Revista Educación

De todo menos bienestar

Por Siempreenmedio @Siempreblog
De todo menos bienestar

Se estima que una de cada siete personas en España padece cuadros de ansiedad y estrés, y que una de cada doce sufre depresión. El número de suicidios en niños y niñas de 10 a 14 años creció un 41% en 2021 respecto al año 2020. Es más, hasta 4.000 personas se quitaron la vida en dicho periodo, lo que convierte al suicidio en la principal causa de muerte no natural, muy por encima de los accidentes de tráfico.

No podemos dejar atrás los más de quinientos mil diagnósticos de esquizofrenia y la severísima incidencia de los trastornos límite de la personalidad o de conducta alimentaria, que causan verdaderos estragos en la población de menor edad. Numerosos estudios alertan del riesgo real de que un 25 por ciento de la población tendrá que afrontar un problema de salud mental a lo largo de su vida.

La primera consecuencia que saco de estos datos es que en nuestro actual estado del bienestar existe de todo menos bienestar. Y la primera pregunta que me hago es qué motivos han llevado a un país en el que, se supone, contamos con todos los medios posibles, a esta lenta agonía, a subsistir atiborrados a pastillas para dormir y ansiolíticos que nos aporten un poco de esa felicidad que se ha convertido en el motor de nuestras vidas.

¿Motivos? Siempre habrá quien le eche la culpa a la pandemia. Me niego. Se me antoja que la incidencia del confinamiento como causa de una agudización del problema es la excusa perfecta para justificar una inacción que es palpable en infinidad de cuestiones como la economía, el empleo, la educación y, desde luego, la sanidad.

Sí, la sociedad de 2023 se ha lanzado a disfrutar de ese tiempo perdido quebuw parece que nos robaron por unos meses de encierro, justificado o no, y estamos necesitados de una conexión continuada con nuestro entorno. En efecto, estamos más conectados que nunca, localizables y localizados desde que nos despertamos, con un reloj en la muñeca que nos saluda por la mañana recordándonos lo mal que hemos dormido. Rodeados de estímulos de todo tipo, pero cada vez más solos en la vida, con una necesidad acuciante y manifiesta de formar una segunda familia en nuestro entorno laboral, en el gimnasio y entre nuestros seguidores en las redes.

Viajamos en busca del placer y para escapar de los problemas, pero a la vez nos encerramos en casa para huir del estrés. Eso sí, luego salimos de compras para relajarnos. Y nos mandamos una palmera de chocolate. Pareciera que todo lo que hoy respiramos y comemos nos hace daño y nos provoca todo tipo de enfermedades, si no hacemos crossfit y calistenia somos poco menos que apestados sociales, tenemos que eliminar alimentos de nuestra dieta, pero a la vez se nos invita a hartarnos como cochinos porque ese es un placer al que no se puede renunciar. Y ponernos pómulos, trasplantarnos pelo y quitarnos las arrugas, y bajar de peso para ser más felices. Y no bajarlo porque tenemos que aceptarnos. Aceptar que hace mucho que no tenemos veinticinco.

Extremismos. Aceptación. Estrés añadido a los problemas ¿reales? Cuando no es la pandemia es la guerra, y si no es el miedo a una recesión económica, la pobreza energética, la precariedad laboral... Tanta contradicción entre lo que necesitamos y lo que realmente tenemos, insatisfechos con el lugar donde vivimos, el trabajo que nos amarra, el dinero que ganamos y hasta los amigos que nos rodean, solo genera que nos hayamos instalado en un recurrente sentimiento de frustración, infelicidad y, sobre todo, miedo, que es absurdo achacarlo, como todo ya, a la pandemia.

No nos engañemos, hace mucho que estamos descuidando nuestra salud mental, que es igual de importante que la física. Es más, constituye un verdadero derecho y una necesidad tan acuciante como una boca sana, unas gafas o una revisión rutinaria en el ginecólogo o el cardiólogo.

Lo verdaderamente lamentable es que cuanto más bajos son los ingresos, más dura es la situación. No todas las personas tienen la oportunidad de costearse un psicólogo, acceder a un tratamiento o pagarse el internamiento en una clínica privada. Y, desde luego, bien pocos pueden permitirse dejar de trabajar por un cuadro de ansiedad provocado precisamente porque odian su trabajo y/o porque no llegan a fin de mes con el sueldo miserable que les queda.

Se ha avanzado mucho en visibilizar el problema y, al menos, ya contamos con la atención especializada que necesita cada persona, pero los trastornos de salud mental siguen siendo un estigma, un efecto colateral e invisible del estado de bienestar... Y siguen en la cola de las preocupaciones del sistema. De la notoria insuficiencia de los medios con que contamos para la prevención y tratamiento es expresivo el dato económico: Mientras el Gobierno anunciaba un plan nacional dotado con 100 millones de euros entre 2022 y 2024, la Confederación Salud Mental España detecta un desfase de 4.000 millones en la inversión pública realizada en este sentido en los últimos quince años.

Existe, pues, un abismo entre los recursos que demandan los expertos y los que verdaderamente se asignan a la atención a la salud mental, especialmente a la prevención. La cartera de servicios de nuestro actual sistema sanitario sigue sin atender adecuadamente nuestras necesidades frente a los gravísimos problemas que nos causa este estado del bienestar donde existe de todo menos bienestar.

Escribo estas líneas inspirado por decenas de historias que observo a mi alrededor. Las que me cuentan y las que intuyo. Las que vivo en primera persona. Y digo yo que el mundo, ante todo, debería ser un lugar para vivir.


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