Revista Viajes

Dedicado a los que dicen que vivo de vacaciones

Por Pilag6 @pilag6

Porque Yo te quiero ver a vos. A vos que me decís a la cara que estoy de vacaciones. Te quiero ver leyendo este artículo que te va a poner en tu lugar. En un lugar en donde vas a estar incómodo. Un espacio en donde vas a ubicarte como protagonista, como partícipe de algunas experiencias gratas y no tan gratas.

Dedicado a los que dicen que vivo de vacaciones son estos relatos de situaciones de viaje que viví en carne propia y que no creo que se acerquen mucho a tus vacaciones soñadas..

Dedicado a los que dicen que vivo de vacaciones

Y ahora te quiero ver. Sí, yo te quiero ver...

Yo te quiero ver a vos con hemorroides en China

Te quiero ver enfermo en China, con un dolor que no te permite caminar. Te parece que son hemorroides, aunque nunca las tuviste antes y no sabes cómo se siente tener hemorroides. Como contrataste un seguro de viaje, lo queres usar, sino para qué lo pagaste. Llamas y ellos te dan una cita con un médico chino. Obvio, si estás en China. Vas al médico, que queda en la otra punta de la ciudad y tardas unas tres horas en llegar, que eso en China es a la vuelta de la esquina. Todo el tiempo aguantando un dolor horrible. El médico te recibe y, en seguida, notas que habla muy poco inglés.

Entras al consultorio y ves que la secretaria que te acompañó adentro del mismo, no se va. Se queda ahí adentro, mirándote. Le explicas al médico lo que te pasa. Le decís que pensas que es hemorroides. Pero el médico insiste en revisarte. Así que comenzás a desvestirte, adelante de la secretaria. Te acostas en la camilla. El chino te mira, y se asusta. Le ves la cara de chino asustado. La secretaria también mira y se aleja. El médico invita a una colega a entrar al consultorio para asegurarse que lo que ve es cierto. Ahora son tres personas mirándote el ano. Tres chinos mirándote el upite y vos con el culito para arriba. Con un dolor que es casi más humillante que la situación.

El médico le dice a la otra médica que haga algo. Vos no entendés un pomo, porque hablan en mandarín. La médica se pone un guante de látex. Ella se prepara para la acción y vos la ves venir. Si, acá empieza lo lindo. Este es el momento en que ella pone todo de vuelta en su lugar. En donde coloca la supuesta hemorroide dentro del recto. Eso duele como nunca nada dolió en tu puta vida. Acá el dolor supera la humillación. Y vos seguís preguntándote qué carajo hace la secretaria adentro del consultorio. En serio, ¿qué mierda hace la mina ahí? La querés matar. Pero entra todo adentro. Todo vuelve al lugar original. El médico te mira con cara de chino preocupado. Te dice que lo que tenés no es hemorroides. Es una enfermedad en donde el recto se sale íntegramente de tu cuerpo y lo único que resta es la cirugía. Te dice que visites a un especialista.

Con tu culo hecho trizas te vas del consultorio llorando. El médico te da unas pastillas raras. Es medicina china que te va a mejorar de alguna forma el estado general de tu cuerpo. Te consuela. Cuatro días más en China y después te tomas un vuelo a Singapur. Pero antes vas a hacer una parada en Hong Kong. Vas a estar dos días encerrada en una pieza de un hostal y tu pareja va a romper el inodoro. Sólo para ponerle más pimienta a la situación. Después vas a pasar dos días en el aeropuerto de Hong Kong con el culo en un estado deplorable. Pero te la aguantas. Te tomas el avión a Singapur, feliz de la vida del viaje que decidiste experimentar. Toda esa odisea la haces con el culo roto y cargando una mochila. Pero te la aguantas como un campeón.

Llegas a Singapur y sacas turno con un especialista. Otro asiático mirándote el ano. Pero lo peor es que, por reglas del seguro, tenés que ver a un medico clínico antes de ver a un especialista. Así que son dos médicos en Singapur que te ven el culito. Y ya van cinco asiáticos que conocen tu interior más profundo. Lo bueno es que en Singapur la medicina es occidental. Le mostrás la medicación que el chino te dio y el médico de Singapur te dice: ni puta idea que es eso. Te quedás más tranquilo. El médico te mira allí y en tono costarricense te dice: oye chica, eso es una hemorroide de acá a la argentina. Aun así vas al especialista, que te atiende el mismo día en el mismo hospital. Lo mismo; eso es hemorroides. Te dan una pomadita y de vuelta al hostal a descansar. Yo te quiero ver a vos con hemorroides en China.

Yo te quiero ver vos a las ocho de la noche en el medio de Manila

Te quiero ver a las ocho de la noche en el barrio de Paco, Manila, Filipinas. Un lugar oscuro, con casas por todos lados, hechas de chapa, de cemento barato, ninguna siguiendo un orden particular o una estructura definida. Ver gente saliendo de esas casas. Personas viviendo la vida en Manila. Esa vida pegajosa, con poco para respirar y casi nada para beber. Vos estas ahí, parado en el medio del barrio con un tráfico sin tregua que te llena los pulmones de humo y hollín.

La gente se acerca para ayudarte o sólo a mirarte. Sos distinto. Llevas una mochila cargada en la espalda. Una mochila llamativa, como nadie tiene en ese barrio. La gente te mira. Es tu primera vez, tu primer día en el Sudeste Asiático y no sabes en dónde estás. En que parte estás de la ciudad más oscura que viste en tu vida. Tan oscura y cada vez más oscura. Porque se está haciendo de noche. Y esa persona que te dijo que te iba a hospedar no aparece. No está y vos no tenés Internet, no tenés agua, tenés hambre y un presentimiento. Algo te dice que vas a dormir en la calle. Sí, vas a dormir en la calle de Manila.

No, parece que no. Al final no vas a dormir en la calle, porque ves en la entrada de un callejón un cartel hecho de cartón que dice, Room for rent. Y preguntas. Una anciana en una silla señala para el fondo. El callejón se convierte en una calle interna y angosta, que se abre a otro mundo un poco más oscuro y más profundo. Hay hombres, muchos hombres. Te pasan cerca, te dicen lo linda que estás. Que linda que sos. Sos tan bonita. Te comería la boquita... El olor a alcohol invade. Se te mete por las fosas nasales. Llegas al room for rent. Una cortina se abre y el piso de cemento se te ríe en la cara. Te quieren cobrar, no quieren que te vayas. Son tan hospitalarios los muchachos. Llevan bebiendo desde el mediodía y están simpaticones. Vos sabés que si no te vas en ese momento, de ahí no salís más. Lo sabes. Entonces entras a correr, con la mochila siempre en la espalda. Corres. Y el resto de la historia, porque no termina ahí, la vas a seguir leyendo con las palabras y la perspectiva de Pila, en este link: Escape from Manila.

Yo te quiero ver a vos en el pleno y crudo invierno de Japón

Te quiero ver en Japón, en el pleno y crudo invierno de Japón. Te vas a ir. Estás de salida de ese clima, de esa nieve, de esos temblores. Llegó el momento que esperaste hace mucho tiempo. Querés volver a ver a tu familia. Estuviste afuera dos años. Te perdiste de muchas cosas que pasaron, muchos eventos importantes en la vida. Estas ansioso y alegre.

Te tomás el tren hasta el aeropuerto. Como en Japón todo es mucho más fácil, sólo un tren te deja en la parada perfecta. Llegás al lugar en media hora. Empezás a hacer una cola para subirte a un colectivo que te acerca las últimas cuadras que te quedan por transitar. Faltan sólo dos horas para que el vuelo de Japón a Argentina salga. Es el pasaje más caro que pagaste hasta ahora. Es lo más caro que pagaste en toda tu vida. Nunca compraste algo de más valor que ese pasaje. Ese vuelo que hace dieciocho mil escalas y te deja en el lugar que más deseas estar. Al lado de tu familia y amigos, en año nuevo. Disfrutando del calor húmedo de la pampa y de esas cidras bien frapé que te esperan a la vuelta. Ese reencuentro con el que tanto soñaste.

Mirás para un costado y ves que hay un cartel que dice algo. Algo que no está bien. Que está equivocado. Un nombre diferente, es eso. Lees un nombre diferente. Le preguntás a la persona que está adelante en la cola qué es ese nombre. Qué significa. El japonés te dice que ese es el nombre del aeropuerto adonde te lleva el colectivo. Pero no coincide con el nombre del aeropuerto del que sale tu avión.

Faltan dos horas y el reloj sigue corriendo. Estás sin dinero en efectivo, porque decidiste cambiar todos los yenes a dólares, y desquiciado porque ves un futuro oscuro. Sabés que estés a punto de perder el avión. Lo sabes. Pero te compones. Todavía queda tiempo. Parás a un taxista y le preguntas cuanto te cobra hasta el aeropuerto. Te toma unos diez minutos hacerle entender a donde querés ir. Cuando te entiende, el precio es desorbitante. Te quiere cobrar más de cien dólares americanos para llevarte hasta ese otro aeropuerto. El aeropuerto correcto, desde donde sale tu avión y te lleva justo a donde querés estar. Lejos de ese frío que te cala profundo los huesos.

Ves que hay personas haciendo cola frente a un escritorio. Te paras detrás del último en la fila. La gente te mira, porque tu cara es la de un completo loco. Tenés los ojos cruzados, porque vas a perder el avión. Estás lejos y no sabes que hacer. Tal vez alguien te ayude del otro lado del escritorio. Alguien se apiade de tu situación y te de una mano. Después de diez minutos llegas al frente. La presión te debe estar llegando a las nubes y el corazón te late muy fuerte. Cada vez falta menos. Tic Tac, Tic Tac.

Le explicas tu situación al japonés que te atiende. Como no entiende inglés, llama a otro. Otra vez le explicas la situación al nuevo japonés y cada vez tenés menos tiempo. Se te acaba la paciencia y querés matar a alguien. No podes, porque la culpa es toda tuya. Este muchacho te da unas indicaciones, te dice adónde tenés que ir para sacar un pasaje de tren que te lleve a destino. Corres, con la cara desfigurada, corres como nunca corriste en tu vida. Con miedo y culpa. Nunca te vas a perdonar haberte puesto en esta situación. Tu estupidez te puso en este lugar. No saber usar una aplicación de transporte público te puso en este lugar, en uno de los países con el mejor transporte, con la mejor comunicación y la mejor aplicación para usar el trasporte del mundo. La mejor.

Corres y llegas al lugar. Ahí te das cuenta que no tenés un puto yen para pagar el pasaje. Y rezas. Rezas para que te acepten la tarjeta. Para que la tarjeta pase. Para que se deslice suavemente por el posnet y te dé el verde positivo.

El túnel esta cada vez más claro. Se ve luz al final. La tarjeta pasa. Tenés un ticket que te lleva hasta ese bendito aeropuerto. Corres y te subís al tren. Sí. Llegaste. Al tren. Falta. Pero ahora te encomendas al Japón. Porque ya no depende de vos. Hiciste todo lo que pudiste.

Y llegas. Con el tiempo más que justo, llegaste al avión. Te subís y respiras profundo. Nunca te pareció más hermoso un aeropuerto y un avión con esos asientos sin espacio. Tu único inconveniente ahora es ir al baño porque tenés que esquivar al holandés que se sentó al lado tuyo en el avión. Necesitas hacerlo porque el tipo está tirado en el pasillo, inconsciente y apoyado en su propio vómito, gracias a haberse tomado todo el vino abordo. Salud.

Yo te quiero ver a vos en Nueva Zelanda

Te quiero ver en Nueva Zelanda. Recién llegado de Argentina. Fresco como una lechuga. Nunca viajaste en tu puta vida al exterior. El viaje no fue fácil. Tuviste algunos inconvenientes de por medio (si seguís leyendo hasta el final vas a saber de que hablo) pero llegaste. Estas viajando. Lo que tanto soñaste. Tu anhelo más grande lo estas cumpliendo.

Con poco dinero, decidís viajar un tiempo, hasta conseguir un trabajo en este país que promete mucho. Estas en Auckland pero querés adentrarte más en el país. Querés conocerlo y escuchaste hablar de un lugar fantástico. Una ciudad con playa y montañas. Algo soñado. Mount Manganui es el lugar del que tanto hablan. Entonces vas. Emprendes un viaje.

Cargado de valijas y mochilas te dirigís a Mount Manganui. Llegas en un momento difícil. No hay alojamiento disponible. Todo está ocupado. Estas en un Mc Donald usando Internet gratis, buscando como loco en Facebook un lugar para pasar la noche. No hay nada. Empezas a mirar algunos rincones con cariño. ¿Te dejaran pasar la noche adentro del Mc donals? Se coparan los empleados con unos sudacas roñosos y muertos de hambre. Lo dudo. Seguís buscando. No puede ser que no haya nada. Ningún lugar, un techo sobre el que resguardarse.

Y se hace la luz. Contactas con una persona que tiene un amigo que conoce a otra persona que tiene un amigo que vive en un lugar en donde hay lugar para que vos te quedes. Uipi!! O por lo menos eso creías.

Y el Maori hace la aparición. Se da a conocer un hombre al que llamaremos Gato. Este Gato te ofrece llevarte hasta la casa. Para que la veas y evalúes si te querés quedar. El es el dueño de esa casa que alquila. Es hablador el Gato. Es parlanchín el Gato. Te cuenta un montón de cosas de Mount Manganui, te da vueltas por la ciudad. Te charla. Llegas a la casa y casi ni te das cuenta que llegaste porque las palabras que salen de la boca del Gato te nublan la vista. No te gusta mucho el Gato. Sos una persona de perros. Ese es el problema. Pero te lo bancas porque con tanta charla se hizo tarde y no tenés otra opción. No podes salir a buscar otro lugar. Parece que el Gato lo hubiera hecho a propósito. Habla mucho, demasiado. Un tanto altanero. Tiene mirada de loco. Algo esconden esos ojos.

Alquilas por dos semanas. Eso va a ser suficiente. El Gato te hace firmar un contrato. Todo legal en Nueva Zelanda. Pagas un bono que te lo va a devolver si dejas la casa como la encontraste. Estas tranquilo. Pasó un día agitado. Pero por suerte estás bajo techo.

Y el Gato muestra la hilacha. Notas que el tipo entra como si estuviera viviendo con vos. Que abre la puerta sin pedir permiso. Que revisa todo el tiempo que todo esté bien, como si la casa fuera a estrenar. Se queda una o dos horas por día merodeando por la casa y vos tenés el presentimiento que el tipo es capaz de meterse cuando vos no estás. Porque tiene llave. Y habla, habla demasiado. Te quiere hacer comprar un auto. Un auto caro que no querés, porque es demasiado chico. Y como habla. Te nubla la vista. Y te mira con ojitos de loco. Esos ojitos. Comienzas a tenerle miedo. No te gusta. Algo huele mal y es el Gato. Eso es seguro.

Pasaron dos semanas y querés irte. Ya te aburriste de Mount Manganui. Muy bonito todo, pero está empezando a hacer frio y la playa ya no te gusta. Le decís al Gato que te querés ir. El Gato enfurece. Se encrespa. No le gusta que le tiren de la cola de esa manera y se enoja mucho. Vos le exigís que te devuelva el bono que le pagaste y el no quiere. No, no, no. Me rompieron el televisor, la cocina esta sucia, está todo mal. Acá hay que limpiar las alfombras, hay que limpiar los muebles, hay que limpiar el sofá. El Gato está que arde y quiere guerra. Quiere pelear.

De Guatemala a guatepeor. Nada puede ir bien. El quiere robarte el bono. Eso lo sabes. El Gato Jon, está buscando excusas para no devolverte tu plata. Y se pone fea aún más fea la situación. Le decís que él te prometió algo y que no lo cumplió. En tu inglés básico, le intentas explicar con buena voluntad. Pero él no quiere largar los billetes. Se pone malo. Cada vez está más malo. Se acerca, te muestra el pecho amplio de Maorí. Es enorme. Petiso, pero robusto. La mano gigante. Si te pega una trompada no la contás. Te desfigura. Y vos te imaginas en la corte, con tu ingles deplorable, intentando contarle a un juez lo que pasó. Porque el Gato mientras te encara te dice que te quiere llevar a la corte. El Gato quiere que la pases mal, quiere que te asustes, para robarte el dinero. Lo poco que tenés, que es ese bono, que le pagaste de buena fe. A él lo único que le interesa es la plata y nada más. Vos te vas. Porque preferís tu salud y la estabilidad de tus huesos en lugar del dinero. El Gato ganó. El Gato se quedó con el botín.

Pasado un mes le mandas un mensaje. Le pedís por favor que te devuelva la plata que es tuya. Se lo pedís bien. El Gato te hace viajar para darte lo que corresponde. Por supuesto que algo te descuenta. Pero te conformas, porque sabes que ese es el precio que tenés que pagar por ser inmigrante. Y por cruzarte con la persona incorrecta.

PD: Gracias al chileno que vivía en la casa de Jon, gracias por seguir encubriendo a cagadores como ese tipo que se abusa de chicos que no tiene experiencia viajando. Gracias flaco, sos un genio. No sé en donde estarás ahora, pero estoy segura que te fue muy mal por apoyar a patoteros como Jon, el Gato de Mount Manganui. Que te apuesto a que Jon también te cago con el bono a vos. Jodete!!!

Y yo también te quiero ver a vos

Y también te quiero ver a vos, que necesitas 365 días para planificar un viaje de 10. Que lo abonas en 18 meses y contratas a una agencia para que te resuelva el inconveniente de pagar tus propios tragos en la barra de un bar. Yo te quiero ver en el aeropuerto de Chile esperando para ir a Nueva Zelanda. Que en dos horas salga el avión. Esperaste ocho horas, cada vez falta menos. Estas tan entusiasmado que te pillas encima. Pensas que todo es perfecto que nada puede salir mal. No te la ves venir.

Prendes la computadora. Estas aburrido y querés ver qué está pasando en Facebook. Falta todavía una hora para subirte al avión y querés matar el tiempo, distraerte un rato. Sin querer lees una noticia. Una noticia que te hiela la sangre. Te quedas mudo, sordo y ciego. No respondes. Es demasiado. Te enteras que en Nueva Zelanda, las casas de cambio dejaron de recibir pesos argentinos. Que ya no les conviene. Que nuestro país se está convirtiendo en un nuevo Venezuela y que nada puede parar esa situación. Pero eso no debería molestarte. Te estás yendo a un país perfecto. A Nueva Zelanda, que tiene una economía de hierro, con buena gente.

Hay algo en tus bolsillos, algo que pesa mucho. Y que pasó a valer muy poco, casi nada. Diría que vale lo mismo que un pañuelo repleto de mocos o que un papel higiénico usado. Eso que tenés en los bolsillos son billetes de pesos argentinos. Lo único que tenés. Es tu único sustento. Dependes de eso que ahora vale cero. Es nulo. Treinta billetes con un cien, que no valen nada. Te quedaste en bolas.

La puteas a Cristina. Cristina y la re concha de la lora. Si la tuvieras enfrente la ahorcarías, la matarías a patadas. Trabajaste muy duro por un año. Limpiaste inodoros, serviste mesas, atendiste a muertos, repartiste papelitos de colores. Hiciste mucho para nada.

No te voy a contar como finaliza esta historia. Te voy a dejar con las ganas porque quiero saber ¿Que hubieras hecho? ¿Cómo hubieras actuado? ¿Hubieras arriesgado todo y te hubieras subido al vuelo de Nueva Zelanda o hubieras preferido gastarte los $30000 en un shopping de Santiago de chile?

Ahora que fuiste cómplice de algunas situaciones conflictivas que experimenté en carne propia y que comenzaron ni bien empecé a viajar, como esta última que te conté: ¿Podes seguir afirmando que vivo de vacaciones? ¿Podes ver la inmensa diferencia entre vivir de viaje y vacacionar?

Escribí este artículo con bronca. Porque no puedo creer que haya personas que no sepan escuchar, que no quieran entender. Que cierren los ojos y que nieguen otras realidades, otras formas de vivir. Que tengan tanto miedo a arriesgarse. Tanto miedo a vivir.

Yo no estoy de vacaciones. Yo elegí vivir otro tipo de vida. Yo elegí otros paradigmas. Yo elegí decirle que no a los mandatos sociales. Elegí enfrentarme a la etiqueta que me pega en la frente esta sociedad. Yo elegí actuar a pesar del miedo. Porque el miedo me moviliza, me dice a donde quiero ir. Y viajar me da miedo, mucho miedo. Porque me saca de mi tranquilidad, de mi comodidad. Me rompe la cabeza, me la abre de una manera inimaginada. Me muestra realidades que me duelen en el alma. Me dice que yo no soy mejor. Me dice que los argentinos no somos mejores. Y eso duele.

Viajar duele, vivir duele. Yo sé que estoy viva, lo sé porque lo siento. Porque estoy llena de pasión y de ganas. Porque tengo hambre de experiencias. Hambre de vida. Saber cuál es tu sueño duele porque lo tenés que perseguir y hasta que no lo encuentres no vas a estar en paz.

No me digas que estoy de vacaciones. No es cierto. Y tan sólo basta con que leas este artículo para que te des cuenta.

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