Revista Opinión

Deconstruyendo el Partido Pétreo

Publicado el 20 marzo 2017 por Polikracia @polikracia

No hay partido más opaco que el Partido Popular: un denso músculo político guarnecido de un potencial, una historia y un imaginario que extienden sus tentáculos desde el franquismo al neoliberalismo, enraizado en la tierra española con mayor profundidad que ningún otro partido, me atrevería a decir. Y todo ello envuelto en la niebla de un rancio organicismo que todo lo oculta. Mi intención aquí es repetir el análisis que hice en un artículo de octubre de 2015 (El cierzo electoral), aprovechando un punto de inflexión tras el 18º Congreso (pero con una metodología diferente): en ningún partido parece más complejo descifrar las dinámicas, equilibrios y maniobras que lo sustentan, y lo que aquí se pretende es una retrospectiva de la evolución de estas dinámicas dentro del Partido Pétreo, medidas en términos de capital político (entendido como las capacidades estratégicas de sus miembros y sectores), centrándonos en la etapa Rajoy.

Para realizar este análisis adoptaremos una perspectiva dinámica en la que el único factor estable es el de Rajoy como pináculo de capital. Veamos: noviembre de 2011, pistoletazo de salida a una legislatura con una cómoda mayoría absoluta frente a una incómoda tesitura financiera. Toda victoria electoral es un alivio táctico orgánico, acomodando a los diferentes sectores internos a sus cuotas (tanto políticas como funcionariales, dándose en este caso una transición de la preeminencia del cuerpo de técnicos con Zapatero a la del cuerpo de abogados del Estado) y cerrando filas en torno al líder (el mantra rajoyesco). En términos gramscianos, se articula una cadena de valores que unifican al partido frente a la incertidumbre y en torno a un elemento hegemonizador —marcando el paso, extrapartido, para una conexión del pueblo español con el espíritu de la recuperación económica y social (del ridículo de los «brotes verdes» de ZP al triunfalismo del «milagro español» admirado en Bruselas). Pero esto no significa que no existan divisiones internas: todas las clases deben agruparse en torno a un único elemento para conformar un bloque de masas, cuya coordinación va más allá de lo que sería una mera alianza de clases (en términos leninistas), pues debe comprenderse que implica también una interpenetración de valores y objetivos, no meramente de intereses. Desde esta perspectiva marxista intentaremos ver, ahora, cuáles han sido en cada caso los grupos y valores hegemónicos.

Por un lado, María Dolores de Cospedal acababa de empezar al frente de la Junta de Castilla-La Mancha, siempre atenta al teléfono azul, manteniendo una línea de control directo sobre el organismo en tanto que Secretaria General, formándose un cascarón de escuderos encabezados por Martínez Maíllo y González Pons. Por otro lado, la vicepresidenta se encumbraba como la mujer más poderosa de España, tomando la vicepresidencia con determinación, estilo fresco y una mano firme que pronto empezó a generar reticencias en el gabinete, cuya composición, como pronto se revelaría, estaba sesgada en su contra: seis de ellos serían asiduos de las cenas lúdico-conspiratorias que darían nombre al G8 (Wert, Arias Cañete, Margallo, Pastor, Soria, Fernández Díaz y, gradualmente, Morenés), un grupo de ministros unidos por longevas trayectorias y amistades, con un enfoque más político y opuesto al tecnocratismo de los sorayos en minoría (Soraya, Montoro, Báñez).

Nótese la influencia minoritaria de la cuota de la familia liberal-aznarista (Gallardón) y de la cuota de Cospedal (Mato), ambos forzados a dimitir a lo largo de la legislatura, sustituidos respectivamente por Catalá (un amago de sorayo que se pasó al G8) y Alonso (un hombre de tendencia más bien sorayista), bloqueándose el poder de estos dos sectores en decadencia. Esta primera legislatura estuvo claramente dominada por el G8, completado con la llegada de Tejerina a Agricultura, convertido en espolón estratégico de la tendencia inmovilista y reflexiva del presidente; mientras que el capital de Soraya fue disminuyendo, tocando fondo con una crisis transitoria en que se proyectó una imagen de peligroso desencuentro entre ella y el presidente. De aquí parte nuestro análisis: en términos marxistas, el G8 es el elemento hegemónico que articula un bloque de masas bajo las mismas consignas unificadoras, capaz de navegar exitosamente entre las diferencias entre clases intrasociales (o entre familias intrapartidistas, en este caso) bajo la batuta de Rajoy.

No obstante, y sobre todo a partir de 2015, empieza a producirse una lenta transición en que mudan los equilibrios entre las fuerzas clasistas, anunciada casualmente por una serie de apariciones televisivas de la vicepresidenta que comenzaron a impulsar su imagen pública, consolidándose en su papel predestinado de icono de poder femenino (cada vez que Podemos habla de «feminizar» la política debería rezar un Padre Nuestro a Soraya). Asimismo, decae el capital del G8 a raíz de una serie de factores: la caída en desgracia de varios de sus componentes (Soria, Fernández Díaz, Wert) y el resquebrajamiento interno a causa del rifirrafe público entre Margallo (que no ha continuado como ministro) y Montoro hacia finales de legislatura (lo que desagradó a Pastor y Fernández Díaz, críticos con Soraya pero profundamente afines a la política de «cierre de filas» del presidente). La reestructuración de hegemonías se formaliza con la conformación de un nuevo ejecutivo al iniciarse la segunda legislatura: una vicepresidenta reforzada (competente en administraciones territoriales y liberada de dar la cara los viernes), un sorayismo rearmado  (Montoro, Báñez, Nadal, Alonso colocado como líder regional) un G8 mermado y descoordinado (queda solamente Tejerina, cercana a Monsterrat, y Pastor como presidenta del Congreso ha devenido una neutral marianista), un Guindos reforzado en su neutralidad con el área de Industria y una nueva fuerza contrahegemónica: el bando de Cospedal, rebordeando tras su ratificación como Secretaria General, su nombramiento en Defensa y su colocación de una cuota ministerial (Zoido, de la Serna).

Es importante notar que este proceso de rearticulación se da paralelo al debilitamiento y posterior resurgimiento del propio presidente: acosado por las dudas e incluso amenazado con la perspectiva de un relevo forzado antes de las elecciones (se barajaba la posibilidad de traer a Feijóo), su inteligente manejo de la situación de interinidad le ha acabado reforzando a expensas del desgaste de la izquierda, apoyándose esta vez en el sorayismo para reafirmarse como pináculo. Así, en esta segunda etapa que se abre ahora se articula un bloque hegemónico en torno al sorayismo, centrado en los valores tecnocráticos y modernizadores. Además, un segundo apunte es el surgimiento de dos nuevos frentes que aspiran a disputar el duelo contrahegemónico que libra Cospedal, con clara identidad y atractivo mediático: los secres jóvenes y progres (Levy, Casado, Sémper, Maroto), que se han visto apartados de las quinielas ministeriales pero que empiezan a pisar demasiado fuerte como para ser ignorados; y el liberal-aznarismo resucitado, tras el alejamiento de Aznar y sus inquietantes amagos.

A partir de este cuadro, ¿cuáles son las perspectivas de futuro para el PP? Claramente parece poco probable que, salvo situaciones inesperadas, se dispute el factor hegemónico al grupo tecnócrata-sorayista a lo largo de esta legislatura, marcada por la difícil navegación de un Congreso que recupera protagonismo. En todo caso, el sector joven sí reclama cierta atención, y es probable que vaya cobrando más relevancia de ahora en adelante, sobre todo como contrapunto del progresismo liberal de Ciudadanos, pero jamás como candidato contrahegemónico en el medio plazo (no con el partido bajo control de Cospedal). En definitiva, es muy difícil hacer diagnóstico, pero confío en que este análisis haya servido para ilustrar en la medida de lo posible los equilibrios internos presentes en el partido, sus antecedentes y sus perspectivas (y, de paso, que se aprecie la ductilidad de una teoría posmarxista aplicada al análisis de un partido, que aunque es un poco rudimentaria me ha parecido ilustrativa).


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