Revista Opinión

Del mamporrero al tonto ilustrado

Publicado el 07 mayo 2015 por Manuelsegura @manuelsegura

BOADELLAZ

Todo indica que etimológicamente el origen de la palabra mamporrero proviene del término mamporro. Y se asegura que este, a su vez, tiene su antecedente en la mano y la porra. Lo cierto es que el concepto del noble oficio del mamporrero se ha tergiversado con el paso del tiempo. En realidad, no es más que aquella persona encargada de preparar a la yegua y dirigir el miembro del caballo en la cópula con la hembra. En la antigüedad, ese menester gozaba de un gran prestigio e incluso de notable dignidad, pues de su diestra y certera habilidad dependía la procreación de los mejores ejemplares equinos.

La evolución que ese término ha tenido con el devenir de los años ha derivado en ser de aplicación para todo aquel que ayuda a otro, no sin ciertas artimañas y triquiñuelas, a conseguir el fin que persigue. En ocasiones, ese mamporrero contemporáneo suele guardar una cierta similitud con otro espécimen que en su día identificó como nadie un agudo Albert Boadella: se trata del tonto ilustrado. Este último, según el dramaturgo catalán, es alguien que, por su proceder, puede resultar extremadamente peligroso para la sociedad.

En una celebrada entrevista televisiva con el periodista Jesús Quintero, el fundador de ‘Els Joglars’ argumentó que “desde la época de Cervantes hasta nuestros tiempos, estadísticamente somos, o son, más millones de imbéciles”. La peligrosidad de la especie del tonto ilustrado, según Boadella, se basaría en que, en apariencia, se trata de un tipo que “no parece tonto y es capaz realmente de poner unas caras, unas expresiones muy profundas y tal, así como de estar en un cargo importante y, a partir de ahí, hacer todos los desastres posibles”.

Seguro que todos, al leer estas atinadas y sarcásticas descripciones, tanto del mamporrero como del tonto ilustrado, tenemos en mente algún que otro ‘ejemplar’. Y más aún cuando se atisba un tiempo de cambio, que es cuando suelen proliferar con ahínco estas gentes, siempre tan prestas a arrullarse al cálido abrigo que, de cara a lo que se pudiera avecinar, más les caliente en las frías noches en la inhóspita estepa de su vida; esas que tarde o temprano, inexorables, tras los días de luz cegadora, siempre llegan al ponerse el sol.

[‘La Verdad’ de Murcia. 7-5-2015]


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