Revista Cultura y Ocio

De cine. “Almanya” (2011), a vueltas con el heimat

Publicado el 28 noviembre 2013 por Aranmb

El examen más importante de la vida es saber lo que es importante y qué  no lo es.

A Yasemin y Nesrin Şamdereli, nacidas alemanas en Dortmund y turcas por parte de padre y madre, les costó mucho trabajo sacar adelante su proyecto fetiche, aquel que definía lo que eran y por qué lo eran: Almanya, willkommen in Deutschland. Las productoras alemanas no querían hacerse cargo de un guión que, si no se podía calificar de malo, sí pecaba, en opinión de algunos, de sensiblero. Diez años tardaron en encontrar una que confiase en sacar Almanya (“Alemania”, en turco) adelante, y hoy, ya estrenada, muchos siguen viendo en la historia un cierto deje de sensiblonería (Carlos Boyero), chabacana y aceitosa (Sergi Sánchez) o, incluso, mentirosa (Jordi Costa). Creo, sinceramente, que el problema no reside en la película en sí, sino en la forma de verla de cada uno.

Almanya2Me explico y, con ello, no pretendo hacer una crítica cinematográfica, sino una narración de lo que me transmitió el filme -a fin de cuentas, ¿no es eso lo importante a la hora de ver una película?-. Almanya habla del viaje a Turquía que, en nuestros tiempos, hace una familia turca, afincada en Alemania, por gracia y orden repentina del patriarca Hüseyin, el primero que pisó suelo germano hace ahora cuarenta años. La excusa de Hüseyin es haber comprado una casa allí, la verdadera razón, mal traducida en la versión doblada e incluso en los subtítulos, es regresar para no olvidar, todos juntos, al heimat. Almanya3He ahí la clave. Heimat no significa pueblo, sino que, aún sin tener traducción clara al español ni al inglés, se definiría mucho mejor como hogar. El Heimat alemán, bellísimo concepto prostituido por los nazis, se refiere al espacio al que uno pertenece por la razón que sea: por vivencias personales, por raíces familiares, por motivos sentimentales, porque se sienta parte de él. No responde a conceptos geográficos, no tiene bandera alguna; el heimat no tiene por qué ser, necesariamente, un país con sus fronteras. El heimat es la tierra. El origen. El hogar. El heimat somos nosotros mismos. Heimat es el pueblo de mis abuelos y la casa de mis padres, las calles por las que conociste el amor y los pañuelos que mojaste con tus lágrimas, pero también aquellos lugares en los que nunca estuvimos: los que explican por qué yo estoy aquí, de dónde venimos, por qué existes.

Heimat es, para mí, el Dindurra y el Moldava de Smetana. Un concepto difícil de entender, pero fácil de sentir.

Almanya

Wir riefen Arbeitskräfte, und es kamen Menschen. (Max Frisch) Pedimos mano de obra, y vinieron personas. (Max Frisch)

De modo que la familia Yilmaz se va a Turquía. Se van Hüseyin, quien nunca dejó de sentirse turco, que emigró por necesidad, que desea regresar, y Fatma, la mujer, que lo hizo obligada, para reunirse con su marido, y que con los años se ha ido adaptando hasta el extremo de llorar emocionada cuando consigue la nacionalidad alemana. Y se van los hijos y los nietos, desde los que aún recuerdan, porque vivieron en él, al heimat, y los que no. Los que se enorgullecen de él y los que lo desprecian. Y, durante todo el viaje, una de las nietas, Canan, le narra a su primo Cenk, que no habla turco ni sabe situar en un mapa el pueblo donde nacieron sus abuelos, la historia de su familia. La historia de cómo el abuelo Hüseyin se convirtió en el emigrante un millón uno, por detrás de un español, en aquella Alemania que aún festejaba a sus emigrantes, de cómo la tía Leyla echó a correr cuando el padre, a quien ya no reconocía, regresó para llevárselos del pueblo, y de los miedos del tío Muhamed en aquellos días en los que pensaba que en Alemania se adoraba a un muerto viviente y lo único bueno era que la Coca-Cola fluía hasta de las paredes.

Almanya cartel“Es un cine seductor y virtuoso, pero al servicio de una mentira”, afirma, en su crítica en El País, Jordi Costa, y yo no puedo estar más en desacuerdo. No fue tan hermoso emigrar como se cuenta, desde luego; pero es que Almanya no narra la historia de la emigración de los Yilmaz, sino de cómo la recuerdan y la transmiten sus descendientes. No es un ejercicio de historia, sino de transmisión de la memoria, y, por eso, la película no miente. No podría hacerlo, de ninguna de las maneras. Es mi opinión, al menos; la de una genealogista por vocación y, mucho antes que eso, niña antipática que abrasaba a los viejos de la familia con preguntas y más preguntas, inquiriendo la historia que había detrás de todas y cada una de las fotos en blanco y negro que se guardaban en las cajas de galletas, la de la mujer que también regresó al heimat, o, al menos, a parte de él, visitando Lelekovice hace unos meses e, inexplicablemente desde el punto de vista de la ciencia, se sintió en casa.

Como Cenk, el niño que, gracias a la apasionada historia de la prima Canan, pasa de no saber si es turco o alemán a considerarse hijo de ambas tierras, de avergonzarse de no ser germano al 100% a enorgullecerse de la mezcolanza de sus sangres y de no hablar ni una palabra de turco a aprenderlo, yo también aprendí, casi sin darme cuenta, el significado de heimat. Las hermanas Şamdereli, pertenecientes a aquella generación que era ya alemana para los turcos y turca para los alemanes, y que aprendió a considerar que tenían dos patrias y no ninguna, lo han clavado. Los minutos finales del film son la definición perfecta de lo que muchos sentimos al ir narrando historias, al ir trazando nuestra genealogía y familiarizarnos con sitios que nunca pisamos; son heimat en estado puro. La descripción exacta, en fin, del término patria si éste no hubiera sido desvirtuado, hace mucho tiempo ya, por fronteras, banderas y política.


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