Revista Cocina

De libros viejos y nuevos

Por Biscayenne
Allá por la era paleolítica trabajé en una librería. Lo que se suponía iba a ser un empleo temporal para sacarme unas perrillas mientras buscaba algo #delomío, resultó ser el mejor trabajo que he tenido. El único en el que he disfrutado y en el que lo he pasado bien madrugando por las mañanas.
En aquellos tiempos pensábamos que nos pagaban una miseria (ah, el mileurismo, quién lo pillara) pero todo el mundo era feliz. Al fin y al cabo, era un trabajo de tránsito del que pasarías a uno mejor y luego a otro mejor, que serían #delotuyo porque para eso habías estudiado, te comprarías un piso y tendrías dos niños y un perro.
De la librería (ésa en la que los dependientes son jovencitos y llevan chalecos con chapas, ya sabéis cuál) efectivamente pasé a un curro #delomío en el que trabajé cinco años y me aburrí como una mona. Luego vino la crisis y nos comimos los cagaos: sin piso, sin niños hipotéticos y sin perro, que era casi lo que más ilusión me hacía. La marea me trajo hasta aquí no sé muy bien ni cómo, y ahora me dedico a hablar y escribir sobre las cosas del comer. Gratuitamente, claro, porque no sé monetizar y sólo me llegan mails #queridoblóguer de cuarta división.
La cuestión es que si vuelvo la vista atrás, siempre sonrío al recordar la librería. Las montañas de libros que había que ordenar al ritmo de alguna música hedionda, el olor a nuevo, los clientes, las risas, los buenos compañeros. De modo premonitorio, siempre me tocaba a mí organizar y recomendar en la sección de cocina, así que cuando voy ahora a una librería tengo que esconder las ganas irrefrenables que me entran de ponerme a colocar todo por categorías y con los lomos bien alineados.

De libros viejos y nuevos

la obsesión del ex-librero


Afortunadamente los libros siguen estando conmigo y mi síndrome de Diógenes avanza. En casa están por todas partes: en la cocina, encima de la mesa, en cajas, arrebuñados en las estanterías o apilados en el suelo.
Más viejos que nuevos, porque soy una carca y pocos libros editados actualmente me llaman la atención. También porque comprar segunda mano es más sostenible, el medio ambiente y bla blá. Mentira. La pura verdad es que cuando abres un volumen viejuno, a veces pasa esto:
De libros viejos y nuevos

"Conservas caseras" y "Entremeses, aperitivos y ensaladas", de María Mestayer la marquesa de Parabere. 1940. Inocentes y aparentemente inofensivos, al pasar las páginas encontré este tesoro dentro de uno de ellos. 
De libros viejos y nuevos

De libros viejos y nuevos

Una tarjeta-cupón de una antigua academia de cocina de Madrid, en la que se enseñaba a hacer pan en 25 minutos, con instalación de gas (nivelazo), y en la que te regalaban un libro de 500 recetas presentando el carnet.
Por suerte no lo canjearon y ha llegado a mis manos perfecto, como si lo hubiesen imprimido ayer. De la primera academia de cocina de España, abierta en 1917. En el mismo lugar, calle Fernando el Santo número 4, hay ahora un restaurante vasco regentado por un chico de Bilbao, el Lur Maitea. Todo queda en casa.
De libros viejos y nuevos

Por estas cosas vale la pena abrir libros y hojear palabras escritas, nuevas o atesoradas durante largo tiempo en un desván. Leer es sexy y cocinar también. Pero sobre todo, es valioso, enriquecedor y reconfortante.
Para mí el día del libro es cualquier día, así que empezaré a sacar brillo a mis páginas amontonadas y todas las semanas intentaré hablaros de un libro. De lo que cuenta y de cómo lo cuenta, que al fin y al cabo es lo que importa. Recetas ya las hay por internet a millones.
De libros viejos y nuevos


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