Revista Opinión

De otra época

Publicado el 11 marzo 2010 por Alfonso


En algún momento del futuro el hombre deberá sentarse, echar la vista hacia atrás y determinar cuándo dejó de ser humano, de ser creación, para convertirse en post, bio, tecno, ciber u otro término ahora inimaginable, en creador, en qué momento la moderna sociedad industrial dejó de ser heredera del vapor, el petróleo, la electricidad, para depender de ondas o frecuencias aún no soñadas, si fue el día del despegue del programa Sputnik o el de la inauguración de la estación lunar permanente, el del primer trasplante del doctor Barnard o el de la vacunación del Coeficente Intelectual Removido, si el del descubrimiento de la última isla oceánica o el de la puesta en marcha de algún proceso informático o físico-químico hoy en proceso de desarrollo o no empezado.

 

Pero de momento nos falta perspectiva, amén de algo de vista, para saber que el mundo de hoy no tiene nada que ver, no ya con los relativamente cercanos 1914 ó 1969, con dos o tres años atrás. Carecemos de la misma profundidad de mirada que nos impedía ver cómo las olas que llegaban a la arena de nuestras economías venían acompañadas de una peligrosa resaca, un retroceso que ahora mismo, en 2010, nos arrastra irremisibles e irremediables hacia un mar de ahogados sin voto ni palabra. Pero mientras el futuro llega para poner las cosas en su sitio y convertirnos en humus, deberemos contentarnos con lo que tenemos, hablar del tiempo y del gobierno, de la setas de temporada o del dolor de muelas que nos visitó de noche y sin telegrama de aviso.


Que la estrangulación capitalista tiene su origen en la no previsión, buscada y fomentada, de los avariciosos, es tan incuestionable como que los ciudadanos que la sufren con más ensañamiento son los que carecen de una red social, un tejido trenzado con lazos hipócritas y familias atenazadoras. Aquél que intentó pensar por sí mismo y cuestionar las reglas impuestas y heredadas por un mundo anterior a su presencia, fue el primer expulsado del Paraíso. Así, hoy se dice que si no quieres quedar al margen del progreso, que te conduzca a puerto la nave que te ha rescatado, habrás, primero, de remar sin mucho resoplar y, segundo, confiar en el capitán, en el señor con gorra que sabe que lo correcto es inyectar dinero a quienes lo tenían a espuertas pero lo quemaron para encender hogueras a las que no te dejaron arrimar, bajar los tipos de interés aunque no haya préstamos externos que conceder y llenar las cabezas ajenas de estimulaciones fiscales que no logran disimular su feudal afán recaudatorio. Y mientras unos dicen que sus brazos están cansados, que las raciones de comida son escasas, que andan faltos de fuerzas o desharrapados, otros palean más pensando en que el látigo no les despellejen las espaldas que por convicción de que Rodrigo de Triana viaje a su lado y grite ¡tierra a la vista! cuando divise arrecifes y palmeras y no otro lomo de ballena blanca, como hizo el viejo vigía varias veces.


Claro que quién sabe si cuando llegue la embarcación a tierra firme, el práctico que indicó a la tripulación la maniobra final no se convertirá, en un giro de rostro al recién nacido, y al estilo de las sorpresas de las últimas viñetas de Creepy, en un caníbal voraz y putrefacto. O si , después de tantas penurias, los remeros no habrán dado cuenta de la plana mayor, convirtiéndose ellos en otros antropófagos aún más hambrientos. Si el maderamen hederá lleno de despojos y los caníbales se habrán de hacer herbívoros so pena de extinción. Creo que dependerá no tanto de la costa avistada, pues por mucha desfiguración sísmica una playa es una playa, como de la nacionalidad de los rescatados: 200 manifestantes franceses contra la gigante Total, por ejemplo, pueden ser mucho más peligrosos que más de cuatro millones de españoles con la cartilla de ahorros de indeleble tinta roja, el color de la camiseta de sus amores, aprovecho ahora que el Pisuerga todavía pasa por Valladolid.

 

En todo caso, al final, los caníbales de la costa (algunos perversos dicen de las costas), sean alemanes, checos o uruguayos, siguen, seguirán, siendo parientes. Y salvo a niños y ancianos, antes le hincarían el diente a una manzana que a un primo lejano: son tantos años de dieta carnívora que les sería muy difícil acostumbrar estómago y paladar. Más que decirle a un español que el toreo de lidia es tan anacrónico como la música de Mozart. Igual de bello y plástico quizá hoy que ayer, pero de otra época, de otro mundo. De cuando el hombre no era post, tecno, bio, ciber o caníbal. De cuando el sol era una bendición, las olas de ocho metros no golpeaban los cascos de la flota, el escorbuto A no diezmaba el número de remeros y avanzábamos aunque fuese según las instrucciones finales de Nick: a contracorriente. Nick Carraway, el primo de Daisy Buchanan, la amada de Gastby. Un libro de papel, de otra época. De los tiempos de los marineros leídos y los salvajes esperando en la playa un bocado fácil.

Mozart, Krafft

 

Foto de portada: dougbelshaw


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