Revista Cultura y Ocio

¿Decías? – @Imposibleolvido

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas
[Escrito a dos manos, las de @skyper08A y las de una servidora, como ejercicio de aprendizaje para mí. Gracias Eseka.]

Me mira como tantos otros. Esa mirada que dice estar convencido de que tras el tanga ya no hay más que desnudar en mí. Que durante los cuatro meses que le ha costado llegar hasta aquí, ya ha penetrado en mi alma antes de que lo haga su falo en mi entrepierna. Falo: hongo venenoso y maloliente, de base globosa y cuerpo cilíndrico de color blanco, con el extremo superior engrosado y oscuro. Curioso, verdad. Maloliente, como esa forma de hablarme, de interesarse por mí, por mi vida, por lo que soy, por lo que deseo, por lo que espero, por lo que necesito…
Noto como se va erizando mi piel tras su aliento, que recorre mi espina dorsal de manera descendente. Respiro lento y profundo, intentando no hacer ruido, no moverme, para no perder ni una sola de las sensaciones que provoca su boca sobre mí.

Decías que todo se duerme cuando la piel está inerte. Que jamás volverían tus poros a desear la eternidad de un momento. Que el mejor de tus orgasmos ya tenía su figura en el museo de cera de tu memoria. Decías, que el sexo se había convertido en un rato de alterne con tu desidia, en el que cualquier actor figurante desempeña sin más su escaso e irrelevante papel. Decías que tu vagina es un tubo de escape, por el que evacuar ese puñetero monóxido de carbono que genera el gripado motor de tu vida. Esa vagina, esa maldita vagina, decías, que jamás volvería a conectarse a la válvulas de tu corazón.

Sus labios, que imagino fruncidos, van delineando mi columna lentamente. Abro un poco los muslos, de manera inconsciente, por si continúa bajando (sonrío por lo de “inconsciente”). Suspiro, noto el calor de la palma de su mano en mi lumbar, agarra mi cadera rudamente, esa combinación de dureza y a la vez la suavidad de esa boca bajando hacia mis nalgas.

Decías que eso no me pertenece o no está hecho para mí. Decías que es mentira, que no existe, que el engaño del amor es tan grande como el de los reyes magos, pero sin unos padres detrás que lo sustente. Que madurar, decías, es ser valiente ante la impotencia de saber lo que nunca tendrás. Decías, que decir lo que se siente, es escribir una carta que nunca nadie leerá porque el cartero jamás encuentra la dirección de destino. Decías, tantas cosas decías…

Sed, esa sería la palabra que mejor definiría mi deseo hacia él. Sed, una sed profunda y devastadora, insaciable. Me gira sobre el colchón. Su mirada se posa en mi boca. El deseo que leo en sus pupilas me asusta un poco así que me adelanto en busca de sus besos hambrientos, pero aparta hacia atrás su cabeza con una sonrisa malvada esbozada en ella. Gimo. Deseo su boca en la mía. La quiero ya. Ahora. Vuelvo a avanzar hacia ella. Sus dientes se clavan en mi labio inferior, mi lengua sale a acariciarlos, entreabre los suyos para dejarme entrar, y entonces muerdo yo, retándolo; mientras lo miro a los ojos. Me agarra del pelo dejando mi cuello expuesto y me marca. Soy suya. Siento como los flujos se abren paso por mi entrepierna, un mordisco suyo en mi cuello tan sólo para ser consciente de que estoy a su merced, de que soy completamente suya y me descubro sonriendo de nuevo.

Decías que follar no es más que un predicado copulativo entre dos sujetos, al que siempre debe seguir un punto final, y que SENTIR mientras lo haces es como un padre putativo que alimenta a un hijo que no es suyo. Decías que querer es otra inútil canción de paz para el alma. Que amor es un sustantivo abstracto (ABS-TRAC-TO, manda narices), cuyo pretérito imperfecto de indicativo es… acabaremos jodidos. Decías, mirando al techo cada noche, que nadie más compartiría un despertar contigo. Sí, también decías que en tu casa no hay sitio para nada ajeno. Decías…

—Perdona, ¿de qué color decías que llegado el momento te gustaría que comprase el cepillo de dientes?

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