Revista Diario

De segunda mano

Por Miguelmerino

 

No suelo mirar en los contenedores de basura. Bueno, no suelo mirar con detenimiento, quiero decir. Pero siempre que paso delante de un contenedor, o incluso de una papelera, echo un vistazo de refilón, como sin querer.

Lo cierto es que ayer, al mirar en uno de los contenedores que está en mi ruta del azúcar, es decir: por donde camino para que mis niveles de glucemia se mantengan a raya, me pareció ver asomar una mano. Levanté un poco la tapa y, en efecto, era una mano. Me pareció que la gente tira las cosas por tirar, pues la mano tenía buen aspecto. No estaba excesivamente arrugada, lo justo como para denotar experiencia y tenía sus cinco dedos intactos. Es más, en uno de ellos, el anular lógicamente, brillaba una alianza de oro. Los dedos eran alargados y un poco huesudos, como si pertenecieran a algún pianista o quizás a un pintor. Sí, seguro que eran de un pintor.

Creo que aun no lo he dicho, pero se trataba de una mano derecha. Enseguida la cogí y la guardé en el bolso que llevo en bandolera. Pensaba largarme de allí corriendo, no fuera a ser que apareciera el dueño arrepentido y con intención de recuperarla, cuando me dio por pensar que a lo mejor era zurdo y no me serviría de mucho esa mano, pues lógicamente la había recogido con la intención de ponerla a trabajar a mi servicio. Siempre me ha hecho ilusión saber pintar, pero lo cierto es que ese, es otro de  los muchos caminos por los que no me ha llevado dios. Volví a mirar en el interior del contenedor y no tuve otro remedio que remover un poco la basura, pero obtuve mi recompensa. Allí estaba la mano izquierda, igual de bien conservada y cuidada, y luciendo un bonito reloj de pulsera. Así que la metí en el bolso junto a su compañera y terminé mi recorrido.

Antes de regresar a casa, pasé por la tienda de Babón especializada en Bellas y Artes y le pegué una crujía a mi tarjeta de crédito para comprar distintos utensilios de pintura, entre ellos, un caballete y varios lienzos. Al llegar a casa, lavé las manos con cuidado en el lavamanos (¿dónde si no?), las sequé y las hidraté frotándolas cuidadosamente con una crema de manos. Luego, les preparé el caballete y les dejé los pinceles y los distintos tipos de pintura sobre una mesa y me acosté a dormir, con la certeza de que, al día siguiente, me despertaría y encontraría una obra maestra en el lienzo.

Sin embargo, esta mañana cuando me he levantado, el lienzo, los pinceles y las pinturas permanecían intactos. Decepcionado, he ido al ordenador con la intención de escribir sobre el asunto y me he encontrado conque ya estaba esta entrada hecha. No voy a ganar el Mariano de Cavia con ella, pero tampoco desmerece mucho de cualquier otra escrita con mis propias manos. Así que las conservaré. Temo que seguiré sin saber pintar y puede que no escriba mejor con estas nuevas manos, pero siempre escribirán más cuatro manos que dos.


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