Revista Educación

¿Derecha o izquierda, mamá?

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Bernard Goldbach @ Flickr.com (CC BY 2.0)

Bernard Goldbach @ Flickr.com (CC BY 2.0)

Papá nunca manchó su pulcritud conservadora, pero a ti con Felipe te brillaban los ojitos. Sospecho que aquella simpatía fue suficiente como para darle un par de votos.

El tío Gustavo, que presumía de ser amigo de Fraga, me reveló una vez entre susurros: “Tu abuelo materno era un poco rojeras”. Lo decía con cara de susto, el pobre. Como tentando las palabras, no sea que fueran a explotarle en la boca. El caso es que, de ser cierto, abuelo bien que lo supo disimular. Porque estuvo dos años dando tiros con los nacionales, sin que en apariencia le temblase el pulso. Pero quizás, solo quizás… de casta le viene al galgo.

Por si fuera poco, también eras zurda. Zurda recalcitrante, de las que atraían los reglazos de la madre Juana. “Con la otra manita, Lourdes”. Y zas, varazo de canto sobre los nudillos. La enmienda te duraba lo que el dolor, una o dos frases del dictado. Y al siguiente punto y aparte, con la lágrima todavía húmeda sobre el cachete, el lápiz que volvía a cambiar de mano. “Hasta el codo me llegaban los moratones”, decías con orgullo.

Porque te negaste a capitular. De hecho todavía me parece estar viéndote, anotando la lista de la compra sobre la nevera. Contorsionada, abrazando el congelador y arqueando la espalda, hasta acomodar aquella mano rebelde sobre los post-it. Mil veces te pregunté si no te era más fácil despegar el taco. “Va nene, total da lo mismo”. Me encantaba contemplar aquella maniobra.

Izquierda era también tu vocación de tangencia. Ese hábito para ir de lado por sistema, siempre dando la curva y por el camino más largo. Aquella capacidad de templar voluntades y sofocar conflictos, asfixiándolos en palabras. Zurda era tu mano figurada, tanto como la de carne y hueso. Y la recuerdo mucho ahora, cuando la familia ya ha saltado por los aires.

Pero, repito: ¿izquierda o derecha? Respóndeme ahora mismo, desde donde quiera que estés. ¿Hacia dónde quisiste girar el volante aquel noviembre? ¿Hacia la derecha, como siempre, y te desorientó la lluvia? ¿O hacia la izquierda, para abrazar el tráfico que te mató?

¿Y por qué demonios, en ese caso, no dejaste una simple nota de despedida? No pedía nada grandilocuente, te lo juro. Solo cuatro palabras torpes, tortuosamente garabateadas sobre la nevera.

“Cebollas y aceite”, me legaste a cambio.  Es todo lo que me queda de ti.


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