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DEPORTE Y MALA EDUCACIÓN En el deporte, como en todas partes, está presente la mala educción. Si se reflexiona sobre ello vienen a la memoria algunos nombres, tanto de deportistas como de equipos, que hicieron (hacen) exhibición de grosería y ordinariez.

Publicado el 26 agosto 2015 por Carlosdelriego

DEPORTE Y MALA EDUCACIÓN En el deporte, como en todas partes, está presente la mala educción. Si se reflexiona sobre ello vienen a la memoria algunos nombres, tanto de deportistas como de equipos, que hicieron (hacen) exhibición de grosería y ordinariez.

La del Athletic Club de Bilbao es una afición 'modélica'

No es que abunde más que en otros ámbitos, pero ocurre que el deporte se transmite en directo con cientos de cámaras que muestran hasta el más mínimo detalle, de manera que los gestos de los futbolistas y demás profesionales del ejercicio físico se convierten en noticia difundida hasta la náusea. Y siendo el fútbol el juego más seguido, son los jugadores los que acaparan más minutos en pantalla, viéndose en primer plano tanto sus destrezas como los salivazos con que continuamente riegan el verde…, por no mencionar la maestría que tienen algunos para expulsar secreciones de sus narices. No sólo en el balompié se ven muestras de mala educación, pero sí es ahí donde más ‘lucen’ las maneras de los protagonistas. Sin embargo, incluso dentro de un universo en el que la corrección y la urbanidad son excepcionales, destacan algunos personajes que luchan hasta la extenuación por ser los campeones de la zafiedad y la mala baba.      

DEPORTE Y MALA EDUCACIÓN En el deporte, como en todas partes, está presente la mala educción. Si se reflexiona sobre ello vienen a la memoria algunos nombres, tanto de deportistas como de equipos, que hicieron (hacen) exhibición de grosería y ordinariez.

Un compañero tapa la boca a Balotelli cuando se dirigía, colérico, a su entrenador

Tal vez quien ha mostrado más y más sonoras muestras de ineducación en el entorno futbolístico sea el portugués José Mourinho. Desprecia a los rivales tanto si gana como si pierde, desprestigia los éxitos de los demás, menosprecia a sus colegas, falta al respecto de personas e instituciones, tiene un ego del tamaño del Himalaya y debe pensar que él, por ser él, tiene derecho a pasar por encima de las reglas; si su equipo gana él es el artífice, y si pierde es culpa de otros (sus jugadores, los árbitros, los directivos, los recogepelotas…); y hay que recordar que en el colmo de su visión gangsteril y barriobajera del deporte, llegó a agredir por la espalda a un compañero de profesión…, huyendo acto seguido del lugar de los hechos, no fuera a ocurrir que el atacado se defendiera. Sus groserías y excesos dialécticos son una constante en sus declaraciones, por lo que la imagen que se tiene de él es la de un tipo faltoso antes que la de un entrenador profesional, y se le recordará por sus infinitos altercados más que por sus éxitos.   
La práctica del fútbol al máximo nivel (que también ha mostrado personas íntegras y elegantes) lleva a la persona al límite físico y emocional, lo que en algunos se traduce en debilitamiento del autocontrol y, por tanto, los conduce a la pérdida de los papeles. Sin embargo, hay jugadores que incluso lejos del fragor de la batalla se dejan guiar más por sus instintos que por la razón, con resultados bochornosos e incluso dignos de los payasos del circo. Caso paradigmático es el del italiano de ascendencia ghanesa Mario  Balotelli. Los escándalos, excesos, violencias y locuras del delantero fuera del césped han sido aireadas por la prensa europea desde que se hizo famoso: entró con su coche de modo irregular y sin permiso en una cárcel de mujeres, quiso lanzar fuegos artificiales en el baño de su casa en Inglaterra provocando un incendio, …; pero es su comportamiento en el entorno deportivo donde demuestra sus deficiencias: zarandeó a sus entrenadores, lanzó la camiseta contra uno de ellos al ser sustituido y celebró un gol insultando a otro, se enfrentó desafiante a la grada cuando recibió silbidos, se ha peleado varias veces con compañeros de equipo, pisó la cabeza de un rival… A pesar de su innegable capacidad y potencia, apenas hay equipos dispuestos a contratarlo.
También en el fútbol español se observan actuaciones que evidencia mala educación. Ejemplo es el defensa del FC Barcelona Gerard Piqué, que a veces se deja llevar por la ira y descarga contra rivales y árbitros o suelta frasecitas hirientes que luego se empeña en negar; y lo que es peor, ha tirado a veces del “usted no sabe con quién está hablando” cuando se ha encarado con la autoridad.  
El australiano Nick Kyrgios posee un potencial tenístico extraordinario, sin embargo, su pésimo comportamiento en la pista le da mucha más presencia en los medios que sus méritos deportivos. Arroja contra el suelo y rompe raquetas casi en cada partido, golpea la pelota hasta sacarla del recinto, increpa y provoca al rival, menosprecia al público rehusando jugar los puntos que no le interesan (demostrando ser lo contrario a un profesional), grita, maldice y ‘jura en hebreo’ en la pista… Acumula sanciones y mala prensa y apenas hay tenista que le tenga confianza. Por todo ello, ganará partidos, pero sería rarísimo que, con tales carencias mentales, alzara algún título grande a pesar de que tiene tenis para lograrlo.
Pero no sólo hay ausencia o escasez de un mínimo de cortesía y urbanidad entre los protagonistas del evento deportivo, sino que al otro lado, en la grada, la grosería más agresiva se hace dueña de los tendidos, sobre todo en el estadio de fútbol. Así, aunque hay excepciones momentáneas, los hechos señalan que las hinchadas son, durante los encuentros deportivos, el paradigma de la mala educación: árbitros y rivales son su objetivo, y durante todo el tiempo que dura el partido no escatiman insultos, desprecios, abucheos y amenazas para ‘los otros’. Sin embargo, hay aficiones que van aun más allá. Una de estas es la del Athletic Club de Bilbao.
Como es sabido, en este equipo de fútbol sólo pueden jugar los vascos (eso sí, cuando conviene se hacen excepciones), dando a esta entidad deportiva una evidente característica tribal, un sentimiento un tanto xenófobo e incluso endógamo (“el que no sea de mi tribu no juega conmigo”, parece decir). Tal vez venga de ahí, de ese vestigio del paleolítico, la extrema mala educación que los fans de este equipo se obstinan en demostrar en su cancha a la mínima ocasión que tienen (no así los ‘athléticos’ de otras partes de España). No sólo deja evidencia de su altura moral cuando silba e insulta la aparición de símbolos y personas (en comandita con otra ‘torcida’ experta en mala educación), sino que trata por todos los medios de que nadie se olvide de su catadura, y para ello abronca año tras año a un jugador rival: Andrés Iniesta; aseguran que es porque una vez (hace tres o cuatro temporadas) ‘hizo teatro’ en una acción del juego…, como si el manchego hubiera sido el primero y el único que allí hubiera hecho tal cosa (si es que la hizo); es evidente, sin embargo, que ese resentimiento, ese rencor necio y cargado de prejuicios se debe a que Iniesta fue decisivo con su gol en el Mundial de Fútbol de Sudáfrica 2010 (oportuno es recordar que el entrenador holandés Guus Hiddink afirmó rotundo: “hay que ser un sinvergüenza para silbar y abuchear a Iniesta”). Pues bien, ese sentimiento cuasi xenófobo (no exento de complejo de superioridad) genera envidia, que se transforma en frustración, la cual se materializa en los graderíos en forma de bronca. Y yendo más allá de la ordinariez, la tosquedad y la incorrección, aquella emoción tribal de que tanto presume el Athletic tiene parecida raíz ideológica que la que mueve a los asesinos terroristas etarras; y esto se demuestra al comprobar las pancartas que se ven (al menos se veían el año pasado, 2014) en las gradas de su estadio, donde se dan muestras de apoyo a aquellos desalmados; es más, cuando se habló de organizar un partido a beneficio de los verdugos presos, ni jugadores, entrenadores, directivos o aficionados levantaron la voz más que para apoyar la idea, siguiendo además la instrucción de no decir una palabra de ánimo y comprensión para con las víctimas. Este silencio y aquellas voces son más que elocuentes. Hace mucho que no gana una liga de fútbol el Athletic Club, pero si existiera una liga de la mala educación para aficiones, tendría en sus vitrinas más que todos los demás juntos. Es justo subrayar que, seguro, muchos de sus ‘tifosi’ se avergüenzan ante estos comportamientos, pero la realidad es que no se dejan notar.   

CARLOS DEL RIEGO

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