Revista Cultura y Ocio

Del Cielo y la tierra

Por Alexpeig

Del Cielo y la tierra
De lo escrito anteriormente cabe resaltar un tema fundamental. Al hablar de la estética y de la ascética toma forma la tensión o disyuntiva originada en la asimilación de ideas antagónicas. El atractivo del mundo terrenal, con sus latidos de vitalidad, enfrentado a la llamada misteriosa de un cierto remanso interior, como un eco procedente del mundo lejano e invisible. Dicho antagonismo, concluimos, es más aparente que real, y cualquier posición alejada de ese punto de equilibrio en el que cielo y tierra confluyen puede llevar al exilio. Sería vivir una existencia mórbida. Esta problemática requiere de una cierta pintura de paisajes que sean el vehículo adecuado para plantear de nuevo la reflexión, y la encontré la pasada noche del sábado en una película de los años ochenta. Sólo la recordaba por el azul paradisíaco que impregna la carátula. Pero Le grand bleu  trata, efectivamente, sobre el mundo celeste, reflejado aquí en los paisajes acuáticos que Luc Besson pinta con sobriedad en lo visual y un gusto exquisito por la música que acompaña las imágenes. El personaje central es un ser que vive el destierro en medio de los fenómenos del mundo, naufragando en la tensión de sentirse atraído por ambos polos. El plano-secuencia parte de la inmersión en ese mundo de silencio azul, el personaje baila abrazado a esos Serafines de Mar que sólo conocen la amabilidad y la ternura, y asciende a la superficie donde tropieza con el ruido de la tierra firme, ya sea en forma de amor mundano o del principio de vitalidad que encarna Enzo (Jean Reno). Gran parte de la composición visual, la cual busca sobre todo crear sensaciones desde las que construye los conceptos, se inspira en esa constante dualidad: cielo y tierra, sueño y realidad, silencio y ruido. Jacques, por acierto o por desgracia, por su existencia mórbida, incapaz de resolver la tensión, elige finalmente la huida, porque no puede creer en nada más que en ese abrazo que le espera en las profundidades. Aquello que en la película es metáfora del Cielo al que Jacques quiere ascender, su única y verdadera patria, no por casualidad el lugar donde perdió a su padre - las profundidades del océano - es el terreno hacia el que nos conduce la vía ascética: las profundidades del Ser, allá donde el mundo se detiene y, por tanto, ya no hay más dolor ni fatiga. Jacques fracasa en la empresa de alcanzar el punto de equilibrio entre los dos mundos, o aquello mismo indicado en la tan conocida oración cristiana, máxima de sabiduría: “hágase tu voluntad, en la tierra como en el Cielo”. Tal vez esta portentosa obra de Luc Besson es un buen ejemplo de que muchos de los actuales paisajes del existencialismo disfrazan o esconden a una cuestión perenne enraizada en las tradiciones de todas las épocas, o de que la filosofía contemporánea es un cristianismo sin Dios, sin Cielo y sin patria, siempre trazando contornos ambiguos o difusos.

Volver a la Portada de Logo Paperblog