tretas (“si pudo verlos, coronel, no eran apaches”), el día a día también es el escanciamiento de versículos de whisky, la camaradería entre los suboficiales, la ronda amorosa de un teniente recién graduado en West Point a una mujercita de ideas claras y propias, la resignación de unas esposas que esperan un cambio de destino que les devuelva la dignidad, la instrucción a unos soldados derrotados en una guerra fratricida dispuestos a morir por una nueva bandera. Disciplina militar y vida cotidiana dentro de Fort Apache. Esos son los mimbres que tejen el film de Ford, una obra mayor que sorprende descubrir en las biografías del director, de los actores, en los homenajes al western, lo mal entendida que fue en su estreno, cómo se confundió la épica de la muerte en un circulo de balas con el fascismo, el respeto debido a los galones con el doblegamiento, el cariño con la misoginia. Sin duda que lo mal parado que sale el gobierno de los Estados Unidos, su política de guetos para los nativos y el desordenamiento de la Historia tuvieron mucho que ver.
Si un escritor siempre escribe el mismo libro, un director siempre filma la misma historia. Aquí, donde nace Geronimo, estaba también la prensa que forjó la leyenda de Liberty Valance, el desencanto de Ethan Edwards, los irlandeses sin patria. Y un Tom Joad, que, por desubicado, decidió retroceder a un pasado más glorioso, todavía convaleciente de los golpes del abandono, y que hacen de su figura, la de Henry Fonda, un intruso cuyo única salida es resistir en el desfiladero. Un hombre que ya se había paseado por Tombstone en busca de un disparo, de la salvación.

Fort Apache (1948)
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) se detallan 9 títulos de J. Ford: Judge Priest (El juez Priest, 1934); Stagecoach (La diligencia, 1939); The grapes of wrath (Las uvas de la ira, 1940); Richard Llewellyn's How green was my valley (Qué verde era mi valle, 1941); My darling Clementine (Pasión de los fuertes, 1946); John Ford and Merian C. Cooper's Rio Grande (Río Grande, 1950); The quiet man (El hombre tranquilo, 1952); The searchers (Centauros del desierto 1956) y The man who shot Liberty Valance (El hombre que mató a Liberty Valance, 1962).

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