Revista Cultura y Ocio

Dejen todo en mis manos, por Mario Levrero

Publicado el 14 mayo 2017 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
Dejen todo en mis manos, por Mario Levrero Editorial Caballo de Troya. 121 páginas. 1ª edición de 1996; esta de 2007.
Hasta ahora, en el blog sí que había reseñado libros que había leído en el pasado y a los que me acercaba por segunda vez, pero de los que nunca antes había escrito. En esta ocasión voy a realizar un experimento: Dejen todo en mis manos lo leí en 2010 y, por entonces, ya lo reseñé en mi blog. Ya he contando por aquí que he estado leyendo varios libros de Mario Levrero (Montevideo, 1940-2004) casi seguidos porque me invitaron a escribir un artículo para la revista Quimera (número 402), que ha aparecido a comienzos de mayo. Un domingo estaba dudando entre empezar La máquina de pensar en Mario, un libro de ensayos sobre la obra de Levrero, o leer alguna más de sus obras; acabé cogiendo de mis estanterías esta novela corta y leyéndola entera ese mismo día.
Con Dejen todo en mis manos me inicié en el universo Levrero. Casi siete años después, he leído prácticamente toda su obra y quiero comentar esta novela, después de este periplo, sin leer previamente lo que ya escribí sobre él en 2010. Lo haré a posteriori. Todavía no sé si me llevaré alguna sorpresa. Ya he dicho que esto será un experimento sobre mi evolución personal como comentarista de libros, o sobre el hecho de acercarse a una obra por primera vez, desde el desconocimiento del autor, y hacerlo más tarde, tras conocer casi toda su obra, sus fobias y sus filias.
En Dejen todo en mis manos nos encontramos con el típico narrador de las obras de Levrero: una persona innominada que ha de realizar un viaje. El narrador es un escritor y la novela empieza en el despacho de su editor. Éste le está comentando qué le parece su último libro: «La novela es buena –dijo el Gordo, e hizo una pausa significativa−. Pero…». El narrador sabe que ésa es exactamente la única categoría posible para su literatura: «Buena, pero…».
Ante el deseo acuciante de dinero que tiene el narrador, el Gordo le encargará una misión: debe viajar al pueblo de Penurias (en el interior de Uruguay) para encontrar a Juan Pérez, una persona que envió a la editorial una novela magnífica, por la que ya se ha interesado una fundación sueca, y que quieren editar, pero que olvidó dejar en el sobre o el manuscrito los datos para localizarle. Le pagará 2.000 dólares y otros 500 como anticipo de la publicación de su novela.
«Soy un escritor. No soy Phillip Marlowe», leemos en la página 17. A estas alturas ya sé que Raymond Chandler es uno de los referentes de Levrero, que en algunas temporadas llegaba a leer una novela policiaca al día. El género policiaco ha sido una importante influencia para Levrero, aunque casi siempre desde una perspectiva paródica (Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo o La banda del Ciempiés). Dejen todo en mis manos también es una novela negra en cierto modo paródica, aunque mucho más cercana a unos parámetros realistas que las dos novelas citadas anteriormente, que inciden en una visión surrealista y onírica del mundo.
Si bien Dejen todo en mis manos se mantiene de modo más firme dentro del realismo, no deja de mostrar tintes de extrañamiento propios del mundo de Levrero: en la primera escena, cuando el Gordo se levanta de su asiento para ir a consultar con su jefe la propuesta económica que le hace el narrador, éste tiene la sensación de que, durante el tiempo de espera, se ha quedado dormido y en su sueño ha aparecido un payaso: «Debo haberme quedado dormido durante un minuto o dos, porque apareció un hombre con una gran nariz roja, de payaso, y me dijo en francés una frase incomprensible de seis sílabas» (pág. 13).
El narrador, con 200 dólares de adelanto, toma un autobús para Penurias (los pueblos y ciudades de alrededor reciben nombres como Miserias o Desgracias) y, una vez allí, se aloja en el único hotel de la ciudad. Sus pesquisas le llevarán, en primera instancia, hacia una prostituta llamada Juana Pérez, de la que parece acabar enamorado, o al menos siente que ha desbloqueado algunas partes insensibles de sí mismo, un trastorno que arrastraba desde que le abandonó su mujer (en este momento conocemos algún dato de su pasado) y que sus sesiones de psicoanálisis no parecían mejorar.
La novela está escrita con mucho sentido del ritmo: uno termina sus 120 páginas con la sensación de haberse acercado a una novela más larga, porque los acontecimientos y encuentros narrados son muchos. Además de entrevistarse con un gran número de habitantes de Penurias, el narrador se encontrará con un compañero de la infancia, con el que ajustará cuentas muchos años después de los problemas que tuvo con él.
Hay varias pistas que indican que el narrador de Dejen todo en mis manos comparte muchos rasgos de carácter o vitales con su creador: Mario Levrero. En un momento de la novela, se señala: «Cuando uno, por razones válidas o no, se ha creado fama de humorista, todo lo que pueda decir o hacer es un chiste» (pág. 46). Durante años, Levrero colaboró como guionista en revistas de historietas. En la página 67 leemos: «Aunque la crítica haya señalado injustamente una influencia de la pornografía en mi literatura, no me gusta pormenorizar esos detalles que cualquiera puede imaginar». Frases similares las he leído en boca de Levrero en Un silencio menos, el libro que recopila las entrevistas más interesantes que le hicieron.
La presencia de Raymond Chandler es constante en esta novela, empezando por la cita inicial, y siguiendo por las referencias a Marlowe, o la frase con la que acaba el capítulo 5: «Adiós, muñeca», al despedirse de una chica a la que acaba de conocer. También, cuando el protagonista no sabe cuántos días va a tener que quedarse en Penurias, empieza a recorrer sus calles buscando, sin encontrarla, una librería en la que comprar las obras completas de Phillip Marlowe.
La novela tiene bastante sentido del humor, y mucho de ese sexo realizado y no realizado que es frecuente encontrar en las novelas de Levrero. Además de sus continuas referencias al mundo de los sueños, o al de las hormigas (uno de los puntales secretos del escritor, que afirma que a las hormigas les debe una parte de sus influencias a la hora de escribir), también nos encontramos aquí con referencias a la presencia de un ser superior («Los dioses estaban enojados, y era inútil oponerse a sus designios»: pág. 80), que, más que con una idea religiosa, guardan relación con una mirada paranoica sobre el mundo, a lo Philip K. Dick. No solo podemos encontrar referencias paródicas a la novela policiaca (sobre todo al mundo de Phillip Marlowe, como ya he señalado), sino también a la cultura popular: la Pantera Rosa, Arnold Schwarzenegger, películas de Los Tres Chiflados o el protagonista de tiras cómicas llamado indio Patoruzú.
Igual que me ocurrió en febrero de 2010, he vuelto a disfrutar mucho de Dejen todo en mis manos. Si bien en aquel momento lo hice desde la sorpresa, ahora lo hago desde el conocimiento de la obra y las influencias del autor sobre ella, después de haber leído un libro de entrevistas a Levrero y un análisis crítico de su obra (antes de escribir esta reseña he acabado La máquina de pensar en Mario). Sé que hay lectores de Levrero que se acercan a él, por primera vez, acometiendo la lectura de La novela luminosa, lo que no me parece recomendable, porque es mejor conocer primero algo de su obra anterior para entenderle bien. Sigo considerando que Dejen todo en mis manos puede ser una puerta estupenda para acercarse a la obra de Mario Levrero.
Éste es el momento en el que voy a acercarme a lo que escribí sobre esta novela la primera vez que la leí en 2010. Si le interesa, querido lector, usted también puede hacerlo pinchando AQUÍ.

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