Revista Comunicación

De Facebook también se sale

Publicado el 02 septiembre 2015 por Comicpublicidad
De Facebook también se sale
Y de Twitter, y de Whatsapp y de donde sea. Para quien trabaja en creatividad tomarse vacaciones forma parte de su trabajo, como apunté hablando de los redactores, es necesario aunque suene antagónico vaciar el disco duro cerebral y rellenarlo con nuevos estímulos. No se trata tanto de la inactividad mental como de cambiar una por otra. Pero, ¿cómo ponerse en modo vacaciones cuando no puedes salir de tu rutina habitual? ¿Cómo tomar vacaciones sin tomar vacaciones?
Vayamos por partes. Imagina que no puedes colgar el cartel de cerrado en tu oficina porque entre otras cosas trabajas en casa. Imagina también que tus compañeros de trabajo son virtuales y te relacionas con ellos a través de mails, chats y redes sociales. Por último, imagina que tus amigos son la mayoría compañeros de profesión y proyectos y viceversa por lo que compartes ocio y negocio con frecuencia y mantienes contacto con ellos en las distintas redes sociales a diario. Añade al cóctel el verano más caluroso de la historia y la imposibilidad de cambiar de ciudad por diferentes motivos. En el histórico, suma que el cuerpo y la mente están acostumbrados como un reloj a tomarse un descanso en temporada alta, mitad porque el calor hace mella, mitad porque tus clientes y proveedores sí que se van y es cuando puedes parar el ritmo en plan ahora o nunca…

Operación Me Voy a Cuenca.

Quien dice Cuenca, dice el Retiro. Lo de irse a Cuenca es una cita cinematográfica mítica de una de las mejores películas de lo que se llamó comedia madrileña, "Todo es mentira", en la que Coque Malla se harta definitivamente de todo y después de amenazar con hacerlo mil veces, agarra el coche y se va. Tomaré la metáfora ya que como digo no he podido escapar a mi refugio del norte este año y aunque no hubiera amenazado con el típico "Abandono Facebook, me he hartado" que tarde o temprano todos hemos leído en nuestros muros, a principios de julio tomé la decisión de entrar en la configuración del perfil, bajar hasta el final donde dice "salir" y catapúm. Y lo mismo en Twitter, Google plus (plus…, uss,… sss), LinkedIn y cualquier conexión con la irrealidad virtual.

No es tan fácil, hay que insistir.

Dejar las redes sociales, como dejar de fumar o cualquier otra adicción o hábito, requiere la constancia según los expertos de mantenerse firme veintiún días, por lo menos. Ese era el primer reto, pero había otras dificultades y me acompañaban a todas partes. Eso que antes usábamos para hablar cuando llegábamos a casa o la oficina, a veces hasta con el filtro de una centralita, ahora lo llevas puesto como el cinturón, y para colmo, hablar no hablas casi, pero no para de enviarte alertas y mensajes de todas las apps habidas y por haber. Si quería desconectar, hacía falta hacerlo también de mi dispositivo móvil y eso aunque parezca mentira es más complicado. Pero no imposible. Algunas apps como Facebook Messenger hay que ir a los ajustes de Android para apagarla en un claro fail de usabilidad. Pero la mayoría, se puede, amigos y amigas. Abres la app, vas a configuración y dices "salir" y es como embarcar en el avión y pensar que vuelas hacia la libertad y el relax. Y eso me dio la siguiente idea, que a veces soy muy torpe. Hay otro botoncito en los smartphones que permite desconectar el wifi y los datos móviles, con lo cual, no te llegará ninguna notificación ni aunque una de las apps decida actualizarse y restablecer la configuración por defecto en la que tienes que volver a cambiar tus preferencias… algo demasiado habitual sobre todo en Twitter. ¿Sería capaz de volver al pasado?

Sí, se puede.

Hay una cosa que muchos ya no recuerdan que se llama SMS. En algunos países de África, incluso, es la tecnología que permite el desarrollo ante la falta de recursos para acceder a móviles de última generación y la inexistencia de redes 4G en zonas rurales o desérticas. Y aquí, aunque la mayoría de planes incluyen ya tarifa plana, los hemos repudiado. Pero mantienen su utilidad plenamente como chat porque, aunque alguien no te envíe un mensaje de motu propio, es una forma estupenda de contestar cuando te llega el mensaje de llamada perdida. Y es que fui tan atrevido que no sólo desconecté los datos, sino que a veces, hasta apagaba durante horas el teléfono.

Y esto fue lo que pasó...

Lo primero que quiero aclarar antes de contaros mis conclusiones, es que siempre he defendido que en redes sociales no hay manuales, ni etiqueta, ni nada obligatorio que tengas que hacer o dejar de hacer por mucho coach de personal branding y sousialmidias dospuntocero con limón y cardamomo que haya. Salvo el sentido común y la educación, cada uno está donde le da la gana, cuenta lo que quiere, aparece o desaparece y al que no le guste, que no lo haga. Odio los post en plan diez cosas que debes hacer y cosas así. Por eso, esto que voy a contar es lo que me ha pasado a mí, y no tiene por qué pasarte a ti. Mucho menos imitarlo, porque no soy ejemplo de nada. Dicho esto...

Más productividad. 

Vale, habíamos dicho que eran vacaciones, pero también que no se trata tanto de tocarse las narices un mes como de tocarse otra cosa. Por ejemplo, otro lado del cerebro. Además, una de las razones por las que no he podido tomar vacaciones de las de verdad en playa o montaña, eran trabajos en marcha. Pues resulta, nada sorprendente pero ahora empírico, que cuando sales de redes sociales el tiempo vuelve a ser el de antes, y no me refiero sólo a lo vintage, sino a la duración. Dejar de procastrinar tiene un reflejo inmediato en que haces tus tareas en una o dos horas cuando normalmente te llevaban toda la mañana. Sí, esto lo había vivido en mi etapa de ermitaño en la montaña cuando no tenía internet nada más que una hora al día en el bar del pueblo, pero es definitivo.
Trabajar totalmente concentrado no sólo hace que sea mejor el resultado, sino que al dedicarle menos tiempo a estar mirando una pantalla, te sobra para otras cosas como tumbarte a leer, vaciar armarios, montar en bici por Madrid o cualquier otra cosa viejuna. En la práctica, trabajas menos. O consigues más por el mismo tiempo. Por ejemplo, dejar de perder, digo bien, el tiempo en redes me ha permitido escribir por las noches un centenar largo de páginas de mi novela que tenía bastante abandonada teóricamente por falta de tiempo. [Por cierto, tras 21 días haciéndolo, se ha convertido en un maravilloso hábito otra vez]

Menos ansiedad y cabreo.

Lo más feo del mundo mundial son los comentarios de los lectores en cualquier noticia de cualquier periódico. Un zoo de trolls escupiendo baba radiactiva es menos tóxico. Después de eso, seguramente lo que más altera la sangre es Twitter y Facebook comentando las noticias desoladoras de cada día. Porque si ya se encargan los periodistas de contarnos cada tragedia o trifulca entre políticos sea de donde sea, escatimando las noticias positivas, que las hay, lo que hacemos (me incluyo el primero, por mí y por todos mis compañeros) hablando encendidamente de cada noticia casi antes de que se produzca sólo nos lleva (he llegado a esa conclusión por enésima vez) a un estado de intranquilidad y cabreo colectivo permanente en el que pase lo que pase hay que quejarse. Y no me parece mal la reflexión, pero esto es otra cosa. Antes de desconectar ya probé algo, que era esperar uno o dos días a comentar cualquier noticia o suceso, porque tras 48 horas lo que sabíamos o nos habían contado, ya no era así. Con la práctica, resultó que no merecía la pena discutir sobre cosas de las que no sabíamos ni toda la verdad ni una parte de ella, o que sólo dos días después había reducido su dimensión hasta la insignificancia. Cosas como si un político va en bicicleta generaban debate agresivo hasta el punto de analizar si llevaba casco o la marca de su montura. De locos. Me di cuenta que había caído en ese torbellino y me sentía como obligado a opinar sobre cada noticia, como si a alguien le importara un comino. Pero de eso, hablaré más abajo.

Estos sí son tus amigos.

¿Qué pasaba cuando te ibas de vacaciones y no había móviles de internet? Escribías cartas, enviabas postales, ibas a un locutorio de Telefónica para llamar a casa o a los amigos. Es decir, eras social y te comunicabas con ellos para contarles cosas. Pero de forma personalizada, de corazón y con ganas. Aquí vuelvo a decir que cada uno haga de sus perfiles lo que le parezca. Pero yo mi facebook personal lo mantengo muy próximo al número de Dumbar y salvo muy raras excepciones las publicaciones están ocultas al público general y si estás en mi muro es porque te he visto la cara, nos hemos tomado una cerveza juntos y somos algo así como amigos en la realidad. Los contactos comerciales, profesionales o protocolarios son para LinkedIn, Twitter o las fan pages de mis proyectos. Sé que es políticamente incorrecto hacer distinciones, pero es así. ¿Qué pasaría si desapareciera sin avisar para no caer en protagonismos ni especulaciones? Pues nada. Seguramente porque unos estaban de vacaciones y otros suponían que lo estaba yo, permanecer en silencio durante semanas, aunque normalmente publicara unas diez veces por día, no ha hecho que se abra un Change.org pidiendo mi vuelta, ni nadie llamó al 112 por si me había pasado algo. Pero quien ha querido algo de mí, me ha encontrado por teléfono. Otros por mail, y otros lo han intentado por alguno de los chatas que, lo confieso, he tenido que consultar tres o cuatro veces en estos dos meses por obligación. Y también, hay quien sabiendo que era un retiro voluntario, lo ha respetado escrupulosamente y no ha insistido. Puede que en su mente estuviera un "pues que te den", pero para mí ha resultado emocionante y conmovedor que alguien te permita encerrarte en ti mismo y alejarte del ruido sin imponerte sus ganas de verte o hablarte. Y esto, daría para un libro entero. A unos, unas otros y otras, gracias. A veces el silencio habla del amor y el amor en silencio.

No cambió nada.

Hay un síndrome reciente asociado a las redes sociales que se llamado FOMO (Fear of Missing Out) Miedo a perderse algo, que alimenta la adicción a consultar compasivamente nuestros perfiles. En los primeros días, tenía ganas de saber qué andabais haciendo sin mí, y si estaban comentando, etiquetándome o compartiendo algo mío. Es verdad que me costaba mantenerme desconectado al principio, pero enseguida el fenómeno fue contrario. Me daba una pereza enorme conectarme ni un minuto para ver lo de siempre. Por suerte, una app que funciona muy bien es el administrador de páginas de Facebook para Android, y pude gestionar los perfiles de los clientes desde ahí sin tener que loguearme en la cuenta personal. Y las tres veces contadas que entré, me pareció que el mundo seguía igual sin mí. Lógica y afortunadamente. Programé unos cuantos post antiguos del blog para que se publicaran solos cada semana en la página y se suponía que debían haberse clonado en Twiiter, pero algo falló y no fue así. Por lo que el Twitter el silencio ha sido mayor, y sin embargo la fluctuación de followers ha sido como siempre, como dice José Mota, Las gallinas que entran por las que salen. Este fenómeno siempre me ha llamado la atención, cómo unos llegan y otros se van de forma constante publiques nuevo o no. Para ser sinceros, el balance final ha sido perder unos diez followers netos, que sospecho han sido despechados por no marcar como favoritos, retuitear o responder tuits en los que me citaban. Pues gracias y que les vaya bonito. No he nacido para conversar en twitter como un cajero automático, lo siento.
En otro orden de cosas, repasando las publicaciones que me perdí en estas semanas, veo que por desgracia nada ha cambiado por mucho que las redes hayan ardido. Mujeres asesinadas, inmigrantes que mueren en bodegas de barcos, atentados y otras barbaridades que nos mueven mucho a la indignación en redes mientras  con la otra mano tomamos un mojito. Bla, bla, bla.

He visto cosas que no creeríais.

Dentro y fuera de las redes, estos días off line ha visto cosas sorprendentes. En lo analógico se puede decir simplemente que he vivido como antes. Una vida sencilla y relajada que había olvidado y a la que ahora me he acostumbrado y me va a costar renunciar. Pero en lo digital, decidí usar sólo LinkedIn como medio de contacto con la realidad, pensando que si tenía que recibir alguna noticia importante para mi trabajo, sería el medio. No sé vosotros qué opináis, pero yo he llegado a la conclusión de que es uno de los lugares más aburridos del mundo, y en el que pasan cosas raras. Sin contar con que básicamente es spam justificado de marca personal y posicionamiento como profesionales de un tema, tengo que investigar por qué algunos post de algunos gurús aparecen constantemente en el time line hasta el agotamiento, así como publicaciones de personas a las que no sabía que seguía (porque también aquí sólo conecto con profesionales a los que conozco). No sé si son promocionados de pago, pero cansan. También he de averiguar porqué lo que más dice la gente allí es "Congrats" cuando el sistema te recuerda por ejemplo que estas celebrando cinco años como autónomo o que te despidieron de una empresa. Congrats, para lo que no lo saben, es la forma vaga de decir Congratulations. Que a su vez es la forma pedante de decir felicidades o enhorabuena. Ah, y por supuesto, se confirma la regla de tres de que si alguien te pide conectar y no le conoces de nada, invariablemente te pedirá trabajo o te querrá vender algo en las siguientes horas. Pero lo mejor de seguir en contacto con lo que se cocía en el sector, ha sido ver el daño que hacen tantos días de calor sofocante. He visto al Coach de referencia en España, autor de un libro de coaching y conferencista habitual sobre el tema, publicar que el Coach es una forma de placebo. Olé. Y a alguien que se hizo famoso y ha publicado un libro sobre el tema gracias a un boicot en redes sociales, criticar que en Twitter se producen linchamientos. Olé y olé. El resto de chistes, para el Club de la Comedia. Me apetece enviarles Gurú lo serás tú, que sé que lo tienen pero no han debido leerlo aún.

Adiós ego, hola yo.

Como conclusión final, abandonar las redes sociales durante un tiempo me ha aportado más de lo que me ha quitado. Porque lo que me ha quitado sobre todo es EGO. Nunca he negado tenerlo pero lo peor es que me había acostumbrado a cultivarlo, en aras de eso que llaman Personal Branding y que parece que obliga a los profesionales independientes y autores a mantenerse en el candelero constantemente, exponiéndose permanentemente, en autopromoción continua. Empiezas hablando de tu trabajo, de lo que has hecho y de lo que vas a hacer, sigues hablando de temas colaterales para como dicen los expertos que se te relacione con un tema concreto, y acabas siendo más molesto que el anuncio de MediaMarkt, ese que cada vez que sale bajas el volumen de la tele o cambias de canal. En mi caso, reconozco que siento una necesidad vital de contar historias, que es a lo que me dedico por uno y otro medio, y que mi lado social géminis me lleva a mantener el contacto y las relaciones con la gente de forma natural. Pero también confieso que estoy muy harto de mí mismo, y de algunos (no, tú no) ni te cuento. He probado a vivir de Robinson Crussoe urbano, y se puede. Quizá he echado de menos a Viernes de vez en cuando, pero he sobrevivido y seguro que los demás también. Pero encerrar el EGO trae como sorprendente resultado dejar salir al YO. Al verdadero YO. No al YO que vendes a los demás, ni el que ven los otros desde fuera por tus actos o publicaciones. El YO que habla para sí mismo, que se da explicaciones a sí mismo, y que en lugar de opinar para la galería se hace preguntas. Al que le da igual lo que opinen los demás en facebook o twitter de una polémica o noticia de turno pero se pregunta en silencio qué es lo que a él le parece, sin seguidismos, prejuicios ni censuras previas. Salirse del ruido, y dejar de hacerlo, permite escucharse. Preguntarse eso tan ancestral como quién eres y a dónde vas y volver a recuperar la independencia de criterio que tan poco abunda en esta vida colaborativa, grupal y gregaria que mal vivimos en redes sociales.

Pero eso sí, que nadie piense que esto es un manifiesto contra nada, porque no pienso renunciar a saltar en los charcos de Facebook, Twitter o la que se tercie cuando me de la gana. Por mucho que crea que lo de Facebook acabará pasando tarde o temprano y algunos estudios lo digan también, como éste. 

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