Revista Opinión

De sensibles, sensibleros y bípedos con dni

Publicado el 08 marzo 2012 por Gonzaloalfarofernández @RompiendoV

A los seres humanos, tirando de imaginación, se los puede catalogar de infinitas maneras, siendo tan ricos en singularidades que una concienzuda taxonomía de los mismos sería más voluminosa que el Dioscórides.
   En mi caso tengo tendencia a catalogarlos según el grado de desarrollo en que poseen ciertos atributos positivos (inteligencia, sentido del humor, bondad, etc). Unas veces la catalogación la hago atendiendo a los atributos por separado y otras a la combinación de unos cuantos. Como pueden imaginar, no hay dos personas que hayan alcanzado el mismo grado de perfección en todos ellos, aunque sí existe una tendencia al desarrollo paralelo de los mismos.
   Hoy quiero exponerles una de estas catalogaciones, que es la hecha atendiendo a la sensibilidad.
   Tomando por regla este criterio, a los seres humanos se los puede dividir en tres subespecies: los sensibles, los sensibleros y los insensibles, cachos de carne con ojos o bípedos con dni, como guste llamarlos.
   Por supuesto, no todos los tipos están perfectamente definidos. De hecho, la mayor parte de los sujetos son impuros, encontrándose personas sensibles con resabios sensibleros, sensibleros con brotes sensibles o repuntes insensibles e insensibles con ciertos síntomas sensibles o sensibleros. En cualquier caso, para no hacer demasiado farragoso el análisis, me centraré en los tipos puros de las tres subespecies.
   Lo primero en lo que conviene incidir es en la contraposición de dos términos que muchas veces se confunden pero que son radicalmente opuestos: la sensibilidad y la sensiblería. Es más, a tenor de la observación y la contrastación metódica de caracteres, se puede llegar a la conclusión de que el desarrollo de la una es inversamente proporcional al de la otra. Es decir, cuanto más sensible se es, menos sensiblero y viceversa. Y la proporción en la que existen es aproximadamente de cinco a uno a favor de la sensiblería.
   Conviene analizar bien el asunto, pues a menudo se prestan al equívoco. Y es que las tres subespecies son morfológicamente idénticas. A simple vista no se encuentran rasgos que las diferencien a las unas de las otras. Ni un frenólogo ahíto de LSD lo lograría. Pero en el caso de las dos mencionadas hay que reseñar un fenómeno muy curioso que se produce, y es un verdadero espejismo digno de estudio donde lo negro parece blanco y lo blanco negro. Vamos, que hay que andarse con mucho ojo y tener algo de psicología para que no te den gato por liebre y creyendo estar ante un alma sublime te halles ante un zopenco sensiblero y malicioso. Así de complicado puede resultar distinguirlos si no se tiene algo de experiencia y un sexto sentido afinado.
   Esto se debe a que la sensiblería recurre con harta frecuencia a la teatralidad para encubrir su falsedad o carencia de calado, mientras que la sensibilidad carece de artificio y no recurre a engañosas estratagemas. Es decir, los sensibleros son más ruidosos en tanto que su vana superficialidad sólo tiene sentido como ostentación ante la manada. Acostumbran, por tanto, a buscar desesperadamente el eco de sus acciones seudofilántropas. Si hacen una buena acción se las ingenian, como quien no quiere la cosa, para que se enteren hasta los gatos del vecindario, y si han de llorar, prefieren hacerlo en compañía y a moco tendido, pensando que el flato es señal de bonhomía. Tanto es así, que es casi imposible sorprenderlos en un acto verdaderamente generoso, contrito o emotivo si no hay testigos de por medio que puedan cacarearlo a los cuatro vientos. En fin, que son más dados a exhibir su sentimentalismo y supuesta bondad que los gitanos su oro. En cambio, las personas sensibles son discretas por naturaleza, y no importándoles lo más mínimo el qué dirán o pensarán, ajustan las cuentas sólo con su conciencia, por lo que ni manipulan, ni exageran, ni parlotean sus sentimientos y acciones para provocar una reacción en los demás, sino antes bien los ocultan por decoro, lo que hace que sus nobles acciones y sentimientos pasen las más de las veces inadvertidos. Y es por culpa de este fenómeno que es fácil equivocarse y tomar por sensible al sensiblero y al sensible por insensible, ascendiendo al primero a una altura inmerecida y hundiendo injustamente la reputación del otro.
   Por ello no me canso de repetir que a las personas hay que juzgarlas por sus hechos, no por sus palabras, y menos aún por sus lágrimas, pues los hechos confirman la naturaleza de quien los realiza, mientras que en las palabras y las lágrimas la mentira, la malicia y la falsedad tienen cómoda madriguera.
   En mi opinión hay que desconfiar tanto de los seres insensibles como de los sensibleros, porque los primeros son poco más que bestias y los segundos o son poco racionales y carecen de autocontrol, o tienen poca educación y menos dignidad o peor aún, han aprendido a usar las lágrimas como un arma de chantaje emocional con la que, arteramente, engañar a los incautos para conseguir sus fines, expresando sentimientos que probablemente no sienten o al menos no son ni la sombra de lo que aparentan ser.
   Se puede decir, sin miedo a equivocarse, que los sensibleros tienen una sensibilidad más egoísta, más primitiva, más deudora del mono, más de instinto de supervivencia, más práctica y sin ser contradictorio, más artificial. En cambio, la de los sensibles está más evolucionada, es menos práctica y más humana, si me permiten la expresión. Y si asumimos, claro, que es más humano quien está en un grado de desarrollo emocional superior.
   Siendo exagerados, podríamos decir que el ser sensiblero tiene la lágrima fácil y el corazón reseco -lo cual es lógico, pues se le escapa el sentimiento por los ojos y poco o nada guarda para sí-, mientras que el ser sensible tiene duro el lagrimal y el corazón anegado. El insensible, directamente, el corazón podrido y los ojos marchitos.
   Esta radical diferencia entre las subespecies es la que explica por qué los seres sensibles sufren con los seres sensibleros tanto como éstos, a su vez, sufren con los insensibles y estos últimos sufrirían otro tanto si se los obligara a convivir con una especie emocionalmente todavía menos desarrollada que ellos, por ejemplo con gusanos. Por eso las relaciones humanas son tan complejas.
   Estas diferencias también explican el fenómeno de la misantropía, pues suelen ser los misántropos, contra lo que se cree, personas extremadamente sensibles que no pueden soportar la insensibilidad y falsedad sentimental de los demás, lo que los lleva al más absoluto rechazo de sus congéneres. Esto los reviste de cierta frialdad que no es sino dolor camuflado. No pueden sufrir el trato con criaturas tan subdesarrolladas e innobles y huyen de ellas del mismo modo que los médicos evitan a toda costa aficionarse a los pacientes terminales.
   Alguien puede argumentarme, a la vista de lo dicho, que la especie superior es la sensiblera porque al ser su sentimiento más aparente que profundo, ello le confiere notables ventajas. A diferencia del insensible, puede engañar y hacerse digno de lástima para alcanzar sus propósitos, y siendo en el fondo no mucho más sensible que él, su sufrimiento nunca es mortal ni comparable al del sensible. En definitiva, es el más práctico de los tres y en la vida eso suele ser sinónimo de triunfo. Y no le quitaría yo a quien tal pensara parte de razón, que el sufrimiento en esta vida va parejo a la sensibilidad, la inteligencia y la bondad. Pero se equivocaría absolutamente en lo referente a la superioridad, porque eso sería lo mismo que afirmar que el ser humano es el animal más subdesarrollado de cuantos existen. Teoría que se desmonta fácilmente.
   He aquí una sola de las muchas réplicas que podrían dársele: Lo que ha hecho evolucionar al ser humano es la Cultura. Y la Cultura precisa sensibilidad a raudales. Por otra parte, nada hay menos práctico que consagrar una existencia a la misma. Por lo tanto, nada delata mejor la existencia de un espíritu superior que su consagración al ejercicio que mayores beneficios aporta a la humanidad y peores miserias a quien lo ejerce. Sólo un espíritu imbuido del más alto ideal filántropo (incluso agazapado en una aparente misantropía) puede obrar de tal forma, sacrificando su vida en aras del progreso. No en vano, si no existiera ese quince por ciento de seres sensibles (repartidos entre los creadores y los consumidores de Cultura) la especie se habría extinguido hace milenios devorada por sí misma, pues jamás un ser sensiblero o insensible –egoístas y prácticos por naturaleza- se ha sacrificado ni sacrificará por algo que no le reporte un beneficio o satisfacción personal. Y si no me creen, los reto a que me señalen a uno solo que se haya entregado en cuerpo y alma a una vocación que no le acomode la vida, antes bien al contrario, sea fuente de palos diaria. Aunque, por supuesto los sensibleros nunca admitirán verdad tan probada e intentarán siempre dar el pego, empeñados en pasar por los más generosos y altruistas. Pero lo que yo les diga, apriétenles las tuercas y verán si cantan…
........
   Como no existe ningún manual de uso que a modo de guía de árboles frutales o aves rapaces sirva para a simple vista poder distinguir las diferentes variedades humanas que pululan en nuestro entorno, tal manual se lo ha de confeccionar cada uno observando a sus paisanos, anotando los pequeños detalles que nos informan sobre la calidad sensible del sujeto que tenemos enfrente. Y esto es bien útil hacerlo, porque nos permite saber a qué especie nos enfrentamos a diario y estar prevenidos de sus peligros.
   Para que comprendan el método de análisis, por si deciden crear su propio catálogo personal, les pondré cinco ejemplos escogidos al azar para que se hagan una idea de cómo funciona la técnica clasificatoria.
   Ejemplo 1: Comportamiento con los animales.
   Una persona sensible, aunque no le gusten los animales, no será nunca cruel con ellos. Antes, al contrario, intentará impedir su sufrimiento, auxiliando al animal desvalido en la medida de sus posibilidades. Hasta el sufrimiento animal lo conmueve.
   El sensiblero al que no le gustan los animales es indiferente al sufrimiento de los mismos. Si no hay testigos de por medio no moverá un dedo para auxiliarlos.
   El insensible al que no le gustan los animales (y no suelen gustarle si no encuentra cierta utilidad en su posesión) no sólo no moverá un dedo para aliviarles el sufrimiento, sino que hasta puede que él mismo se lo provoque o se lo acreciente, pues con frecuencia su actitud adolece de cierto sadismo.
   Ejemplo 2: Actitud con las demás personas.
   La persona sensible suele ser tolerante y comprensiva. Rara vez se le sorprenderá aleccionando a alguien sobre cómo debe organizarse la vida ni aceptará que organicen la suya. Su lema es: vive y deja vivir.
   El sensiblero y el insensible pueden aparentar ser tolerantes y comprensivos, pero en el fondo son todo lo contrario. Aunque sean los mayores necios del mundo quieren imponer siempre su criterio y voluntad. Creyéndose virtuosos, van dando lecciones a los demás sin que se las pidan. Son, por otra parte, incapaces de comprender y aceptar que alguien tenga unas ideas distintas de las suyas, así que cuanto más distintas sean peor las juzgarán. Los muy simples creen sus designios universales y nada les parece más descabellado que salirse del redil. El despotismo es su rasgo de carácter destacado, aunque pueden llegar a disimularlo muy bien. La diferencia entre ambos es que el insensible, si puede, no dudará en imponer su voluntad por la fuerza, mientras que el sensiblero, siempre teatrero y taimado, intentará primero someter al otro mediante ruegos y buenas palabras, después con súplicas y lamentaciones para acabar explotando, si no consigue doblegarlo, en ataques neuróticos y lacrimosos, asumiendo paradójicamente una actitud victimista, achacándole al otro todos sus defectos, como si el no aceptar sus consejos u órdenes fuera el mayor gesto de maldad concebible.
   En resumen, el insensible opta por el maltrato físico y el sensiblero por el psicológico.
   Esta actitud está referida a personas de su entorno, generalmente familiares. La actitud con las personas que están lejos de su influencia es diferente. Ya una vez lo ilustré con un ejemplo, pero no obstante, para dejarlo bien sentado, lo repetiré.
   Una persona sensible no gimotea ante la imagen televisada de un niño hambriento comido por las moscas, pero a su manera trata de mejorar las cosas.
   El sensiblero, en cambio, ante la imagen televisada de la miseria prorrumpe en sonoros gimoteos y exageradas lamentaciones mientras se le escapan por la comisura de los labios las babas del pastel que su gula devora con ansia. Y por supuesto, no sólo no hace nada por cambiar las cosas si le van bien a él, sino que además siente profunda aversión y desprecio hacia los mendigos con los que se topa por la calle, rezando a diario para que alguien los eche a patadas porque le ensucian la panorámica.
   Otro tanto vale para el insensible, quitándole los mocos y sumándole cierta agresividad que lo lleva, si está en sus manos, a expulsarlos él mismo a golpes.
   Ejemplo 3: Relaciones de pareja.
   Dos personas sensibles nunca terminan de forma cruel una relación, quedando por lo general un afecto mutuo entre ambos que perdurará el resto de sus vidas. Y es que mientras conviven, sus diferencias, si son compatibles, las ajustan de forma racional, sin faltarse jamás el respeto y sin tratar de imponer su criterio ni por la fuerza física ni por el chantaje emocional, por lo que en ningún momento ultrajan la voluntad de su pareja y ningún resquemor o rencor nace entre ellos. Y si las diferencias son incompatibles, sencillamente las aceptan y se separan pacíficamente, sin culpar al otro de no ser como a ellos les gustaría que fuese.
   Otro gallo canta cuando uno o los dos miembros de la pareja pertenecen a las otras subespecies humanas, pues la relación consistirá en una lucha por tratar de convertir al otro en un pelele, remedo de su propio ideal. Se convierte así la relación en un estúpido tira y afloja, en un medir las fuerzas constante para modelar al otro a su gusto, incapaces de aceptarse tal cuales son y respetar sus formas de ser. Hasta que, obviamente, si ninguno de los dos tiene sangre de horchata o un espíritu mártir, los encontronazos y desavenencias suben de tono y terminan por crispar sus respectivas paciencias. Por eso, terminada la relación, raramente querrán volver a verse. Se sienten decepcionados y maltratados al mismo tiempo. El divorcio suele convertirse entonces en una feroz guerra donde irán a sacarse los ojos sin piedad, como desquite de las ilusiones que malgastaron juntos. Aquí la única diferencia es que el sensiblero asumirá una actitud victimista –para variar-, llorando océanos mientras ultima con el abogado la forma de dejar en cueros al ex, mientras que el insensible lo hará sin derramar una sola lágrima, con la mayor sangre fría. Y después, consumada la separación, aunque vean morirse al otro en una esquina, pasarán a su lado como si no lo conocieran porque ya no está en sus vidas, su existencia ha dejado de serles útil, sea en el plano sentimental o más materialista. A menos que un interés común siga uniéndolos, claro, en cuyo caso estarán obligados a tratarse con la mayor hipocresía.
   Ejemplo 4: Interés por la Cultura.
   Las personas sensibles son proclives a tener inquietudes intelectuales y una vida interior muy rica. Todo conocimiento y forma de creación que espolee su imaginación y alimente su inteligencia les interesa y admira.
   Los sensibleros son capaces de emocionarse leyendo una novela o viendo una película, pero siempre y cuando se sientan identificados con los personajes -o al menos sean capaces de empatizar con los mismos-, les atice morbosamente sus más bajos instintos o les provoque emociones irracionales que les sirvan de terapia, por lo que son propensos a viciarse con bodrios sentimentaloides, dramones infumables, comedietas sin fuste y humoradas burdas que tracen una línea sobre lo humano y lo divino tan nítida y maniquea como la que rige sus vidas. Son, por tanto, impermeables al cine de calidad, a la literatura con sustancia, al quehacer filosófico, al ensayo histórico, la ciencia-ficción, la fantasía, la música sin letra chusca, romántica, lacrimosa o bailable, al arte y por supuesto a la poesía. En su vida, sencillamente, no cabe lo sublime.
   Los insensibles, directamente, son impermeables a cualquier manifestación cultural. Todo lo que no tenga una utilidad práctica en sus vidas carece de interés para ellos. O dicho de otro modo, como espiritualmente son más pobres que una hortaliza, la Cultura les resbala.
   Hay que reseñar aparte, eso sí, dos tipos curiosos de insensibles, que son los pedantes y los críticos.
   Los primeros son grandes consumidores de Cultura porque tienen una vanidad enfermiza que sienta su prepotencia en el alarde de conocimientos. Es decir, han encontrado una fuente de utilidad en la misma. Son capaces de leerse todas las obras maestras sin pestañear ni aprender absolutamente nada, muriendo tan ignorantes como nacieron. Su único interés consiste en almacenar datos como autómatas para escupirlos luego sin digerir, cual vómitos, a diestro y siniestro.
   El otro tipo curioso es el de los críticos, a quienes la Cultura les reporta dos placeres muy poco intelectuales. Por una parte les llena los bolsillos ensalzando a la maestría a quienes les untan más pasta, y por la otra les calma la envidia que los corroe por dentro al poder destruir, mediante ácidas críticas, a quienes saben mejores que ellos, pues no debemos olvidar que en la mayoría de los casos se trata de autores frustrados cuyo única muestra de talento ha sido comprender que no tienen ninguno.
   Ejemplo 5: Actividad laboral.
   Un ser sensible es incapaz de zancadillear a otro para alcanzar su meta. Los remordimientos se lo merendarían antes de cobrar la primera nómina.
   El sensiblero y el insensible, por medrar, venderían el alma al diablo y pisotearían a sus propios muertos si fuera necesario. Su moral es más movediza que una veleta. La diferencia entre ambos ya pueden imaginársela… Sí, han acertado, el sensiblero encontrará mil justificaciones a su vileza, es capaz de traicionar y pisotear a alguien y hacerlo con los ojos llorosos y la boca henchida de lamentaciones y excusas hipócritas, mientras que el insensible se regodeará y jactará abiertamente de ello, tomándolo por una muestra de superioridad.
   Que sean felices…

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Dossier Paperblog

Revista