Revista Comunicación

De tapas por el barrio de las letras

Publicado el 07 marzo 2020 por Jose_luis_torres

DE TAPAS POR EL BARRIO DE LAS LETRAS

Terminada la visita sabatina y mientras espera paciente junto a un poste de la EMT, al bus que le llevará de regreso hacia Legazpi, recibe una inesperada llamada.

—¡Qué tal bandarra! —contesta sorprendido, al reconocer la llamada de su amigo.

—Me duele un poco la cabeza, ¿dónde estás? —le interroga.

—Estoy en el Cerro de los Ángeles, he venido a dar un paseo para bajar un poco la tripa.

—¿Quedamos a tomar unas cañas? —le propone directo.

—No sé, tengo mucha resaca y voy con pinta de montañero—duda ante la inesperada propuesta.

—La cerveza es el mejor remedio, no te preocupes yo también me pongo cómodo, que hace mucho calor.

—¡Ok!, ¿dónde quedamos? —se apunta sin más excusas.

—¿Quedamos en “Sol” como los turistas?

—Me parece bien, pero no debajo de la osa y el madroño, que estará lleno de turistas haciéndose fotos, nos vemos en la salida del metro, junto a la calle Carretas, en la esquina con el edificio de la Comunidad de Madrid.

—Sobre las doce y media estaré por allí.

El bus tarda un rato, que Javier entretiene en intentar adivinar las razones de la inesperada llamada de su amigo, al que pensaba que no volvería a ver en un tiempo.

Una vez subido llega pronto a la Plaza de Legazpi, entra en la estación de metro, toma la línea tres y aparece el primero en el lugar de la cita.

Mientras espera a su amigo se entretiene en admirar el entorno de la Puerta del Sol, una plaza sin nombre de tal.

Observa sus edificios y la estatua ecuestre del Rey Carlos III, el que dicen mejor alcalde de Madrid.

Se congratula al observar el cartel del “Tío Pepe”, situado en su nueva ubicación, gracias a la movilización popular.

<<Sabe que se situó sobre el Hotel París en 1.936 y ha sido un pedacito de Andalucía en Madrid, representado en neón, hasta que el hotel cerró en 2.006 y el edificio quedó abandonado. En 2.011 el nuevo propietario, una gran multinacional, inició la rehabilitación integral del edificio y no quiso mantener su ubicación. La bodega consiguió un acuerdo con el propietario del edificio que ocupa el número 11 de la plaza. El Ayuntamiento le indultó al incumplir la ordenanza municipal contra la contaminación lumínica, junto a otros rótulos famosos, como el luminoso de Schweppes situado en el Edificio Carrión de la Gran Vía. >>

Al volver a su punto de espera, después de ir a cotillear la placa del kilómetro cero, origen de todas las carreteras radiales de España, recuerda a su padre que trabajó en una tienda de guantes en la calle Carretas.

Su amigo llega en torno a la hora acordada, se saludan cariñosamente y parecería que Javi le trasmitió telepáticamente sus pensamientos.

—¿Qué tal tú padre? —se interesa el recién llegado, que recuerda cuando sus progenitores les llevaban en coche a los partidos de futbol de niños.

—Murió hace tiempo, expresa con un gesto de normalidad para no hacer sentir mal a su amigo.

—¡Perdona no lo sabía!, hace tanto que no nos vemos —se disculpa sincero porque le apreciaba mucho.

—¡No te preocupes! —le disculpa sincero.

—¿Qué tal tú madre?

—¡Muy bien!, ahora vivo con ella en la casa que tú conoces y nos venimos a dar una vuelta los domingos al centro, está mejor de la cabeza que yo.

—¡Eso no es difícil! —le vacila, dándole una palmada en el hombro.

—Cuando la he dicho que venía a verte, me ha dado recuerdos para ti. ¿Qué tal tú familia?

—Mi madre está bien, mi padre un poco más delicado.

La realidad es que está mal, pero no quiere agobiar a su amigo.

Sin aparente razón, han subido por la calle Carretas en dirección a la Plaza de Jacinto Benavente.

—En esta zona trabajaba mi padre de encargado general en la tienda—taller de guantes Mario Herrero, donde los cortadores trabajaban en el escaparate en directo. La prenda pasó de moda, llegaron los grandes almacenes y el negocio se hundió.

Javier intenta ubicar el lugar exacto del local para mostrárselo a su amigo, sólo identifica un edificio abandonado.

—¿Dónde vamos? —rompe Luis la nostalgia de sus recuerdos.

—¿Qué te parece si vamos a tomar unas bravas?

—¡Perfecto!, así recordamos tiempos mozos.

Antes de llegar a la Plaza, deciden bajar hacia Sol, para girar a la derecha por la estrecha calle Cádiz.

—Recordaba esta zona muy degradada, ahora está bastante bien —se congratula Luis.

Se topan con la calle de Espoz y Mina, giran a la izquierda para incorporarse en el Pasaje Matheu y entran en el bar de las bravas. Les traen enseguida unos dobles de cerveza, mientras esperan la ración de las famosas patatas.

—¡Era una aventura venir a Madrid! —recuerda Rodríguez.

—¿Te acuerdas cuando íbamos a “Casa Mingo” a comer pollo asado y beber sidra?

La pregunta provoca que su colega recuerde una situación vivida en sus primeros años de jefe de obra por España.

<<Todavía deben estarse riéndose de mí en Oviedo, fui por el trabajo de dirección de la reforma de oficinas bancarias de Banesto, entré a cenar en una sidrería y pedí sidra el gaitero que era la única que conocía. >>

—¡Que pardillo eres! —se carcajea.

<<Me miraron alucinados, pase mucha vergüenza, hasta que me explicaron lo que era la sidra de verdad, como se tiraba y la enorme diferencia de sabor que había. >>

Con la llegada de las patatas bravas, Luis aprovecha para sincerase con su colega y le cuenta la razón que le ha llevado a llamarle, además de tomar unas cañas por el Madrid castizo.

—No he podido dormir, mientras esperaba que la cama dejara de dar vueltas, se me vino a la cabeza lo que dijiste de que no te creías el accidente del jefe de obra, me asaltaron muchas dudas que quiero comentar contigo como experto que eres.

—¡No seas pelota!, contesté por inercia corporativa, cuéntame lo que recuerdas.

—La primera imagen es un cuerpo muy destrozado sobre un charco de sangre, con una bandera de España encima.

—¿En qué posición? —se interesa sin aparente sentido.

Pide a su amigo que no le corte, quiere contar los hechos como él los vivió para analizarlos luego detenidamente.

—Cuando llegué a la obra ya estaba dentro mi amigo el mosso, su compañero controlaba el acceso. Cuando iba a identificarme me vio Rubén, le hizo un gesto y me dejó pasar.

—¿Por qué te pidió que le acompañaras? —interrumpe disculpándose.

—Con la situación tan dantesca que nos encontramos no le pregunté, seguro que fue por lo de la bandera.

Realizada la aclaración y tras una mirada recriminatoria, que su amigo entiende, sigue con su relato.

<<Rubén hablaba con el delegado de Cataluña de la Constructora, hombre de unos cuarenta años, perfectamente trajeado y con el encargado de la obra, un señor de edad indefinida, de rostro ajado por la mucha obra. Les preguntamos qué había pasado, el encargado empezó a contarnos muy nervioso que al llegar se había encontrado a su jefe en el suelo en un charco de sangre, no pudo seguir, se le saltaron las lágrimas, solo repetía ¡no puede ser!, ¡no puede ser! >>

—Estos accidentes son una putada para todos —afirma afligido el aparejador.

<<El delegado, más entero, nos contó que llegó pronto porque tenía una reunión con el jefe de obra y se encontró con el cuerpo. Sin preguntarle nos informó que seguramente se precipitó al ir a colocar una bandera de España en la cubierta, que se debió resbalar y caer, que igual venía cansado del viaje por haber estado de fiesta en el pueblo el fin de semana. >>

—¡Puede ser una razón! —apunta sin convencimiento el técnico, entre brava y brava.

—Hablaba un catalán impostado de academia, fácilmente entendible para todos.

—¡Te cayó fatal! —asegura convencido por su expresión.

—Los de Carabanchel nunca hemos aguantado tanta “pijería” —confirma la obvia impresión.

Sigue con su relato, sin hacer caso a su amigo, que está por la labor de tocarle las narices.

<<Les pedimos que nos llevaran al lugar desde el que se había precipitado, entramos en el edificio y subimos por las escaleras, no sé si nueve o diez plantas, hasta llegar a la última que estaba encharcada. >>

—El hormigón del forjado debía estar vertido recientemente, se le riega para favorecer el proceso de curado en los días siguientes, en especial en la época de verano —explica el técnico con una risita de suficiencia.

—¡Vale listillo!, ya sé que sabes mucho de obras, ¿por qué no vamos a otro sitio a tomar otras tapas?

—¡De acuerdo!, pero déjame participar en el análisis.

—¡Pero si no te callas! —protesta con una risa cómplice.

Dudan si entrar en la tasca contigua a tomar sus famosos mejillones, optan por dar un paseo por la zona de mayor concentración de tascas históricas de la ciudad, mientras admiran sus fachadas de cerámica pintada y el oficial retoma el relato de los hechos.

<<Nos llevaron a la zona de la caída, encontramos unas tablas en el suelo y un espacio sin barandilla. Al asomarnos, por la posición del cuerpo, confirmamos que era el lugar de la caída. Bajamos convencidos de la narración, sin haber oído la opinión del encargado. Al llegar abajo nos encontramos con la joven jueza, que intentaba poner un rictus serio para imponer autoridad. >>

Concluye la narración de lo acontecido, sin hacer caso al vacile, por no darle la razón.

<<Me llamaron de la comandancia y tuve que dejar solo a mi colega el mosso, que era el responsable de la investigación. >>

No se deciden a entrar en ninguna de las famosas tascas de la zona, optan por callejear en dirección a la histórica plaza de Santa Ana, situada en el Madrid de las letras, con la intención de sentarse en alguna terraza a tomar unas raciones y comenzar el análisis detallado del accidente.

Toman la calle de la Cruz hasta la calle Núñez de Arce, parándose para admirar las cerámicas pintadas de la taberna flamenca “Villa-Rosa”, que forman parte del patrimonio artístico de la ciudad.

Javier recuerda que a veces han ido a tomar unas copas a este bar y de repente se le viene a la cabeza una anécdota vivida.

—En este local presencié una de las actuaciones circenses más increíbles de mi vida.

<<Mi cuñado y yo habíamos ido a la boda de un amigo común, que celebró el convite en el hotel de la plaza y al finalizar la cena nos escapamos a tomar copas a este bar. Cuando volvíamos de la barra, con los cubatas recién servidos, a recuperar nuestro puesto de mirones junto a la pista, mi cuñado no vio un escalón, tropezó y cayó artísticamente al suelo. Me acerqué sin poder apenas contener la risa, por la graciosa caída, preocupado por si se había hecho daño. Fui el primer espectador sorprendido que no entendió, en virtud de que acto, mezcla de gimnasia circense y magia ilusionista, había conseguido mantener el cubata intacto en la mano sin derramar una sola gota. La gente me miró con gesto divertido unos y de repulsa solidaria con el caído otros. Al observar lo que había pasado con el cubata, solo pudieron sumarse a las risas y promover una aplauso espontáneo. Se habían salvado de ser salpicados con el contenido del cubata. >>

Llegan a la plaza muertos de la risa y se sientan en la terraza exterior, de la muy famosa Cervecería Alemana, con más de cien años de antigüedad.

Al acercarse el camarero, piden unos dobles de Paulaner, una tabla de salchichas y una ensalada alemana para completar la comida del día.

—Venía muchas veces con un amigo muy asiduo, que me contó muchas anécdotas —recuerda Luis lejanas aventuras.

<<Por esta cervecería de 1.904 han pasado literatos como Valle Inclán, gentes del teatro como María Guerrero y del mundo taurino, que hicieron de este lugar su cuartel general. Ava Gardner, el “animal más bello del mundo”, fue asidua del local los años de su romance con Dominguín. El más famoso visitante ha sido el premio nobel estadounidense Ernest Hemingway, que recuerda el local en alguno de sus artículos. >>

—No sabía que fuera un sitio tan famoso —se sorprende Javi, que también ha venido muchas veces por esa zona.

Admiran una plaza con mucha vida, que fue la primera peatonal de la ciudad. Ubicada entre el actual teatro español <antiguos corrales de la Pacheca y del príncipe> y el hotel de los toreros.

Está vigilada por el monumento en mármol y bronce del dramaturgo del siglo de oro Calderón de la Barca y una pequeña estatua del poeta granadino Federico García Lorca.

Mientras esperan la llegada de sus viandas, se ponen serios y deciden enfrentarse al análisis pormenorizado de los hechos.

El técnico aprovecha para realizar las preguntas que lleva, todo el paseo, con ganas de hacer.

—¿Cómo encontrasteis la bandera?

—Cuando llegamos estaba encima del cuerpo.

—¡Qué raro! —expresa en alto, con gesto de sorpresa.

—¿Por qué te extrañas? —se interesa el teniente, que a este hecho no le prestó atención, más allá del posible significado de la bandera, que ya entendió el día anterior.

—El cuerpo cae más deprisa que la bandera y desde una altura importante es imposible que el aire no la aleje en la caída.

—¡No lo había pensado! —reconoce el argumento.

—Lo más probable es que alguien la depositara sobre el cuerpo —se mete en el papel de investigador.

—El encargado y el delegado nos dijeron que no habían tocado nada, deberemos investigarlo.

—Tenemos que averiguar si había alguien en la obra en el momento del accidente —se apunta espontaneo a investigar.

—¡No va a ser fácil!

—Estas obras tienen vigilancia toda la noche, quizá ellos sepan algo.

—Va a ser verdad que eres un investigador frustrado.

—Te veo un poco oxidado, tienes que ver más películas policiacas —le vacila.

—¡Que cabronazo eres!, aunque igual tienes razón que tanto pisar moqueta me hace perder instinto.

En ese momento les traen unas jarras enormes de cerveza alemana, una bandeja con todo tipo de salchichas y una ensalada típica. Piensan que se van a poner morados mientras siguen con su análisis.

—¿Cómo estaba el cuerpo? —retoma el interrogatorio.

—Estaba destrozado, situado boca abajo con las extremidades rotas en posiciones imposibles y la cabeza partida, situado en un charco de sangre. Impresionaba de verdad y yo estoy acostumbrado. ¿Por qué preguntas eso? —se extraña de la morbosa pregunta.

—He preguntado mal, quería saber la posición, la distancia a la fachada, para intentar imaginar la trayectoria de caída.

—¿Cómo estás tan puesto en estos temas? —le sorprende la sagacidad de las preguntas.

—He sido coordinador de seguridad y salud de obras importantes y por desgracia también hemos tenido accidentes graves.

—¿Has investigado accidentes similares?

Javier cuenta que en una empresa en la que estuvo, le tocó investigar un accidente mortal de un pintor, para exculpar a responsables y compañeros, en una obra que, por suerte, no era la suya.

<<Gracias al análisis de la trayectoria pudimos demostrar que no era una caída accidental, solo se podía haber producido de esa forma si hubiese saltado. Al final se confirmó que el hombre tenía una fuerte depresión por un problema grave personal y había decidido saltar. >>

—Ahora que lo comentas, nos sorprendió que el cuerpo estuviese tan cerca del edificio, pero no le dimos importancia.

—En un tropezón o un salto, por el impulso y la parábola de caída, el cuerpo se aleja de la fachada, repasaré los análisis que hicimos en su momento.

—Intentaré ver si tenemos en el instituto alguna investigación de este tipo de caídas.

—Vayamos al lugar de la cubierta desde donde se cayó. ¿Había una barandilla de protección? —trata el técnico de conocer las medidas de seguridad.

—Había unos tubos de protección alrededor del perímetro del último piso, sólo faltaba en la zona desde donde supuestamente se cayó.

—¿Cómo era la barandilla?

—Eran unos tubos de acero como de un metro de alto, metidos en la losa de hormigón de la planta, con unos ganchos donde se colocaban dos tablones en posición horizontal, de unos dos metros de largo.

—Cuando se hormigona el forjado se colocan unos conos empotrados en el hormigón, donde luego se introducen los postes de acero, es un buen sistema de protección.

—Nos dio sensación de seguridad —confirma el agente.

—¿Cómo estaba la zona de la caída?

—Las tablas estaban caídas en el suelo y el hueco quedaba abierto al vacío.

—¿Había algún poste alto en la zona de caída?

—Todos los postes tenían la misma altura.

—Te lo pregunto por entender dónde iba supuestamente a colocar la bandera el jefe de obra.

—No había ninguna zona de más altura, pensaría colocarla en uno de los tubos de la barandilla —sigue la argumentación.

—¿Desde esa zona se veía mucho la bandera?

—Es posiblemente el sitio de menor visión, solo se ve desde dentro de la obra.

—No debía querer molestar a nadie, ni perjudicar a la empresa con temas políticos.

—Seguro que sabía cómo provoca una bandera de España, en Barcelona —se suma a la argumentación el teniente.

—¿Había redes y horcas?

—No sé muy bien lo que es eso, había unos postes altos con forma de L, donde colgaban unas redes inclinadas sujetas también al forjado, como tú le llamas —intenta utilizar palabras más o menos técnicas, para que no le vacile su amigo.

—¡Por eso se llaman horcas! —no pierde Javier la oportunidad tomarle el pelo.

—¡Que graciosillo eres! —hace que se molesta.

—Lo has explicado muy bien, ¿cubrían todo el perímetro de la planta?

—Protegían las dos últimas plantas, menos en la zona donde se produjo la caída.

—¿Si se hubiese precipitado en otra zona habría caído en la red?

—Seguramente sí, otra cosa es que hubiesen soportado el peso —duda el oficial del sistema de seguridad.

—Sí que aguantan, aunque a veces se producen golpes imprevistos con los forjados, por una mala colocación.

—¿Por qué no habría redes en esa zona? —se interesa el teniente muy metido en los razonamientos del técnico.

—Sin los planos no puedo saberlo, se me ocurre que esa esquina se utilizase para subir materiales. ¿Había plataformas metálicas que sobresalieran?

—¡No vimos nada!, tampoco entramos en las plantas inferiores a revisarlas.

—¿Qué dijo el encargado?

—Desde que empezó el relato el del traje, nos acompañó discretamente, un paso por detrás, manteniéndose al margen.

—¡Es una pena!, su opinión es importante, es el que más sabe de la construcción y seguridad de la obra.

—Durante la visita no lo procesé, por la noche se me vinieron a la memoria sus disimuladas muecas de disgusto.

—Por la posición de la grúa y con los planos, podemos saber la razón por la que no había horcas en esa zona, sin preguntar a nadie para no levantar sospechas.

—Intentaré conseguir la documentación discretamente —se compromete el Guardia Civil.

Su amigo le hace un gesto de que no hace falta, piensa que no será difícil al ser la licitación pública.

—¿Por qué os diría el delegado, que el jefe de obra venía de fiesta? —recuerda el detalle aunque pareciera despistado.

—Ahora que lo comentas, parecería que quería justificar el accidente, con la posibilidad de que el accidentado se hubiera tomado unas copillas.

—Es una posible vía de investigación, podéis confirmar si había bebido.

—Va a ser muy difícil, ya estará enterrado, tendrá que ser a través de testigos.

El teniente empieza a cabrearse consigo mismo, piensa que dos agentes expertos deberían haber hecho una investigación más precisa, se dejaron llevar por el relato del accidente del delegado y dieron todo por supuesto. No lo comenta en alto por no sentirse más avergonzado frente a su colega.

Terminada la comida, deciden acercarse a tomar unas caipiriñas a un bar, que los dos conocen, situado en la famosa y animada calle de las Huertas.

Al pasar por la plaza del Ángel, Javier señala la fachada de un edificio cercano y comenta que su padre vivió en esa pensión, cuando de joven trabajaba y golfeaba por el Madrid de la época.

Mientras esperan que les sirvan el famoso cóctel Luis interpela a su amigo, poniéndose serio.

—¿Cuál es tú opinión?

—¡Que no fue un accidente! —afirma convencido, tras reflexionar un momento para dar solemnidad a sus palabras.

—¿En qué te basas? —intenta sacar conclusiones.

—El jefe de obra no necesitaba subirse a nada para colocar la bandera, si se hubiese resbalado habría chocado con la barandilla y lo normal es que se hubiera quedado sobre el forjado. Si algún tablón o poste estuviese suelto o mal empotrado, se podría haber precipitado, pero los habría arrastrado en la caída. Alguien tuvo que desmontar los tablones de esa zona.

—Dime lo que piensas de verdad —le requiere mirándole fijamente a los ojos.

—No se ha caído, ni ha saltado, alguien ha tirado el cuerpo desde esa altura, no veo ninguna posibilidad de que sea un accidente —concluye con seguridad, lo que cavila desde hace tiempo, sin atreverse a exponerlo tan crudamente.

El teniente, cada vez más afectado por no haber investigado más profesionalmente, ratifica su conformidad con los planteamientos del técnico.

El aparejador intenta ponerse serio, si eso es posible con las cañas y copas que llevan y trata de seguir con sus reflexiones.

—En un accidente con un muerto debe haber un informe de la inspección de trabajo, del servicio de prevención de la empresa y del coordinador de seguridad y salud, se puede intentar recuperar esa información.

—Cuando regrese a Barcelona le contaré a Rubén lo que hemos deducido y trataremos de avanzar —se compromete con su amigo y consigo mismo.

La llegada de las copas, coincide con un bajón de la moral del técnico, que se queda en silencio ensimismado en sus pensamientos, con una expresión que se ha tornado triste.

Su amigo se da cuenta y se interesa por las razones de la pena sobrevenida.

—¿Qué te pasa?

—¡Somos unos imbéciles!, hemos analizado el accidente como si fuese una película, sin pararnos a pensar en la persona, en mi caso en un compañero de profesión.

—¡Tienes razón!, nos hemos olvidado de un hombre que tendrá familia y amigos, que merecen saber la verdad.

Luis levanta su copa, la choca con la de su amigo, brinda por el jefe de obra y realiza una promesa solemne.

—Me comprometo a investigar el suceso hasta el final, aunque no sea de mi competencia.

—Me apunto a la investigación —se apunta Javier.

Luis agradece a su amigo el compromiso de ayudarles, sabe que van a necesitar de su apoyo técnico y trata de darle un sello oficial.

—Debemos dar un nombre a la investigación, como hacemos en el Instituto.

—La podemos llamar “OPERACIÓN CAIPIRIÑA” —se le ocurre espontaneo.

El oficial acepta encantado, el nombre le parece divertido y muy peliculero.

Antes de salir del bar, sellan su “compromiso” con un sentido abrazo.

Ascienden la calle, un tramo corto, hasta llegar a la fachada trasera del convento de las Trinitarias, donde se dice que descansan los restos de Cervantes. Giran por la costanilla de las Trinitarias y salen a la calle Lope de Vega, dedicada al famosísimo autor, muy celebrado en su época, que discurre paralela a la que da nombre su acérrimo enemigo Miguel de Cervantes. Aventurero, poeta y novelista, con más fracasos que aciertos en su vida, situado en el olimpo de los escritores por crear la mejor novela de la historia.

—Los espíritus del Quijote y Sancho seguro que recorren estas calles, en busca de los fantasmas de los personajes creados por Lope de Vega, Calderón de la Barca, Góngora o Quevedo, para entablar arduas  batallas dialécticas —narra el aparejador.

—¡Las caipiriñas te inspiran! —reconoce con una sonrisa su amigo.

—Si estuviéramos en un País menos cainita, inculto y olvidadizo, las calles de este barrio de las letras serían centro de peregrinación mundial, de todo aquel que un día soñó con juntar palabras para ser leídas —argumenta a modo de reproche nacional.

—Si hubieran juntado cuatro letras en catalán, los nacionalistas pedirían la independencia del barrio —apunta el oficial, quemado con la inmersión cultural que sufre en Cataluña.

—Igual sería la solución a los problemas nacionalistas independizar los barrios históricos, para que nadie se invente la historia según sus intereses —concluye inspirado Rodríguez.

Bajan hacia la calle de Jesús, recuerdan las cañas bien tiradas de la Taberna de la Dolores y saludan a “Jesús de Medinaceli”, quizá el patrón extraoficial de Madrid, por el número de sus devotos.

A través de la calle de Cervantes, que desemboca en el Paseo del Prado, aparecen en la Plaza de Neptuno, el Dios de los mares madrileños.

Mientras esperan al bus 34, el colchonero recuerda que en este lugar celebra los éxitos deportivos su Atleti.

—El del tridente se aburre en su soledad, la que se lo pasa bien es la Diosa Civiles, una plaza más arriba, que suele estar más acompañada —abusa el vikingo del historial de su equipo, para compensar las puyas recibidas.

Los amigos dejan la pasión futbolera para comparar dos de los hoteles con más historia de la ciudad; el Palace y el Ritz, por donde han pasado personajes famosísimos en sus más de cien años de historia.

—Me gusta más el edificio del Palace, está más integrado en la plaza y la ciudad, el Ritz, está más oculto a la vista, quizá para proteger la intimidad de sus huéspedes —argumenta el técnico.

—A mí también, fue la base de operaciones de la prensa y de reuniones de altos mando militares durante el golpe del 23 F.

—El que organizasteis vosotros —incordia a su colega.

—¡A mí no me mires!, no estaba en el Instituto —se ríe de la acusación, mientras levanta las manos divertido.

—Debemos tener razón, porque Neptuno mira a este edificio y da la espalda al otro —sentencia el aparejador.

Dan por buenos sus argumentos y se ríen de su pretencioso análisis, tras un día en el que han vivido intensas emociones que van a marcar su recobrada amistad.

Llega por fin el autobús 34, articulado de dos cuerpos, adaptado para minusválidos, que les va a llevar a casa.

Durante el camino comentan que aunque con el alcohol se les ha subido la tontería adolescente a la cabeza, su compromiso para encontrar la verdad es firme y sincero.

Al llegar a la parada de Vista Alegre, Javi se despide y se baja, con la certeza de que ahora son más que amigos, están comprometidos por un pacto de hermanos.

Luis sigue hasta su parada en Carabanchel alto, para visitar a sus padres, con la mente puesta en cómo organizar la investigación con su colega de la policía autonómica.

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