A la espera de noticias acerca de la suerte de nuestra La Argentina en la final, los precavidos amantes de este deporte ganaremos tiempo deprimiéndonos hoy por la finalización de la competencia máxima del fútbol, así después podremos celebrar triunfos o llorar derrotas que se correspondieran con la fuerza de la actualidad. Hay que ordenar las emociones para poder navegarlas de a una en vez de acumularlas en nuestro interior y ser arrastrados por un tsunami en dirección a la guardia psiquiátrica. Empezaré el recuento al estilo en que los japoneses leen el Corán.
Los goles del monofilético equipo alemán que dejó arborescente a Brasil en la semi aumentaron el zoom de los comentaristas deportivos del mundo, tanto que ahora son todos Özil de tan saltones que tienen los ojos. Así que poco más se puede agregar alrededor de la selección de Alemania.
Loew, mientras saborea un juguito Mocoretá para empujar los verdeamarillos que se comió crudos, lamentándose de no tener en el plantel un Mokoena, es el primero en reconocer la probabilidad de que sus dirigidos hubiesen derrochado en la semi parte del fútbol que necesitará en la final. También sabe que Alemania se sostiene en el reflujo de balón tan característico, y no deja de ilusionarse.
Mientras que la selección rival tendrá la última oportunidad de congraciarse desde lo futbolístico con quienes no han sentido colmada toda la capacidad de satisfacción y que, lejos de conformarse, ya manotean, como si el defensor central del Barcelona fuese un flotador en el medio del océano, de Mascherano para sostener un estilo de fútbol casi desaparecido en las tierras de Maradona. A falta de Iniestas, o de nuevos valores con personalidad para defender ideas, confían en que la distorsión de la realidad será el mejor método sin contemplar que la mayor evidencia del hundimiento no es sino, deliciosas paradojas, el propio flotador.
Son las últimas contracciones de millones de embarazados que mañana daremos a luz un mundial permanente hasta siempre en la memoria del universo futbolero. Es el vigésimo de una familia acordonada por el recorrido de un tan maravilloso como barato juguete esférico, pero nosotros lo vivimos con entusiasmo de primerizo, y allá por el 2010, en doloroso parto alemán, ya fantaseábamos cómo sería este Brasil 2014. Como sucede siempre, la realidad es volumen, una sólida edificación que aplasta el descuajeringado armazón de nuestros deseos.
Nunca imaginamos que los partidos más irrisorios serían el Argentina 1 Irán 0, y el Holanda vs. Costa Rica, y aunque había esperanzas en las cosas lindas colombianas de Cuadrado y James (10) y en la frialdad intelectual de los alemanes con Özil y Chonstaiga, más un poco en la habilidad de Robben y de la eficacia de Messi, no creímos que llenaríamos los ojos con las actuaciones de arqueros como Ochoa, Bravo, el suizo, y el espectacular Neuer, ni imaginamos sucumbir ante la intensidad de Marcelo Díaz y mucho menos contábamos con perdernos tan pronto la oportunidad de Iniesta y de Neymar.
Jamás hubiéramos creído que se robarían nuestras voces los goles de James (10) a Costa de Marfil, el primero de Jackson a Japón, y el de Di María a Suiza. Ni que nos enamoraría la perfección de las jugadas de Chile contra España, de Colombia a Grecia, y de Colombia a Uruguay. Que sin palabras nos dejaría el 10 colombiano contra Uruguay y contra Japón, ni que el cabezazo de Ramos en los minutos finales del Brasil 2 Colombia 1 iba a ser un desperdiciado nódulo en las cuerdas vocales.
La genética podía inducirnos a creer en Pekerman y en Klinsman como los eruditos del juego, pero quién iba a sospechar que Van Gal se equivocaría adrede para disfrazar de hallazgos sus premeditadas correcciones, deseoso por ser reconocido como el arúspice del balón.
Cómo podíamos pensar que lo más emocionante sería ver a un jugador de 38 años cantar el himno de su país absolutamente metido dentro de sí, disfrutar, jugar con un rendimiento de altísimo nivel, y pelear hasta el último segundo por escapar del voraz destino que lo perseguía. Mario Alberto Yepes se llamará mi mundial.
El mundial que mañana chillará de incertidumbres y empezará a abandonarnos a un falso puerperio mientras gestamos Rusia 2018.