Revista América Latina

De comae a comae | Mamá dolida de calle

Publicado el 14 abril 2024 por Jmartoranoster

 En dos oprtunidades andando por Caracas con mi hija en su coche me han llamado amargada, la primera vez lo hizo un parquero de motos en la esquina El Hoyo, la segunda lo bociferó desde su moto un estudiante de la Unefa frente al Hospital Militar Universitario Dr. Carlos Arvelo.

Antes de empezar a describir los detalles odiosos de ambas situaciones, me gustaría contarles sobre una de las alegrías de Yara, a sus 10 meses de vida apenas escucha la palabra calle retumban por toda la casa gritos de gozo, los ojos le brillan, aprieta ambas manitas, mira fijamente la puerta esperando la salida y me apresura para irnos pronto, su entusiamo transforma la sencilla acción de ir por frutas o realizar alguna diligencia en una tremenda fiesta.

Descubrir el mundo pareciera apasionarle, me maravilla verla observar con detenimiento a las vecinas y vecinos (incluyendo vendedoras de la economía informal y de locales comerciales) mientras le hablan durante cada una de las paradas que hacemos para dar los buenos días o las buenas tardes, lo mismo ocurre cuando detenemos la marcha para sentir la brisa al moverse las hojas de los árboles, tambien sucede con algún perro travieso o un gato malencarado, pero en definitiva avistar a las coloridas guacamayas se lleva el galardón.

Aun cuando el tiempo apremia, me he propuesto asegurar el disfrute de ambas, no importa si atravesamos lugares hostiles, mal olientes, intimidantes, poco seguros o de difícil acceso, la mayoría del tiempo ejercito la aceptación de la realidad de nuestro entorno buscando con ello mantener un buen estado de ánimo. Sin embargo, algunas veces la cuerda se tensa y la bomba explota.

La historia con el parquero y de cómo me asignó el calificativo de amargada por vez primera siendo mamá comenzó con Yara en su coche mientras esquivaba huecos, carros y motos, todos aglomerados en la acera de la esquina Castan a El Hoyo en dirección norte. Un día viernes, a eso de las 3 de la tarde; al llegar a la rampa diseñada para facilitar el desplazamiento de personas en sillas de ruedas o movilidad reducida, una fila de motocicletas estacionadas impedían el paso, aquello fue una de las gotas que rebasó el vaso.

Los cachetes se me inflaron mientras sentía al mismo tiempo cómo me espichaba por dentro, miré a los lados tratando de ubicar al menos a uno de los motorizados, solo me topé con aquel trabajador de chaleco fluorescente y bolsito cruzado sentado a la puerta del bar de la esquina a quien le pregunté: ¿A quién se le ocurre parquear aquí?, ¿cómo puede pasar un coche o una silla de ruedas si no dejan espacio? Con el cuerpo mal entonado dio su respuesta: ‘Sreñora, no sea amargada, ya busco de moverle la moto».

Al escuchar aquello sentí el cuerpo temblar, la palabra amargada me dolía, me dolía por ser injusta, decidí avanzar dejando a un lado la rampa, apliqué la maniobra de la carretilla, la cual consiste en inclinar el coche de bebé sobre las dos ruedas traseras unos 30 grados de ángulo para bajar el escalón de la acera suavizando la caída, me preguntaba: «Cómo termina siendo la exigencia de un derecho la molestia para quienes infringen las normas de convivencia ciudadana más básicas».

En la segunda ocasión, el arrebato fue mayor, el estudiante de la Unefa desde su moto manoteó y pataleteó, para ese momento mis reservas de energías estaban limitadas, eran cerca de las 8 de la mañana, venía esquivando huecos y un kiosco enorme montado en la acera de la calle El Matadero, al llegar a la esquina no encontré rampa solo motos estacionadas impidiendo el paso, exhalé fuerte, no entendía aquella barrera frente a la entrada de un hospital.

El motorizado se apartó con furia no sin antes lanzar su agravio, mi acción de protesta silenciosa le obligaba a buscar otro lugar para estacionarse; nuevamente el sentido común no es tan colectivo cuando se trata de garantizar el bienestar individual. En mis pensamientos se hacián presente imágenes de madres de hijos o hijas con parálisis cerebral quienes a diario enfrentan el cansancio corporal y mental de ser cuidadoras, las imaginaba allí enfrentando atropellos, las imaginaba agotadas, sin ánimos de salir de casa. 

Encontrarse prácticamente en cada cuadra diversidad de dificultades vinculadas al accionar del hombre ocasiona dolor, enojo, encierro, y es que en muchos casos las personas deciden recluirse en casa para evitar la calle, quizás nos estén haciendo falta fiscales de tránsito o policías para cuidar la circulación peatonal por las aceras, quizás necesitemos más amor y verdor para suavizar el concreto o una campaña comunicacional constante que nos recuerde lo importante de practicar el buen vivir.

Lo realmente cierto es que las madres no necesitamos gritos, arrebatos, señalamientos, nos hace falta solidaridad, apoyo y amabilidad porque de todas todas llevamos a diario el futuro en brazos.

Ketsy Medina 
 

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