Revista Expatriados

De España al Japón

Por Tiburciosamsa
De España al Japón
Dedicado a Alfonso, que me regaló el libro con la mejor intención. Aprecié mucho la intención con que me lo regalaste. No fue culpa tuya que Oteyza me cayera gordo desde la primera página.
A un escritor de viajes lo primero que se le ha de pedir es que se quite de la foto. Nos interesa lo que ha visto, no su persona. Si lo que nos interesa fuera su persona, nos habríamos comprado su biografía. Lo segundo que hay que pedirle es que sienta verdadera curiosidad por lo que ve. Si los paisajes extranjeros le hacen bostezar, va a ser difícil que fascine a sus lectores. Como a cualquier otro escritor, también le tenemos que pedir que si se decide a contar chistes, que tenga gracia. No hay nada más irritante que leer página tras página de chascarrillos sin ninguna gracia contados por un individuo que se cree Chiquito de la Calzada. Pues bien, Luis de Oteyza no cumple con ninguna de esas reglas y consigue que su diario de viajes “De España al Japón” sea menos interesante que el que escribió mi abuelo de su viaje en tren de Madrid a Cercedilla.
Luis de Oteyza emprendió en 1925 viaje a Japón. Su objetivo principal era poner tierra de por medio con la dictadura de Primo de Rivera. Y yo creo que tenía algo de remusguillo por el éxito obtenido por Vicente Blasco Ibáñez con su “La vuelta al mundo de un novelista”, que apareció en 1924.
No tengo claro lo que fue Oteyza a buscar en Oriente, porque se le ve poco curioso y añorando todo el rato a España. Eso sí, una España sin Primo de Rivera. Va a Colombo. Cuenta que vio monjes budistas, encantadores de serpientes, conductores de elefantes, faquires milagreros, ¿y cuál es el recuerdo que se le queda grabado con mayor intensidad? El de una bailarina cordobesa en rumbo hacia Manila, que se encontró.
Sus descripciones de los lugares son como de cartón piedra. Estás hechas a partes iguales con comentarios sacados del Diccionario Geográfico que llevaba consigo y con enumeraciones. Detesto las enumeraciones. El escritor de viajes mediocre cree que enumerando y metiendo a presión un montón de adjetivos transmite al lector lo que vio. Para nada. Recrear el ambiente experimentado es muchísimo más difícil que eso. Blasco Ibáñez sabía hacerlo, en cuanto a Oteyza…
Veamos, por ejemplo, lo que nos cuenta Oteyza sobre Sumatra, isla que al parecer costeó pero en la que no llegó a desembarcar: “Sumatra tiene mil setecientos sesenta kilómetros de largo, y su anchura oscila entre ciento cincuenta y cuatrocientos kilómetros, de donde resulta una extensión superficial de cuatrocientos treinta mil kilómetros cuadrados. ¡Una isla muy decentita! (…) Los navegantes chinos la conocían y la llamaban “Su-men-ta-la”, título altamente ponderador según los que entienden el idioma monosilábico. Ptolomeo también la cita con grandes elogios, y lo mismo hacen Marco Polo y Oderico de Pordenone. No voy a ser yo menos, ¿verdad?” Podría continuar con la cita, pero me aburre y en todo caso se capta la idea, ¿no? Copipego del Diccionario, le meto dos chascarrillos y ya tenemos una descripción. Me da miedo pensar lo que habría escrito Oteyza si hubiera vivido en los tiempos de Google.
Oteyza visitó Shanghai, que era una de las ciudades más fascinantes del planeta en aquellos momentos y aunque parece que de verdad le fascinó y que intentó salirse de lo que decía su Diccionario Geográfico, al final su mediocridad como escritor fue más fuerte que él. “Y Shanghai es eso: la mezcla de cuantas ciudades contienen las cinco partes en que se divide el globo terráqueo. Una mezcla detonante. Hace explosión ante los ojos el aspecto de sus calles, donde se muestran contiguas construcciones que fueron planeadas para edificarse a distancias de miles de kilómetros- el aristócrata palacete inglés y la sórdida zahurda china, o la frágil casita japonesa y el sólido albergue germano, o el elegante chalet suizo y la grotesca residencia coreana- y pone espanto en el ánimo el considerar cuál tiene que ser la fuerza socialmente destructora del convivir de ciudadanos de tantos y tan diversos países llegados a fincar vecinos.”
Por querencia presté especial atención a lo que escribió sobre Manila. Tal vez porque Oteyza es más un escritor castizo que uno viajero y Manila era lo que más le recordó a España, es ésta la parte más interesante del libro, porque también es la parte en la que se sale más de su Diccionario Geográfico y trata de reflejar realmente lo que vio y vivió.
Manila le encantó y sólo tiene elogios para ella: “Hoy esta ciudad [Manila] es una de las urbes más hermosas y más progresivas del mundo (…) Los hoteles de la capital de Filipinas pueden compararse con los de la capital de la gran nación en que los haya mejores (…) Los casinos y los cabarets también son excepcionales. En Inglaterra y Francia, sus patrias respectivas, los habrá iguales; pero mejores no los puede haber”.
En Filipinas Oteyza tuvo ocasión de entrevistarse con representantes de las élites filipinas, que le entusiasman con su sapiencia y su juventud, cosa que no ocurre con las autoridades norteamericanas. “Los yanquis tienen aquí un gobernador general, míster Wood, del que ya hablaré algún día, y un subgobernador, mister Gilmore, del que no quisiera tener que hablar nunca. Por ahora, con decir que ninguno de los dos es capaz de hacer nada que no sea un disparate, queda consignado hasta dónde puede llegar la obra del Poder Ejecutivo. Y salvo estos dos personajes, todos los demás que en Filipinas laboran, son filipinos.(…) Todos, todos los que aquí han hecho algo son filipinos: los ingenieros, los magistrados, los profesores…” No sé lo suficiente del período de la ocupación norteamericana, pero creo que Oteyza exagera bastante. Por ejemplo, algo que echo en falta en sus ditirambos es alguna mención a la corrupción, que ya entonces asomaba la cabeza.
Hay un capítulo sobre Filipinas que en perspectiva causa cierta tristeza y es el titulado “El hispanismo del pueblo filipino”. Mientras estuvo en Manila, no paró de recibir invitaciones a comer y a cenar y de dar conferencias. Entusiasmado con los agasajos concluyó que “el pueblo filipino es hispanista; de modo profundo y de exaltada manera hispanista. Ha comprendido que su personalidad no puede subsistir más que destacando el origen español que tiene. Y, decidido a constituir una nación, quiere ser hispano, pues es la forma de ser independiente.” Si los contactos que tuvo Oteyza fueron con representantes de la élite de una cierta edad, es normal que se llevara esta impresión. En 1925 la penetración del idioma inglés y la atracción por la cultura norteamericana habían avanzado, pero era fácil no verlo si uno no entraba en contacto con las generaciones más jóvenes. Sería curioso saber lo que habría escrito Oteyza si hubiera visitado el país diez años más tarde.
Me lancé sobre el libro lleno de entusiasmo. Hay tan pocos testimonios escritos de españoles que hayan pasado por Asia, que pensé que sería interesante. Desgraciadamente, Oteyza está tan lleno de sí mismo y añora tanto la Puertadel Sol, que apenas queda hueco para que nos cuente cosas realmente interesantes sobre Asia. 

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