Revista Diario

"Debate histórico y disputa de proyectos políticos: del alfonsinismo al kirchnerismo" (II)

Por Julianotal @mundopario

2. Menemismo y delarruinismo
El menemismo construía una nueva “hegemonía”, producto de una inédita fusión de programa neoliberal junto a una política movimientista (Pucciarelli, 2011): recuperó la vieja práctica que hacía nulo los esfuerzos del sector renovador de la sociedad política que apelaba, en consonancia a las ideas de los intelectuales alfonsinistas, al sistema bipartidista junto a una política parlamentaria que limitase el accionar “todopoderoso” del ejecutivo. No obstante, el menemismo lograba imponer a la fuerza una suerte de “reconciliación nacional” que alejaba las consideradas viejas antinomias con las que supo retroalimentarse los movimientos precedentes (yrigoyenismo, peronismo) enmarcándose en el espíritu de época mundial donde el triunfo del capitalismo ante la caída de la URSS, el anunciado "fin de las ideologías" y la necesidad de comprender el “realismo periférico” que postulaba la teoría suscitada por Carlos Escudé, hacían que imperiosamente el gobierno de procedencia justicialista virase sus banderas tradicionales para acondicionarse en los nuevos tiempos, donde los dictámenes del “Consenso de Washington” era tarea de afrontar ineludiblemente.  Ante dicha circunstancia, el rol del historiador-intelectual se obligaba a un repliegue o a una apatía hacia las cuestiones políticas y los debates urgentes. Reflejo de la época son las entrevistas que llevan a cabo Roy Hora y Javier Trimboli en 1993 reunidas en un libro titulado “Pensar la Argentina”: allí se recopilarían los testimonios de los historiadores más prestigiosos, entre ellos, Oscar Terán, Juan Carlos Torre, Tulio Halperín Donghi, Hilda Sábato, Beatriz Sarlo, José Carlos Chiaramonte. Se puede encontrar en ellos la percepción que: los actuales debates de la Historia se dan por fuera de la coyuntura política[i], la historia argentina durante los últimos 20 años (de los setentas a la actualidad) no estaba siendo tratada[ii]y finalmente, la transfiguración del peronismo convertido sólo como maquinaria de poder que predecía, luego de lo que denominaba Halperín Donghi como “larga agonía”, su desaparición[iii](Hora y Trimboli, 1994). 

Sin embargo, el menemismo pronto manifestará sus primeras grietas luego de la crisis económica como el “efecto tequila” que, si bien lo postularía como único sostén del modelo económico que lo llevaría a la reelección en 1995, también daría el espacio para la conformación de un frente que mediante la transversalidad proponía, de la mano de Carlos “Chacho” Álvarez  un programa centroizquierda, sin resabios de políticas populistas y orientadas hacia un estilo socialdemócrata. Lo que luego sería conocido como Frente Grande y llevara como figuras destacadas a Álvarez y Graciela Fernández Meijide, convocaría la participación de los intelectuales que pronto sentirían (por un breve lapso) la esperanza de poder retomar un programa socialdemócrata que fuese abandonado abruptamente durante la experiencia alfonsinista. Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano, José Nun, Vicente Palermo, Atilio Borón, Ricardo Sirigliano, Santiago Kovadloff, entre otros, formaban ese grupo de intelectuales adherentes al proyecto frentegrandista, donde más adelante se sumarían los historiadores María Matilde Ollier y Marcos Novaro como asesores políticos de Fernández Meijide. (Pavón, 2012). Con la formación de la Alianza junto al radicalismo y el ascenso a la presidencia de la fórmula De La Rúa –Álvarez, pronto se daría la segunda gran desilusión del espectro progresista. Marcos Novaro decía, al respecto:“Aunque había logrado sólo en parte concretar la planeada victoria estratégica sobre el peronismo, la Alianza pudo confiar en que el terreno ganado le alcanzaría para hacerse de la Presidencia. Una vez en ella, podría corregir aspectos parciales del modelo, con lo que le debería alcanzar para fortalecer el crecimiento económico, favorecer la creación de empleo y la distribución social. Las ‘correcciones’ consistirían, en esencia, en el reemplazo de la fórmula política con que Menem había implementado sus reformas, lo que significaba en concreto mejorar la calidad institucional y técnica de las políticas públicas, dejando atrás las prácticas decisionistas, delegativas y corruptas que la habían caracterizado, ineficientes y cada vez más irritativas para la población. Ello a su vez alcanzaría para que se consolidase en el poder. (…) todo ello se sostenía con demasiado optimismo en la previsión de que las circunstancias no habrían de cambiar respecto a lo que se había visto hasta allí. Algo que en ese mismo momento estaban desmintiendo datos muy contundentes de la economía internacional y regional”. (Pavón, 2012).   El núcleo de asesores que acompañaban a Álvarez se alejarían de la mano del retroceso de la propia fuerza política en detrimento del delarruismo, cuya asesoría estaba en manos de un grupo que acompañaban al hijo de De la Rúa y sería conocido como “grupo sushi”. En tanto, una fracción del justicialismo y del radicalismo (alfonsinistas) entendían que se avecinaba el fin del modelo de la convertibilidad y consensuaban una salida del mismo. Por otro lado, la salida de De la Rúa se dio vía helicóptero, luego de dejar un tendal de muertos en la Plaza de Mayo durante las jornadas de protestas en diciembre de 2001.


[i]Decía Hilda Sabato: “(…) Encuentro que gran parte de  esta actividad está para mi gusto demasiado estimulada por la carrera profesional y atada a los pasos establecidos institucionalmente para avanzar en esa carrera. Hay escasa inserción en los debates más globales sobre la Argentina, la transformación, el cambio, el futuro. (…) Me preocupa que la excesiva profesionalización se quede sólo en eso”. Por otro lado, Halperín Donghi sostenía: “(...) no hay alternativas de fondo, y en la medida que no hay alternativas de fondo el debate ideológico se hace no sólo muy poco interesante sino también muy poco estimulante. Creo que eso es lo que pasa, y es el resultado de la ausencia de conflictos ideológicos, lo que por otro lado es tranquilizador en la medida en que esos conflictos llevan a otros muy desagradables, pero por otro lado hacen que el clima sea mucho menos interesante”. (Hora y Trimboli, 1994)

[ii]Hilda Sabato: “(…) No tengo pensado por qué quienes estamos en edad de hacer ese tipo de trabajo no lo estamos generando. En lo personal, tengo una dificultad para mirar ese período, no sólo como historiadora, sino como intelectual, como una persona con intereses políticos y hasta como simple argentina, al punto tal que hay varios libros sobre ese período que no puedo leer”. (Hora y Trimboli, 1994).
[iii]Véase también en el libro los testimonios de Sarlo, Halperín Donghi y Juan Carlos Torre. También véase el trabajo de Maristella Svampa y Danilo Martuccelli que estudia mediante entrevistas a diversos actores sociales la transformación que sufre el peronismo durante los noventa, donde el imaginario peronista “se vacía”.(Martuccelli y Svampa, 1997).

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