Revista Opinión

De vuelta a Chaves Nogales

Publicado el 19 noviembre 2019 por Manuelsegura @manuelsegura

De vuelta a Chaves Nogales

Sostiene desde hace tiempo el académico Arturo Pérez-Reverte que el prólogo de ‘A sangre y fuego’, de Manuel Chaves Nogales (1897-1944), debería ser materia de obligada lectura en todos los colegios españoles. Yo también considero que no le falta razón al reconocido escritor cartagenero. Allá por el año 1937, este periodista sevillano, auténtica referencia del oficio durante la Segunda República, publicó en su exilio francés una de las obras más impecables que hayan visto la luz sobre la Guerra Civil española. En ese prólogo que hoy reivindica el autor de ‘Sidi’, Chaves Nogales apelaba a su “única y humilde verdad”, que no era otra que la del odio insuperable que provoca “aversión natural” respecto al único pecado que para él existía: el pecado contra la inteligencia.

En ese texto situaba el origen de los males, que condujeron a aquellos trágicos días, en que “la estupidez y la crueldad se enseñoreaban de España”, en torno a tres laboratorios que él localizaba en Moscú, Roma y Berlín; es decir, en las factorías industriales del comunismo, fascismo o nacionalsocialismo, fenómenos ideológicos que “el desapercibido hombre celtíbero los absorbió ávidamente”.

Con la contienda en plena refriega, Chaves Nogales llegó al firme convencimiento de que había contraído méritos suficientes para haber sido fusilado por los unos o por los otros. A través de su pluma certera, aseguró ver cómo se convertían en comunistas fervorosos muchos reaccionarios y en anarquistas terribles muchos burgueses acomodados. La guerra y el miedo, concluía, lo justificaban todo, para acto seguido vaticinar que el hombre que encarnaría la España superviviente de aquella sangría injustificable “surgiría merced a esa terrible e ininteligente selección de la guerra que hace sucumbir a los mejores”.

Chaves Nogales abandonó el país cuando se convenció de que nada que no fuese ayudar a la guerra misma podía hacerse ya en España. Se marchó a París, primero, donde escribió esta obra, y de ahí fue a parar a Londres, donde murió de un cáncer de estómago. Sus restos permanecen enterrados en un cementerio de esa gran urbe donde, por no tener, su tumba hasta carece de una modesta lápida.

Manuel Chaves Nogales representó esa tercera España, hoy tan necesaria en tiempos tan convulsos como tumultuosos de la vida política nacional. Fue un periodista de izquierdas y republicano, profundamente español y antítesis de lo sectario, al que le dolió en el alma contemplar cómo sus compatriotas se masacraban en el frente, pero también en la retaguardia. Aquella imagen, que permaneció en su retina antes y después de abandonar el país, nunca se ha desvanecido en el escenario patrio, por lo que hoy nos resulta sencillo comprobar que aún vivimos troceados en dos mitades. Cuantos intentos hubo tendentes a dar abrigo a esa reserva espiritual de votantes que apostaran por una tercera España, alumbrados con mayor o menor acierto, parecen estar abocados al fracaso, bien por la negligencia de sus dirigentes en la planificación estratégica o por el hartazgo a que esta pueda conllevar entre la ciudadanía: ocurrió primero con la UCD, con el efímero PRD -de Miquel Roca y Antonio Garrigues-, con el CDS en su día, luego pasó con UPyD y ahora, si nadie lo remedia, puede repetirse con Ciudadanos.

En la memoria del cantautor canadiense Leonard Cohen se alberga un pensamiento tan certero como fascinantes resultan sus letras, muy en la línea del espíritu que guió a aquel periodista sevillano del que ahora escribo; es aquello de que uno sabe de qué lado estar simplemente observando quiénes se sitúan al otro costado. Poco hemos aprendido del pasado cuando todavía hoy, en muchos discursos incendiarios que contagian su radicalidad visceral al entorno, se palpan las brasas de ese periodo que tanto daño hizo a las conciencias de los españoles y, lo que es peor, a las generaciones que se han ido sucediendo. Que Dios, para los creyentes, o el destino que dicen siempre permanece escrito y suspendido en el aire, nos coja confesados, en un caso, y nos ampare, en el otro, ante lo que se nos pueda venir encima.

[‘La Verdad’ de Murcia. 19-11-2019]


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