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+ DE 1001 FILMS: 1129 - Tagebuch einer Verlorenen

Publicado el 30 enero 2012 por Alfonso

+ DE 1001 FILMS: 1129 - Tagebuch einer VerlorenenCon una biografía a la altura de sus personajes (abuso sexual en la infancia pueblerina, vendedora en unos almacenes de la gran ciudad, corista, acompañante de hombres ricos, alcohólica, solitaria...), Louise Brooks fue, además de maniquí perfecto para el bob cut, ese corte de pelo con los cabellos cortos y lisos y el flequillo recto, imitado aún décadas después por las jovencitas más descaradas, una actriz atrevida al enfrentarse a la cámara con naturalidad, sis aspavientos ni modos teatrales, dando lo mejor de sí a su compatriota William A. Wellman y al expresionista Georg Wilhem Pabst, al que conocería huyendo de la llegada del cine sonoro a Hollywood.
Si el trabajo con el primero en Beggars of life (Mendigos de vida, 1928) se recuerda como su mejor interpretación, es el primero de los dos títulos estrenados en el último año de la animada década de 1920, ambos bajo las órdenes de Pabst, el que la haría inmortal: Die Büsche der Pandora (La caja de Pandora, 1929). Pero si la Lulu de aquella segunda parte de la trilogía erótica del maestro centroeuropeo es inolvidable (Lulu, como Lili o Lolita, otra “L” en el inicio de un nombre femenino que rezuma lujuria; el tríptico lo abría Abwege (1928), con la frustrada Irene interpretada por Brigitte Helm), Thymian (variación de Thymiane, tomillo en alemán: planta aromática que se asocia al amor eterno pero que, según es aceptado generalmente, aparecida en los sueños es el anuncio de una época de contrariedades y penas), la perdida protagonista que la cerraba en Tagebuch einer Verlorenen (Tres páginas de un diario, 1929), no debe pasarnos inadvertida.
Thymian (Louise Brooks) hija de un farmaceútico, Henning (Josef Rovenský ), viudo y liberal, es violada por el ayudante del padre, Meinert (Fritz Rasp) el día de su confirmación, día en que es también despedida la ama de llaves Elisabeth (Sybille Schmitz), a quien estaba muy unida y que espera un hijo natural, y en el que recibe un diario como regalo por parte de su tía Frida (Vera Pawlowa), páginas que veremos escritas en blanco y negro, la llave que guarda los secretos en una cadena junto al corazón. Después de nacer la pequeña y tras descubrirse el nombre del padre, esta le es entregada en adopción, sin el consentimiento materno, a una comadrona, y Thymian es internada en un reformatorio, un centro severo del que escapará con ayuda de
su compañera Erika (Edith Meinhard) y un amigo de la familia, el joven conde Osdorff (André Roane). Tras enterarse de la muerte de su hija y devagabundear por la ciudad recalará en una casa de escasa reputación y mucho champán en el que se anunciará como una encantadora profesora de baile. Después de diversas vicisitudes, entre los que se cuenta la impúdica rifa en la se reúne inesperadamente con el hipócrita padre y su actual pareja, la nueva criada, Meta (Franzesca Kinz), Thymian recibe una herencia que desdeña por el bien de una niña en la que se ve reflejada y sale de escena acompañada de la persona que mejor parece entenderla, sin que la censura nos permita ver el final de la obra escrita por Margarete Böhme: Thymian convertida en la meretriz del burdel que le dio cobijo.
Con gran crítica social (es el final de una era y el dinero cambia de manos con una facilidad pasmosa; el miedo atenaza a la joven que oculta el nombre del amante, el pánico, sí, o un desmayo más o menos inoportuno, o un olvido por reiteración en el hecho pero no en los amantes) y religiosa (la dirección del internado es llevada a cabo por un matrimonio sádico y cristiano), una desbordante carga sexual (la vejación, el lesbianismo, el lenocinio... -de simbolismo para todos los públicos: una copa de vino es derramada cuando el cuerpo de la joven, vestida como una novia, va a ser mancillado-), la historia, algo inocente y bastante desdichada, bastante tentadora y algo indecente, de unos personajes modernos, en mitad de un discurso dickensiano, el drama de Tagebuch einer Verlorenen se convierte en una obra libérrima e insolente, un soplo de aire fresco en una época de vicios y excesos, pero también de prejuicios y fingimientos.
Si bien el cine ya sabía de dicho personaje, pues se había estrenado Das Tagebuch einer Verlorenen (1918), de Richard Oswald, obra hoy desaparecida y con el hacer de Erna Morena, que, casualidad, había sido también la caprichosa descocada descrita por Frank Wedekind en Lulu (1917), de Alexander Antalffy, G. W. Pabst arriesgó demasiado en cada encuadre y sugerencia. Censurada y apenas estrenada en su día, al igual que Die Büsche der Pandora o Prix de beauté (1930), de Augusto Genina, el siguiente estreno de Louise Brooks, y con el público más atento de la llegada del sonido a las salas, hubieron de pasar los años para que la historia, con los críticos franceses de por medio, pusiesen a esta obra y a su actriz en su merecido trono.
Louise Brooks, flapper de gran belleza fotogénica hoy convertida en icono glamuroso, fue una inadaptada a los tiempos modernos, al cine sonoro: ella, que había ayudado a crear a la mujer libre de pensamiento, alegre hasta la prostitución, sexual hasta el lesbianismo, se saldría del star system, para ser luego no readmitida. Un rechazo, similar en cierto modo y con el nazismo de por medio, al de G. W. Pabst, de quien todos olvidamos con injusticia la etapa posterior a la de la chica de Kansas, sus films hablados -¿acaso no son memorables Die 3 Groschen-Oper (La comedia de la vida, 1931), Jeunes filles en détresse (1939) o La voze del silencio (La conciencia acusa, 1953)-. Y hoy ni se puede hablar del cine mudo sin Pabst, ni entenderíamos los locos años 20 sin Thymian, hija de su tiempo y el por venir, el Crack y las bajas pasiones, de Lulu y Louise Brooks.
+ DE 1001 FILMS: 1129 - Tagebuch einer VerlorenenTagebuch einer Verlorenen (Tres páginas de un diario, 1929)
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) se detalla 1 título de G. W. Pabst: Die Büsche der Pandora (La caja de Pandora, 1929).

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